miércoles, diciembre 17, 2008

miércoles

Encantador, es encantador, dice Ruperto Valenzuela mientras se saca la boina y los anteojos: la boina por educación, los anteojos porque dice que no sirve mirar a los bebés a través del vidrio con aumento. No le sirve a él y no le sirve al bebé. Valenzuela, con su bigotito hitleriano, su pelo canoso, su metro y medio y la cadera torcida llegó pedaleando en su triciclo rosa; lo dejó estacionado en la puerta, en la vereda, y del canasto sacó dos docenas de huevos. Adentro de la casa, en la oscuridad que se hace en el comedor cuando afuera el sol raja la tierra nos sentamos los cuatro: Valenzuela, Lu, Juan y yo. Yo los apreseo a todos, dice después de un silencio largo Valenzuela. A vos y a tus hermanos y a tus abuelos y a tus padres. A todos los apreseo. Ustedes lo saben. Lo sabemos, le respondemos, y le preguntamos por su familia. Bien gracias, y nada más. Está crecendo, por eso el hipo. Juan mira al frente con ojos grises y pone algunas de las caras que guarda en su arsenal de mil caras. Se parece al padre, sentencia.

***

Dormimos los tres en el mismo cuarto en el que dormí desde los ocho hasta que me fui. El cuarto que fue mío y de Martín hasta que Martín empezó a tener que dormir con alguien y se fue al cuarto de huéspedes. El cuarto de la alfombra azul y paredes con empapelado a rayas donde colgamos un poster de la revista 13/20 que de un lado tenía a Marley y del otro a Nirvana y que dábamos vuelta según nuestro estado de ánimo. El cuarto en el que enchufábamos los equipos de audio y con los micrófonos y a oscuras nos quedábamos hasta entrada la madrugada cantando canciones gregorianas o budistas o apenas gritos y sonidos guturales sin ningún objeto ni métrica ni armonía y que nos hacía lagrimear los ojos ciegos por la noche. El cuarto que cuando hay viento y la casa se transforma en la nave que surca el océano Pacífico se vuelve mascarón de proa y acá aparece una ola y allá otra, y nos acostamos en la cama y apretamos los ojos con fuerza como si así pudiésemos evitar el naufragio, y algo de eso debe haber, porque al otro día sale el sol y todo está en su lugar.

sábado, noviembre 22, 2008

domingo, noviembre 16, 2008

domingo

*En pocas horas Juan va a cumplir tres semanas desde que sacó su cabeza pelirroja al mundo y miró todo con ojos claros y cansados y se acostó -lo acostaron- sobre el pecho de Lu mientras un equipo de médicos se sacaban los guantes y los barbijos y miraban con ternura y a la vez con el peso de la rutina sobre sus hombros. Tres semanas en las que nos dedicamos a mirarlo embobados y a hacerle caras y a hablar como nabos repitiendo palabras e imitando los ruiditos que hace. Tres semanas en las que el cuarto piso b de bueno se trasformó, por momentos, en un submarino ruso con tres tripulantes silenciosos y espectantes navegando hacia ningún lugar o hacia el fondo del mar. Por fuera, un casquete polar en forma de ciudad cruje, tiembla y se derrumba. Nada nos importa: en la sala de máquinas, la cuna de Juan mantiene todo iluminado.

*Los ruidos, las manos, las uñas, los ojos, el pelo, los pies, las piernas, el culito, el ceño fruncido, la nariz -primero con pintitas blancas, ahora cada vez más estilizada-, los movimientos, el hipo, las orejas -la que tiene chueca y la otra-, la boca -sobre todo la boca-, la lengua que se dobla cuando llora, los estornudos, los bostezos.

*Sí, casquete-polar-que-cruje-y-tiembla-y-se-derrumba, las pelotas. La ciudad se nos viene encima y podemos usar metáforas de las más variadas y locas, pero cuando el martillo neumático que derrumba el edificio vecino empieza a hacer temblar todo a las ocho de la mañana, y los cuarenta grados centígrados amenazan con derretirnos, y por las noches el reguetón del vecino avisa que lo que pasó pasó por enésima vez, imaginamos el río corriendo hacia el Pacífico, el pasto verde, un gin tonic en la vereda y el silencio, sobre todo el silencio, y nos preguntamos ¿qué era que estábamos esperando acá, en este infierno llamado Buenos Aires?

*La demolición nos tomó por sorpresa. Primero fue un post it en el ascensor que decía que "aparentemente" iban a empezar en los próximos días. Después, tres obreros de la destrucción, con cascos y mamelucos, mazas y picotas, empezaron a golpear mientras charlaban: "¿che, al final ganó Obama o el otro?". Avanzaban de a poco, hacían asados largueros y tomaban hectolitros de cocacola: una manera de destruir hasta enternecedora. Después llegó el martillo neumático y, como dijo Brecht, fue demasiado tarde. El nombre de la empresa es Deconstrucción. Si no los odiara tanto, me daría gracia.

*El ombligo salido para fuera, la panza redonda, los pliegues por todos lados, su respiración cuando está dormido, su respiración cuando está despierto, el olor de su cabeza, el olor de sus pies, la piel que se le descascara, los movimientos de sus brazos hacia arriba como un Perón en el balcón, pero dormido en un cochecito de paseo, sus dedos babeados de chuparselos, las cejas casi transparentes, los remolinos en el pelo como un trigal en un día ventoso, ese puntito en el medio de la boca, la mancha roja en el hombro izquierdo, las vértebras dándole forma a la columna, que es casi un chiste, los codos, las rodillas.

*Anoche soñé con Martín después de mucho tiempo de no soñar con él y otro tanto de no soñar ninguna otra cosa interesante. Estábamos en la casa de alguien en el Bolsón, era de noche: una fiesta o una reunión. Martín estaba ahí y en un momento nos fuimos los dos a un rincón a charlar. No sabés lo que te extraño, le dije. Qué lindo, respondió. Y agregó: la tienen que pasar bien, muy bien. Estaba con un buzo gris y la espalda chueca. Nos abrazamos un rato largo y sentí sus costillas, le toqué el pelo y olí a esencias de eucalíptus y menta -aunque en los sueños no sé si se huele, pero cuando desperté lo recordé así-. Después nos subimos a la trafic: no arrancó. Me dijo, riendo, con los labios torcidos como reía, pará, levantá el cebador y pisá tres veces el acelerador, esperá un poco y ahora sí. Y entonces sí. Avanzamos despacio por un camino de ripio con charcos marrones, con el cielo clareando hacia el este. Los ojos llorosos y una sensación de alegría tan grande como tenerlo a Juan cerca.

*Después, cuando desperté, antes de ducharme, puse Nick Cave. En el momento no lo pensé, pero después todo tuvo sentido. Mientras el australiano gritaba an eye for an eye a tooth for a tooth and anyway I told the truth and I'm not afraid to die, volví a ese trece de diciembre y al calor sórdido y al dolor profundo, al olor a tierra y el vértigo y las lágrimas y los abrazos inconsolables y las palabras vacías y entendí algo que ahora no sé bien qué fue pero que de alguna manera extraña me reconfortó y llenó de paz o algo parecido.

*Las mil caras que pone como fotogramas vistos en cámara lenta, los suspiros, y saber que está ahí, durmiendo, a un brazo estirado de distancia.

miércoles, octubre 22, 2008

jueves

*Aposté que nacía el sábado y perdí. Estaba convencido. La partera, en el monitoreo, nos dice que no está bien apostar, que el juego es malo y que hace poco su hijo de nueve años aprendió por las malas una de las posibilidades más factibles del juego: perder. Al costado, la pareja extraña conformada por un mexicano y una gringa asienten: estudian teología en una pequeña universidad de Flores, y asisten a la iglesia presbiteriana. Ya sabemos lo que dice dios de las apuestas. O lo imaginamos.

*El azar, o algo parecido, hace que en esa minúscula habitación del Hospital Italiano haya cinco personas de las cuales tres son hinchas de Independiente. Las otras dos se reparten entre: "no me importa el fútbol" y "soy de Michigan, Estados Unidos". Celebramos la coincidencia, mientras Noelia, la partera, sigue hablando.

*Terminamos de hacer cosas y decimos: ahora sí, esto es lo que estaba esperando. Ordenamos el cuarto y los armarios, armamos la cuna, cambiamos de lugar el living, mudamos la tele y la mesa y el sofá y la biblioteca, ordenamos la ropa por tamaño, ponemos las toallas y las sábanas en unos ordenadores muy prácticos, salimos a caminar y vamos al cine, tomamos helado y decimos: ahora sí, esto es lo que estaba esperando. Y nada.

*Octubre, el mes de las revoluciones, es hasta ahora una masa amorfa de días que se suceden en ese estado pegajoso y somnoliento que es la espera. Hacia adelante, un deadline metafísico, un horizonte de expectativas, y lo inminente que acecha con la forma vaga que adquiere lo desconocido. Pero la pasamos bien. Dormimos en el living, en el sofá cama, y nos sentimos de vacaciones. En la tele, algún episodio de Seinfeld.

miércoles, octubre 08, 2008

miércoles

También teníamos, en aquella época ahora lejana y difusa de noches con very very importants, un arsenal de palabras inventadas que circulaban entre nosotros y resignificábamos a cada rato. Hoy, ahora, no me acuerdo de muchas. Es más, apenas me acuerdo de dos: coshics y garetón.
***
La primera era todo terreno. Coshics era alguien o algo ridículo; coshics era una frase desubicada, un dibujo mal hecho; coshics era alguna acción que inspirara pena o ternura o las dos cosas juntas; coshics era decir: "soy el más loco del aula", o "parecemos adolescentes". Coshics éramos nosotros, mientras nos hundíamos de a poco en el pantanoso terreno del ridículo.
***
Veíamos sin parar películas de cowboys. Algunas graciosas, como las de Trinity, otras terribles como la de Ulzana, otras épicas, como las de Wyatt Earp, otras incomprensibles, como las de Clint Eastwood. Leíamos Lucky Luke y el teniente Blueberry. Cantábamos I'm a poor lonesome cowboy / And a long long way from home.
***
Y de por ahí viene garetón, la otra palabra. Viene de Pat Garrett, aquel cowboy que primero fue un forajido y después se volvió sheriff para alcanzar finalmente la fama como aquel que mató a Billy The Kid. En algún momento, en alguna película, Pat hace algo heroico, desinteresado, y se va sin más, ante la mirada impávida de los testigos que apenas pueden balbucear: "se fue sin decir su nombre". Garetón, entonces, era eso: ser tan canchero, tan grosso, y después, impertérrito, hacerse el distraído. Meter un gol de chilena, ponele, y levantarte como si nada hubiera ocurrido. Ah, garetón, qué te hacés.

miércoles, octubre 01, 2008

jueves

*Al sol de la mañana subo a la terraza a colgar la ropa. En el pasillo está Cristian con el trapo de piso y un balde y sus pantalones camuflado: feliz día, le digo, atento a la efeméride. Gracias, Pollito, a la tarde paso a poner las cerraduras. Dale, te esperamos, respondo, pero ya sabemos: no va a pasar.
En la terraza, sol y pajaritos y también martillos y sierras. Cuelgo la ropa y espero a ver si toma algo de color la cabeza rapada. De la nada aparece Cristian con un mate listo. Pollito, dice, ¿te tomás un verde? Y dale. El mate está dulce, muy dulce. Y hablamos. Cristian me mira: deberías salir a correr, con esto de la paternidad juntás kilos a lo loco, te contagiás de la quietud del bebé y de repente estás todo hinchado, lento. Te va a venir bien, vas a ver. Cierra los ojos, encandilado, se acomoda el pelo negro y se va.

*Octubre, lindo mes para revoluciones, escribió padre hace tanto tiempo en una carta que mandó a sus seres queridos. No hubo revoluciones, ni en ese octubre ni en los que vinieron después. Pero la frase, el slogan, quedó grabado a fuego en mi cabeza.
En enero de este año, para inaugurar la agenda y ponerle algo de dramatismo al año, pasé las páginas en blanco -días a estrenar- y llegué hasta comienzos de octubre. Allí, en el día 1° escribí: Octubre, lindo mes para revoluciones, en tinta azul, despreocupada. Mientras lo leo, hoy, un escalofrío me recorre la espalda.

*En esa habitación helada que llamábamos Siberia nos quedábamos horas y horas hablando antes de quedar dormidos. Las conversaciones tenían nombre: eran las very very importants y versaban, más que nada, sobre las chicas, un poco menos sobre compañeros de clase, y por último, sobre temores, miedos, angustias. En fin: sobre las cosas very very importants que pueden hablar dos amigos, de noche, antes de dormir.
Una noche, cuando íbamos a tercer grado, dije, convencido: "soy el más loco del aula". Migui hizo un silencio que duró un rato largo. Creo, incluso, que fue lo último que dijimos y nos dormimos de a poco, callados, incómodos. No sé en qué me basaba para tamaña afirmación, pero lo cierto era que lo pensaba. Estaba convencido de mi rebeldía y locura. Cada tanto nos acordamos y nos reímos.

lunes, septiembre 29, 2008

lunes

Entonces despierto. La luz está apagada y me cuesta entender dónde estoy. Estiro el brazo y siento a Lu, que duerme a mi izquierda. La cama es grande, enorme, y a los pies quedaron libros, folletos, mochilas, billetes. Saco los pies de la cama y el piso está frío, estoy desnudo. De afuera vienen ruidos extraños: bocinas, frenadas, una ranchera de trompeta aletargada. De a poco la vista se acostumbra a la oscuridad y comienzan a aparecer matices, relieves. Lu en la cama, de costado, los zapatos desparramados en el piso, las medias, un candelabro, un libro, la puerta de madera: inmensa, pesada. Dijimos antes de dormir: la habitación o el hotel entero parece construido con los restos de la escenografía de El Zorro. Ahora lo reconstruyo: el escritorio, el espejo, el armario, los veladores. La alegría de saber dónde se está. Camino al baño sin hacer más ruido que el de los pies descalzos y sudados que se pegan a las baldosas. Cierro la puerta y prendo la luz. Me lavo la cara con agua fría y me veo mirando al espejo. Las ojeras me recuerdan las cervezas de la cena. Miro el tacho de basura. Hay un evatest usado, con una sola rayita azul que no alcanza para transformar el destino. Casi, digo. Apago la luz y vuelvo a la cama.

viernes, septiembre 26, 2008

viernes

*Ayer me vi regresar. O fue antes de ayer, no importa. Me vi allá, con los zapatos embarrados, con las manos curtidas y el pelo volado por el viento. Vi el sol y el cielo celeste, vi una nube sobre el Pirque, vi el río correr hacia abajo sin detenerse por nada, vi una trucha saltar y quedar detenida en el aire. Vi nuestra casa y un árbol florecido: era un cerezo o un almendro, o eran los dos. Vi un hijo rubio y despeinado caminar rodeado de perros, con una mamadera vacía en una mano, y un juguete en la otra. Vi un tero, vi una bandurria. Nos vi a los tres podar un arándano en silencio, hacer un pozo con pala corazón, levantar la azada con precisión y sin esfuerzo. Nos vi sudar y limpiar el sudor con el brazo, nos escuché hablar de tantas cosas, mirando el río, el Pirque, el sol, el tero, los perros, el hijo.
Me vi entrar a la casa de pisos de madera y dejar los zapatos afuera. Me vi sentado en la reposera, pensando. Me vi escribir esto desde un escritorio vacío, con un dibujo de hijo como único adorno. Desde allí arriba escuché los ruidos de una casa habitada.

viernes, septiembre 05, 2008

viernes

*Es de noche. Lu está en la cama, yo lavo los platos. Adentro de la panza, fiesta.




("Son, son, son, here it comes")

martes, septiembre 02, 2008

mujeres (II)

*Claudia me dijo que usaba mucho internet para mantener la pareja. Después rió. Estábamos en el Rosedal, era un día de semana con mucho sol y cielo celeste. Mientras ella posaba con los patines, un shorcito blanco y un pequeño top, la gente se acercaba a mirar. Varios se sacaban fotos: alejaban una mano y se enfocaban, en un ejercicio de pura intuición. Con la mano alejada apretaban el disparador: en el cuadro, ellos -cada uno-, solitarios, con un brazo largo que se pierde por detrás del obturador y, a lo lejos, el culo de Claudia, que un día dijo uy como estoy y listo, lo consiguió, llegó.

*Cinco días después, Claudia me llamó al celular. Yo acababa de despertar de una siesta y estaba esperando el 36, el peor colectivo de la galaxia. El teléfono decía: Claudia, y su número, y el ruidito que hace el teléfono cuando recibe una llamada. Atendí. Ella lloraba. Me decía sos un hijo de puta, como pudiste hacerme algo así, yo te hablé con sinceridad, te dije que era una nena, que no hacía cosas para llamar la atención. Y era cierto, Claudia cultivaba el perfil bajo. Y yo no tenía ni idea de qué me hablaba. Le dije: de qué me hablás. Y respondió: no te hagás el gil. Y le dije: no me hago el gil, no sé de qué me hablás. Me contó: pusiste de título que yo tenía sexo por chat con mi novio. Reí. No, tontita, yo no puse ese título. Yo puse un título mucho más buena onda, que al parecer al editor no le gustó tanto.

*Claudia tragó los mocos y dijo: ahora tenés que arreglar lo que hiciste. Le dije que sí, que claro, que no se preocupe. Suspiró y cortó.

*Unos quince minutos más tarde, el 36 dobló en Julián Alvarez. Venía hasta la manija.

(Esto es algo así como la continuación, un año después, de la serie iniciada con Moria. ¿Habrá más?, nunca lo sabremos.)

martes

Ionesco debió haber presenciado un té en lo de mis abuelos cuando escribió esto*:

Sra. Smith. -¿Pero quién cuidará de sus hijos? Sabes muy bien que tienen un muchacho y una muchacha. ¿Cómo se llaman?
Sr. Smith. -Bobby y Bobby, como sus padres. El tío de Bobby Watson, el viejo Bobby Watson, es rico y quiere al muchacho. Muy bien podría encargarse de la educación de Bobby.
Sra, Smith. -Sería natural. Y la tía de Bobby Watson, la vieja Bobby Watson, podría muy bien, a su vez, encargarse de la educación de Bobby Watson, la hija de Bobby Watson. Así la mamá de Bobby Watson, Bobby, podría volver a casarse. ¿Tiene a alguien en vista?
Sr. Smith. -Sí, a un primo de Bobby Watson.
Sra. Smith. -Quién? ¿Bobby Watson?
Sr. Smith. -¿De qué Bobby Watson hablas?
Sra. Smith. -De Bobby Watson, el hijo del Viejo Bobby Watson, el otro tío de Bobby Watson, el muerto.
Sr. Smith. -No, no es ése, es otro. Es Bobby Watson, el hijo de la vieja Bobby Watson, la tía de Bobby Watson, el muerto.
Sra. Smith. -¿Te refieres a Bobby Watson el viajante de comercio?
Sr. Smith. -Todos los Bobby Watson son viajantes de comercio.

Porque no es nada fácil seguirles la huella por ese farragoso camino rodeado de nombres y apellidos que se unen a otros nombres y apellidos y a veces a profesiones y a recuerdos en común. Recuerdos en común que, claro, para nosotros son como cuando Bobby Watson fue a la casa de Bobby Watson y se encontró con Bobby Watson. Indeed.


*Ionesco, E. "La cantante calva". Antipieza.

sábado, agosto 30, 2008

sábado

"Parecemos adolescentes", dije, cuando la curva esa que da a la hondonada se vuelve intensa. "Parecemos adolescentes", dije, mientras intentaba apretar con la mano derecha el freno trasero de mi mountain bike amarilla. "Parecemos adolescentes", le dije a Migui, segundos antes de hundirme en un mar de mosquetas con espinas filosas como pequeños cuchillos y frutos rojos como gotas de sangre.
Hice fuerza para no llorar mientras me sacaba, una por una, las pequeñas púas adheridas a mi piel y limpiaba el polvo, las hojas secas y la humillación que se acumulaban en mi ropa.
El resto del viaje fue en silencio: íbamos con nuestros primeros ahorros a comer solos a Jauja. Parecíamos adolescentes.

miércoles, agosto 27, 2008

miércoles

*Se los dije.

viernes, agosto 15, 2008

jueves

Estoy con la mente en blanco. No sé qué pasa, pero no pasa mucho. Trabajo en casa haciendo algunas cuestiones. No salgo tanto. Hice trámites: tengo monotributo, tengo obra social, pequeños logros. Tengo que averiguar qué pasó con una factura.
Allá la pasamos tan bien. Y el viaje fue lo que escribí la última vez que escribí, aunque habría que agregar que en Retiro miré los diarios paraguayos en los que hay descuartizados (el todo y las partes: cabezas, brazos y piernas encontradas en baldíos) y sangre, mucha sangre. Que no compré alfajores guaymallén, aunque la oferta era tentadora. Que no llevé música porque los auriculares son muy grandes y casi que necesitan un bolso para ellos solos. Que en el Yenny de Retiro le compré a Lu por segunda vez Justine, de Lawrence Durrell, la primera parte del cuarteto de Alejandría. Que las películas no las recuerdo pero estaban Morgan Freeman y Eddie Murphy. Que los azafatos fueron muy amables y que regué la cena con dos cervezas. Que dormí. Que a la mañana leí La potra, de Filloy y así viajé dos veces: una en el bólido amarillo, cruzando el país de Este a Oeste, la otra por Córdoba, de la mano del lenguaje rebuscado y perfecto de Filloy. Que el Lanín se veía a lo lejos y el cielo estaba celeste, aunque empeorando hacia la noche. Que en Bariloche esperaba Lu con Madre, Padre y Marc. Que el viento hacía que el Nahuel Huapi pareciera querer despegar. Que fuimos a ver Batman al chopin, en una sala que parecía de telgopor. Que la película nos gustó mucho. Que llegamos tarde a la chacra pero igual nos hicimos el tiempo para jugar al teg. Que Manu se enoja jugando al teg. Que los días fueron todos distintos entre sí y sin embargo los recuerdo como una sola cosa, larga, sin fisuras, mágica. Que comimos comidas ricas y bebimos vinos ricos. Que nos sentamos en el sillón del living y miramos el fuego y fotos viejas. Que dormimos siestas. Que nos despertamos una mañana y toda la chacra estaba blanca de nieve. Que tuvimos charlas largas y profundas y otras cortas y superficiales. Que vimos a los abuelos. Que vimos a los tíos. Que vimos a los primos. Que fuimos a Bariloche a dejar a los mellizos y Manu. Que vimos caer los primeros copos mientras el cielo se ponía gris. Que decidimos quedarnos a dormir para viajar al otro día. Que hablamos con Nora sobre la casa. Que dormimos en el cuarto de Hebe. Que al otro día la nieve cubría todo. Que igual salimos. Que había que adivinar la huella del camino, que todo era blanco, y los camiones estaban cruzados en la ruta, como juguetes abandonados. Que llegamos vivos. Que salimos de recorrida de casas hippies, para ver y copiar modelos o todo lo contrario. Que fuimos al cine Click, en el centro comunitario y vimos Cocalero y Los Estados Unidos contra John Lennon. Que el sábado, horas antes de volver, fuimos a escuchar a Rosario Bléfari, que cantó y contó y recitó en Rey Lagarto. Que nos quisimos y buscamos el lugar para construir la casa. Que le dimos de comer al potrillo Rospentek y a su madre Bonita. Que apenas haché dos troncos pero alcanzó para sentirme un poco Paul Bunyan. Que casi no me conecté a internet y no morí en el intento. Y que tampoco casi miré tele. Que llegamos a la ciudad un lunes y dormimos siesta. Que desde entonces mi reloj interno está fallado y no funciono tan bien como debería. Y que por eso y porque tampoco pasaron tantas cosas fue que no escribí nada acá, ni nada en otro lado. Pero hoy salió el sol y la ropa se secó, y aunque ayer haya perdido el rojo, podemos decir que es un buen día.

***

Vemos Mira quién habla y coincidimos en que es una gran película. Están buenas las actuaciones, los chistes, las situaciones, y eso que está doblada al español y entonces la voz de Bruce Willis, que es la voz del pensamiento del bebé, es casi la misma voz de Travolta y genera confusiones. Pero son confusiones que no duran ni un minuto, porque tampoco es que es tan complicada. Vemos Mira quién habla y nos ponemos como pelotudos a la hora de la siesta y decimos "qué bonito", y miramos la panza. Afuera está nublado y son las tres de la tarde. Vemos Mira quién habla y nos preguntamos qué será de la vida de los chaboncitos que actuaron del bebé que piensa con la voz de Bruce Willis. Más tarde, en la web, no encontramos nada de información sobre ellos. Ninguno es conocido ni volvió a hacer nada relacionado con el cine. Hay un comentario perdido en imdb de alguien que dice que uno de los chicos ahora trabaja en una tienda canadiense, en atención al público, que es un buen chico y tiene el pelo largo. Otro le contesta: lo re conozco, es un buen chabón.

***

Los miércoles siempre llueve. Eso lo tengo clarísimo.

miércoles, julio 30, 2008

miércoles

Me voy por unos días. En minutos nomás salgo para Retiro, calculo que en el 152, gran colectivo. Después, caminar por ese hervidero de gente, chocando transeuntes con el bolso, oliendo chipás, garrapiñadas y dióxido de carbono. En la terminal, encontrar el andén correspondiente. Tal vez, comprar una revista de lectura fácil y amena. Tal vez, comprar unas pastillas de menta para disimular el mal aliento de la mañana. Tal vez, ir al baño. Tal vez, conseguir asiento mientras espero, ojear la revista, comer una pastilla de menta. Ver aparecer por el este el bólido amarillo. Sacar el pasaje del bolsillo, acercarme a la puerta. Entregarle el pasaje al chofer que hace de azafato. Decirle buenas tardes. Subir la escalera. Encontrar el asiento. Dejar el bolso arriba y lo importante (la música, los libros, la revista) abajo. Sentarme. Estirar las piernas. Correr la cortina para ver la terminal y sus movimientos que a simple vista parecen aleatorios, anárquicos, pero si uno pudiese darse el tiempo estudiarlos, encontraría patrones, huellas, caminos recurrentes. Como con todo. Escuchar cómo se prende el motor y todo el ómnibus adquiere una tensión repentina, un balanceo apenas perceptible, un ronroneo adormecedor. Escuchar el freno de aire. Escuchar cómo acelera y las cosas del mundo exterior se empiezan a alejar. Acomodarse bien en el asiento y calcular la distancia con la televisión. Hacer apuestas mentales sobre las películas que van a dar: cuántas con Steven Segal, cuántas con Chuck Norris, cuántas con Eddie Murphy, y así. Esperar el caramelo que entrega el azafato vestido de amarillo, y que suele ser correntino o misionero. Comer el caramelo y guardar el papelito en el bolsillo. Cambiar de bolsillo el papelito porque incomoda. Y después, lo de siempre. Comer, dormir, ir al baño, oir ronquidos lejanos que se confunden con la película y con el ruido del motor. Mirar para afuera por la ventana; ver cómo la ciudad se empieza a achicar a medida que nos alejamos; si es de noche, más tarde, intentar adivinar el relieve de la estepa: dónde acaba la pampa y empieza el cielo, dónde termina la vida y comienza el sobrevivir; ver aparecer y desaparecer ciudades y pueblos y enseguida más negror, más nada. Despertar. Reconocer el nuevo paisaje. Desayunar. Mirar otra película. Dormir. Comer. Leer. Dormir. Ver aparecer el Nahuel Huapi después de esa curva. El Tronador a lo lejos, el López. Después la vía, y si estás de suerte, el tren patagónico. Después el río Limay. Después llegar.

domingo, julio 27, 2008

domingo

*Salieron ayer a la madrugada. Me desperté para despedirlos, eran las cuatro y media. Hacía bastante tiempo que no me despertaba tan temprano, o que no me acostaba tan tarde. Tomamos té. Esperamos. Llamaron: pinchamos la goma, la cambiamos y vamos. Dijimos: ¿será un mal augurio? Respondimos: no creemos en los malos augurios, no creemos en la mala suerte. Tomamos té. Miramos por la ventana: cómo el sol se dejaba adivinar hacia el este, cómo los pájaros que cantan a la mañana todavía dormían. Pusimos las manos en la panza, esperamos una patada. Escuchamos radio, AM, como si estuviésemos en Morón, haciendo tiempo en una remisería. Casi no hablamos. Dijimos: te voy a extrañar, aunque sea poco tiempo. Dijimos: yo también. Llamaron: estamos cerca, vayan bajando. Fuimos bajando. El auto arrancó por la calle vacía. Esperé en la puerta hasta que desapareció, como tragado por la oscuridad: la única luz, el rojo, el amarillo, el verde del semáforo de la esquina.

*Volví a la cama, enorme, ya fría. Dormí. Llamaron: estamos en Pehuajó, buscanos el dial de la radio. Desperté y prendí la computadora. Guglié. Busqué el dial de la radio. Volví a la cama, otra vez enorme, otra vez fría. El sol se adivinaba por entre las hendijas de la persiana. Teléfono: equivocado. Dormí. Pesadilla. Teléfono. Despertar completamente me llevó todo el día.

*Después, los mensajes: ahora Trenque Lauquen, ahora Santa Rosa, General Acha, General Roca, Neuquén, Piedra del Aguila. Allá pasan los kilómetros, acá las horas.

jueves, julio 24, 2008

miércoles, julio 23, 2008

miércoles

Recibí un mail de Aye, a propósito de Américo Riquelme. Y dice así:

Hola Chino,
gracias por las memorias de la casona. A todos nos falla la memoria y a medida que pasa el tiempo la casona crece y los recuerdos se hacen distintos, como con un poco de fantasía. La gran pava todavía anda por casa o por ahí. Lo mas impresionante fueron las lágrimas de vidrio que quedaron por todo el jardín, algunas podían reconocerse que en algún momento fueron las copas de cristal o el espejo grande del comedor.
Américo empezó a cobrar una jubilación y ahora se puso todos los dientes, así que tiene una sonrisa de caballo muy blanca. De todas manera todavía tiene ese pelo negro, aunque con más canas, y esa capacidad increíble de poner sobrenombres, como a Nico= pocosirve, a Mónica= tormenta o pajarita, según su estado de humor, a Dami= bronce.
Y bueno, de la casa quedan restos quemados, muy pocas fotos, un anillo de Susana, pero muchos recuerdos y partidos de futbol o hockey en ese pasillo abajo de las escaleras.
Saludos, Chino.
Te mando un abrazo grande.

martes, julio 22, 2008

martes

El caballo llegó en un camión desde Buenos Aires. El remitente era Julián Weich y lo recibió todo el pueblo, sorprendido y medio. Hubo cámaras e iluminación artificial, aparición en los medios y quince minutos de fama del afortunado adjudicatario, de quien ahora no recuerdo el nombre.
***
Cuando las luces y las cámaras se apagaron, cuando el reloj marcó el minuto dieciséis, cuando la sorpresa se evaporó como los charcos de la primavera, ahí, en ese momento, un vecino silencioso y hambriento enlazó al jamelgo en la oscuridad y lo hizo trotar entre las mosquetas y los sauces; subió montañas y vadeó arroyos, y llegó al galpón, que más que galpón era rancho y ató el lazo de cuero de vaca al ciprés que oficiaba de palenque.
***
Descansó unos minutos, las paredes humo y grasa, los pisos de tierra dura. El cuchillo, largo, deformado de tantas afiladas, estaba sobre un cajón de madera que hacía de banco y de despensa. Se acercó por la izquierda, como corresponde, y le palmeó los hombros. El caballo -pura sangre, pura carne, puro cuero-, asintió con la cabeza.
***
El golpe fue perfecto. Ni un relincho: las piernas se doblan, el cuerpo cae despacio hacia un costado -el derecho, como corresponde-, la lengua se escapa de la boca, la respiración se hace más lenta, torpe. La sangre mancha el pasto y humedece la tierra.
***
Lo colgó de los cuartos traseros del ciprés ex palenque, ahora gancho de matadero. Lo cuereó, lo trozó, lo saló.
***
Lo asó. Lo comió. Lo guardó.
***
Cuando lo descubrieron, volvieron las cámaras y las luces artificiales, los medios y los periodistas. Hubo preguntas e indignación, tan lindo que era el caballo, tan puro, tan bueno. Tan venido de Buenos Aires. Tan mandado por Julián Weich.
***
El vecino silencioso alegó hambre. Doce años después nadie se acuerda de nada.

sábado, julio 19, 2008

sábado

*El 29 de septiembre de 1980, el Washington Post publicó un artículo revelador escrito por la periodista Janet Cooke. "Jimmy's World", tal el título del escrito, trataba acerca de la vida de Jimmy, un nenito de ocho años que –y aquí la noticia– era tercera generación de una familia de adictos a la heroína. Jimmy, con su pelo arenoso, sus ojos de terciopelo marrón y sus marcas de aguja en su piel de bebé. La investigación de Janet ganó un Pulitzer. La investigación de Janet era mentira.

*En marzo de 2003, el periodista Jorge Zicolillo envió desde Bagdad –"desde el frente"– varias crónicas para la revista TXT sobre el desarrollo de la guerra de Irak. Tiempo después se supo que Zicolillo nunca había salido de su departamento de la ciudad de Buenos Aires. Palermo Bagdad.

*También en 2003, pero en mayo y en Estados Unidos, se descubrió que Jayson Blair, de 27 años, periodista del New York Times, había estado al menos durante seis meses inventando noticias y plagiando artículos. Más tarde, desde el New York Times dirían: "hemos detectado hasta ahora irregularidades en por lo menos 36 de los 73 artículos que escribió".

*Nahuel Maciel comenzó su carrera en el Cronista Comercial. Mario Diament, director del matutino en ese entonces, lo describe así: “Era de baja estatura, cuerpo enjuto y una mirada inocente enmarcada entre rabiosos mechones de pelo lacio y una barba intensamente negra. Traía, según dijo, una recomendación de Eduardo Galeano y otra del escritor Oscar Taffetani, de la revista El Porteño y se presentó como un indio mapuche que había escrito artículos para "Le Monde", de París y "The National Geographic", algunas de cuyas fotocopias traía consigo para probarlo. Venía a ofrecer –dijo– una entrevista con Mario Vargas Llosa que había realizado vía fax, lo cual, para una editora que acaba de ver pulverizarse la nota principal del suplemento, caía como maná del cielo”. Maciel continuó su trabajo con entrevistas exclusivas realizadas a notables personajes de la cultura a nivel mundial, como Gabriel García Márqueting, Umberto Eco, Ray Bradbury, Carl Sagan, entre otros. No mucho tiempo después, una serie de eventos inesperados llevaría a descubrir que todo lo que manaba de la pluma de Maciel era producto de su fértil y febril imaginación.

*Todo para decir que en este domingo de nubosidad variable no sólo no se me ocurre nada, sino que ni siquiera tengo las ganas suficientes como para ponerme a inventarlo.

viernes, julio 18, 2008

viernes

La luna aparece por atrás de los dos edificios mellizos que están en el este. Los edificios son de esos forrados en ladrillos rojos, con antenas viejas en las paredes y ropa colgada en los balcones. Por la noche está bueno contar en cuántos y cuáles de los departamentos están viendo televisión: la luz azulada rebota en las paredes y provoca un efecto hipnótico; a veces en varios departamentos el reflejo es el mismo, como para que ibope se entretenga un rato. Pero hoy no se ve la tele, porque la luna aparece por atrás de los dos edificios, y está casi llena e ilumina todo.
***
Así, pero un poco más épica o triunfante aparece la luna por atrás del Piltriquitron, frente a la casa. Aunque allá la luna tarda más en salir: primero está un rato iluminando todo, de a poco, agazapada, a la espera. Si estás afuera y los ojos se te acostumbran a la oscuridad podés ver cómo el Pirque, en el oeste, comienza a tomar forma; cómo los relieves empiezan a notarse: los valles cada vez más negros, las protuberancias cada vez más claras; cómo los árboles quemados desde el incendio del 87 vuelven a quemarse de a poco con esa luz blanca, brillante y a la vez opaca. Y de repente, como escupida, sale y la luna ya está casi en el cenit, arriba del todo, más chica de lo que parecía. Se sabe, la expectativa siempre arruina las cosas.
***
Una vez saqué fotos del río, de noche, con la luna llena. Cuando las revelé, meses más tarde, encontré un río que era ruta, un cielo que era gris, estrellas que eran rayas, y el negro negro de la sombra de los sauces de la orilla. Corrijo: el río no era ruta: era una huella de agua congelada, era un camino azulado, del azul ese que se ve en los edificios mellizos cuando sus ocupantes miran tele por la noche.
***
Esa misma noche, la de la foto del río, salimos a caminar con padre. Caminamos por la ruta, primero hacia el sur, después hacia el norte. Vimos salir la luna como tres veces, la vimos rebotar en cámara lenta en las montañas: un efecto óptico que está mejor cuando lo ves desde el auto, volviendo de Esquel, con buena música saliendo del estéreo.
***
En la caminata llevé la cámara y saqué fotos a un cartel que señala curva, curva hacia la derecha, la curva que viene después de lo de los Godoy, o de la Carreta; esa que está justo en la entrada del cementerio. Fue la noche, también, en que pensamos en el guión de la película "El hito", guión que nunca escribimos. La noche en que imaginamos caminar así como caminamos, en la oscuridad, guiados por las líneas blancas del medio, hasta que de repente, nada más. Olas, mar, ruidos, bruma, el fin del mundo. Y entonces volver.

martes, julio 08, 2008

martes

Nos enteramos en San Miguel de Allende, México. La noche era cálida y en las plazas había olor a comida y personas que gritaban cosas y caminaban felices.
Nosotros estábamos cansados. Habíamos ido a unas termas por el día, en el medio del desierto: soledad y aguas calientes. Ya de vuelta habíamos ido a una farmacia a comprar el evatest. Le tuve que explicar a la farmacéutica: el palito ese, donde la mujer "orina" y después. Ah, ya, la prueba de embarazo. Eso. La guardamos en la mochila.
***
Volvimos al hotel, que era como la casa del Zorro o, mejor, era la casa de Diego de la Vega. La puerta de la habitación era grande, pesada y adentro el ambiente era frío y español. Había candelabros, cuadros antiguos, ruidos lejanos. Teníamos las cosas desparramadas sobre la cama (las camas en México son como sus camionetas: gigantes, exageradas; alguien algún día me lo explicará): dos libros, un monedero, mapas, folletos, la guía del mundo solitario, la billetera, pasaportes, la prueba de embarazo. Nos hacíamos los distraídos. Cada tanto, la pregunta: "mirá si". O: "qué onda si". Por supuesto, ni intentábamos responderlas.
***
Salimos a comer. Tomados de la mano caminamos por las calles empedradas, bajo la luz de los faroles. La guía recomendaba un restaurante barato y rico, y nos costó bastante encontrarlo. Tenía un patio y un mozo lento pero amable. Pedimos guacamole y unas milanesas o algo parecido: no teníamos tanta hambre. Entonces, salí afuera, no sé si a fumar un cigarrillo o a mirar pasar a la gente, y ahí estaba la luna llena, tapándose de a poco por la tierra que se interponía entre ella y el sol. Había eclipse.
***
Ni el guionista más grasa lo hubiese pensado así.
***
EXTERIOR - SAN MIGUEL DE ALLENDE - NOCHE
Es evidente que van a tener un hijo, se respira en el aire. Además, el pueblo es muy lindo y caminan por las callejuelas mientras unos mariachis trasnochados tocan guitarras y trompetas. En el cielo, la luna primero se pone naranja, después va oscureciéndose de a poco, para terminar negra, con un aura benjaminiana que la rodea, algunos aplauden. Sus vidas están a punto de cambiar.
***
Sabemos que va a ser un varón y que se va a llamar Juan. Juan solo, como Napoleón.

sábado, junio 21, 2008

sábado

"Me llamo Bruno Américo Riquelme y me gustan las de treinta", decía, en letra cursiva, desprolija y carbónica sobre la puerta de madera de la casa abandonada que oficiaba de taller o galpón o depósito, en lo de Aye, camino a la loma. Dentro de ese galpón se podía encontrar cualquier cosa. Había alambre, mucho alambre, herramientas, nylon, fierros retorcidos, madera, ruedas de un rotovator abandonado. Rotovator: creo que nunca había escrito esa palabra.
***
Bruno Américo Riquelme trabajaba en la casona, la casa de la abuela y los viejos de Aye. Una casa enorme de techos y paredes de alerce, con escaleras de madera, cuartos oscuros con olores extraños, pisos ruidosos, fantasmas para elegir, habitaciones misteriosas en las que no entraba nadie, el recuerdo de un conde polaco que murió una nochebuena, ecos de las prostitutas que, decían, habían poblado la casa mientras construían la ruta hace tantos años, daguerrotipos colgados de las paredes. Una mansión que crece a medida que la olvidamos.
***
A Bruno Américo Riquelme lo recuerdo sentado en una silla rota, atizando el fuego de la enorme cocina económica, en la que siempre había una pava de proporciones épicas con agua caliente o una olla con polenta para los perros o panes leudando. Me lo acuerdo, también, borracho de vino de botella verde, con la piel curtida, pero curtida en serio, con surcos atravesando los pómulos, los ojos negros hundidos, y apenas un par de dientes, asomando imbatibles como los troncos de un muelle abandonado. Pero era alto, y tenía garbo o algo parecido: el pelo negro oscurísimo, sacos azules con bordados, camisas blancas. Y además era poeta o hablaba como poeta y decía cosas como "bandurrias de hojalata" para referirse a los aviones. Tenía más metáforas que dientes.
***
Un día de junio o julio de hace un par de años la casona se incendió íntegra. Susana, la abuela, estaba sola, el incendio empezó en el living. De los tres pisos quedaron cenizas, la pava retorcida por el calor, un lavarropas, ladrillos chamuscados, fantasmas sueltos.

***
A Riquelme lo volví a ver hace no mucho, caminando por la calle asfaltada del Hoyo. Yo hacía un trámite o iba al hospital o buscaba a Padre en la cooperativa. Riquelme estaba lejos pero lo reconocí. Caminaba lento, miraba el suelo, vestía traje.

jueves, junio 12, 2008

jueves

*Primo M vive en Taiwán con C, su chico desde hace un tiempo. Primo M se va de viaje por laburo a Miami, Haití y algún lugar más. Cuando llega, o al tiempo, primo M se pelea con C. Algo malo hace o hizo, porque lo cuenta con culpa, con pocos detalles, como al pasar.
Primo M me escribe: dice feliz cumpleaños atrasado, dice que toma muchos cafés para mantenerse despierto en la noche taiwanesa, dice que ahora está en Corea con su amiga Muran. Que necesitaba a alguien cercano y cerca. Cerca, para primo M, es Corea.

*Primo A vive en Salta con su papá. Tiene más o menos mi edad, pero cuando era chico tuvo o le pasó algo que lo volvió un poco lento. Primo A es bueno, y en algún momento creció mucho y entonces ahora es bueno y enorme. Primo A consiguió mi número de celular y me llama cada tanto, casi siempre los martes. Llama desde Salta y habla sobre lo que se le ocurre. Pregunta por mi familia y siempre manda muchos saludos. A veces no lo entiendo, pero no hace falta. Va a venir de visita dentro de poco y quiere que nos veamos todos. Para primo A, lo primero es la familia.

jueves, mayo 22, 2008

jueves

Padre cuenta que murió Inacayal. O mejor dicho, cuenta que encontraron a Inacayal, ya muerto, ya hueso blanco sobre el pasto verde, ya fuego fatuo iluminando el mallín.
Inacayal fue mío, al menos la mitad. Tengo la foto en la que estamos Alan y yo sosteniéndolo: Alan tiene barba, yo una campera azul, está todo nevado, Inacayal es potrillo. Ahí, en ese momento me dijo que me regalaba la mitad, o fue más romántico -medio caballo no puede ser romántico nunca- y dijo que era de los dos, o que también me pertenecía, o lo que fuera.
***
Las fotos sirven para eso: para recrear un recuerdo que se te escapó hace tanto, para llevarte de regreso a lugares que jurarías que nunca visitaste, para decirte: fue ahí cuando te regaló medio caballo.
***
Pasa algo parecido cuando tu abuela te cuenta algo que dijiste cuando tenías tres años. Ese no era yo. Sí, suena lindo, y se lo podría decir en el oído a una chica sexy mientras la música y las luces de una discoteca nos vuelven locos: sabés, esto se lo dije a mi abuela cuando tenía tres años. Oh, qué adorable, ¿querés salir conmigo?
***
Abuela dice que cuando tenía tres años le pregunté: "Cuando me muera, ¿puedo ir a tu cielo?, el nuestro está lleno de animales". ¿Quieren salir conmigo?
***
Se habían muerto el caballo Hamelin, el perro Milton, y el bisabuelo Antonio. Muertes cercanas y absurdas como todas, pero el cielo sonaba como un lugar soportable, un consuelo válido. Con el tiempo las muertes siguieron: un dominó lento, algo -un viento, un suspiro- toca una ficha, al rato otra cae, y así. Murió Milton segundo, murió Rowan, murió Buli, murió el gallo, murió Crack, murió Compay, murió Tupác, se comieron a Mosqueta, mi yegua, murió Coirón. Y ahora Inacayal, y Morgan en el galpón, en la espera, con su ojo negro y el otro rojo, con la cadera partida.
***
Nuestro cielo hoy es un mapa invertido de nuestra tierra, un mapa habitado por opuestos, por los muertos, nuestros muertos. Hay muchos animales. Martín es el pastor.

miércoles, mayo 21, 2008

miércoles

*Colgamos la ropa en la terraza para que llueva.

lunes, mayo 19, 2008

lunes

La primera vez que probé la sustancia adictiva hoy conocida como internet fue un mayo frío de 1996, o por ahí, en la cooperativa telefónica de El Hoyo City, calle Islas Malvinas sin número, sin asfalto, sin vereda.
Entramos, Alan, Nico y yo, dijimos una suerte de contraseña y nos abrieron una puerta que daba a un lugar secreto: una baticueva llena de cables y computadoras y olor a café. Pasamos frente al escritorio de uno que trabajaba ahí que ahora no me acuerdo su nombre, pero sí que hacía ruido de gato con la boca; ruido de gato en celo, gato enojado, gato malo. Le parecía gracioso.

***

¿Alejandro? ¿Fabián?

***

Cerca de la computadora había otras personas, técnicos, curiosos, esperando el milagro. Nos acomodamos a una distancia prudente, manteniendo el incógnito, manteniendo el misterio. No nos saludamos.
Hubo de pronto ruidos metálicos, chirridos, rasguidos, eso. El sonido del futuro, dijimos. El sonido del modem, corrigieron.

***

-Conectó -dijo uno de los que estaban frente a la máquina.
Nos acercamos a la pantalla, había una N grande.
Alguien sugirió ir a altavistapuntodigitalpuntocom: “ahí se puede buscar cosas, lo leí en una revista”. Sonrió, se acomodó los anteojos y se sintió Bill Gates.
Fuimos. Tardó una eternidad.
-Busquemos algo -propuso Bill, ya cómodo en su rol de gurú tecnológico.
-Qué -preguntó el que estaba al teclado.
-No sé -replico el sosias del fundador de Microsoft.
-Tetas -dijo alguien.
-Tetas -confirmó el resto.
En ese momento, y ahora también pero un poco menos, decir tetas era decir Pamela Anderson y hacia ella navegamos, con las olas de tres metros del modem de 14.400bps, con los fuertes vientos de una línea telefónica arruinada.

***

Una foto de Pamela en un balcón, con un top infartante, tardó en bajar más de media hora. Quedamos en la baticueva sólo Alan, Nico y yo: el resto tenía cosas más importantes que hacer antes que ver aparecer el progreso apenas vestido, asomado en un balcón que daba a San Francisco o Los Angeles, sonriendo con dientes blancos y pómulos levantados .

***

La construcción de la imagen, a razón de dos milímetros por minuto, no era lo que se podría llamar el erotismo o la pornografía y pronto nosotros también desistimos. Fuimos a la página de los Rolling Stones, la primera banda de rock que se nos ocurrió. En algún lugar, además de las fechas de las giras, las letras de las canciones y algunas fotos de la banda, estaba la opción de escribir una historia relacionada con ellos. Escribimos, en un inglés un tanto oxidado, sobre aquella vez que los Stones tocaron en una fiesta de graduación en el Bolsón; esa vez que Charlie Watts terminó borracho de ponche y Mick Jagger apretándose a una porrista. Fue lo máximo que nuestra capacidad de ficción nos permitió. Firmamos manteniendo el anonimato.

***

Pasaron más de diez años desde aquella primera vez. Mucho tiempo. Sin embargo, me gusta pensar que los usos posibles de internet estuvieron condensados en esas dos horas que pasamos frente a la máquina: pornografía, música, anonimato.
Ahora es todo lo mismo, pero más rápido.

viernes, mayo 09, 2008

poesía contemporánea

El olor a lavandina
de las tres empleadas
domésticas
inunda el 36 que va
para villa celina,
a la altura de flores.


Más adelante suben los obreros
de la construcción
tienen el pelo recién lavado
y sus olores son de axe,
unos usan el musk
y otros el conviction.


El que se sienta en el
asiento que está
detrás de mí
usa el nuevo,
ese que es de chocolate,
pero apenas se distingue.


Las empleadas domésticas
no conversan entre sí.
Son tres y se tocan las manos
cada una las propias
y se arreglan las uñas y
buscan imperfecciones.


Una chica que conocí
hace mucho, a la pielsita
que suele salir al lado de la uña
le decía padrasto porque molestaban,
pero si te los sacás a la fuerza
duele más.

(anónimo)

miércoles, mayo 07, 2008

miércoles

*Tal vez estaba esperando que entrara en erupción un volcán para ponerme a escribir. Pero creo que ni siquiera eso. Nico dice: acá está áspero como aliento de búfalo. ¿Se ve la nube?, le pregunto. Sí, sí, mal, papá, hoy a la mañana una nube negra subía por los valles del Epuyén y desde Patriada y Lago Puelo, daba mucho miedo. Migui me manda mensajitos. Uno dice: mañana si llueve, ceniza. El segundo: está tremendo esto. El pueblo está desierto; no deja de ser excitante. El tercero: boló, hay milicos con barbijos parando a los autos. A la noche hablo con padres. Están viendo tele, casi todo el día estuvieron así, parece que recomendaron no salir de las casas ni circular en automóviles. Padre dice que está chotísimo, aburrido, una capita gris de arena por todos lados. Le pregunto si está escribiendo graffittis apurado ante la inminente y definitiva erupción, en ese homenaje contemporáneo a los pompeyos que había previsto. Me dice que no, que se había olvidado.
Mientras tanto, yo acá, copado con el humo de la quema de pastizales.


*Anónimo preguntó por mis abuelos maternos. Yo mastiqué la pregunta y dejé madurar la respuesta. Escribí en un borrador: me cuesta escribir sobre mis abuelos maternos. Agregué: así como me cuesta escribir sobre todo aquello que es bueno, alegre y tiene final feliz. Como hablar sobre tu novia buena: es tanto más fácil hacerlo sobre la mala; los rencores, los celos, ah, así cualquiera. Y completé el primer párrafo con: alguien alguna vez me contó sobre El idilio, el género, ese lugar donde nada sale mal, el amor siempre regresa y los buenos siempre ganan. Y sobre su imposibilidad narrativa.
Lo releo y no me convence. Seguía así: Madre suele contarme que el día en que mi abuela se enteró de que iba a ser abuela -yo fui su primer nieto- dejó de teñirse el pelo, se puso un delantal de cocina, y agarró varios libros de cuentos, para empezar a memorizar. Ese día su vida tomó una nueva dirección, y decidió estar preparada para hacerlo lo mejor posible, como había hecho con todas las otras cosas que había decidido hacer. Seguro que no fue tan lineal ni automático, pero me gusta pensar que fue así: mientras crece la panza de Madre y yo en ella, el pelo de mi abuela se va encaneciendo, las arrugas avanzan por su cara como esos ríos de Africa cuando por fin llega la época de las lluvias, y recita frente al espejo como endemoniada: “Fue entonces cuando Hansel y Gretel salieron al bosque a pesar de las advertencias de sus padres”, en cada nueva versión agregando suspenso, sumando metáforas, quitando tiempos muertos, exceso de descripción. Y así, cuando en la madrugada del ocho de junio de 1982 nací en el hospital San Carlos, ella ya estaba preparada.
No tenía un final definido.


lunes, marzo 17, 2008

lunes

Llegamos a lo de mis abuelos aristócratas, bajamos del auto y nos quedamos hablando frente a la reja. Siempre es igual, llegamos, hablamos, esperamos, como tomando aire antes de entrar, y después sí: timbre, y avanzar esos ocho o nueve metros hasta la puerta de roble en la que ya espera mi abuela con su pelo lacio y blanco y sus ojos de un azul pileta que podrían hipnotizar, si alguien se atreviese a sostenerle la mirada.
Esta vez hace bastante que no la vemos, así que los saludos son afectuosos y casi efusivos. Nosotros somos Padre y hermanos lado A y B y Manu, novia de lado B. Ellos, abuela -es tiempo de que sepan que la llamamos Granny- y abuelo -a él, Granpa-. Hoy no tienen ayuda, la mucama no está, pero igual nos reciben. Y el igual no es azaroso.
Abuelo intercepta a Padre en el hall de entrada y le dice que lo disculpe, pero se va a tener que ir porque se había olvidado que tenía que hacer algo. Padre le pregunta qué es lo que tenés que hacer. Abuelo le responde pará que no me acuerdo, pero lo tengo anotado en un papel. Padre le dice, bueno. Abuelo encuentra el papel en el bolsillo, lo desdobla con cuidado, acodado en su bar de madera lustrada infinitas veces, y dice acá está, era esto: un seminario sobre la falta de memoria. Varios reímos y Abuelo se retira, con su andar que desafía la gravedad de tan inclinado hacia adelante que va, y con su boina y su perfume, que debe ser el mismo que olemos desde que tenemos memoria.
Abuela nos invita a la mesa, que ya está servida para el té. Está relajada, y eso es bueno, porque nos podemos sentar donde nos plazca. Yo elijo una punta de la mesa rectangular, justo frente a los sándwiches de miga, y a menos de veinte centímetros de las tostadas. Tengo que pasar las tazas servidas de té earl grey, sí, pero no es tan grave.
Lo bueno de cuando Abuela está relajada es que los temas de conversación circulan como los autos en la avenida Córdoba a la madrugada, en esas horas cuando la onda verde pareciera poder llevarte hasta Mendoza o Chile, sin que nadie se te interponga en tu camino. Y ella se ríe, y está buena su risa: es contagiosa.
Yo tengo un comportamiento oscilante cuando voy a la casa de mis abuelos. En general, me vuelvo un pelotudo a secas. Mi postura corporal se convierte progresivamente en la de un muñeco de torta enyesado y mi modulación intenta imitar a la de los locutores de radio FM de pueblo. Coloco la servilleta de tela blanca o beige -la que toque- sobre mis muslos, y las manos apenas si tocan la mesa: los codos jamás. Y así. Defiendo mis ideas, eso sí, pero igual trato, con el rango de cancillería que me caracteriza, de transitar por la soleada vereda de las conversaciones intrascendentes antes que asomarme temerario a los caminos poceados de temas algo más intensos, digamos Política, digamos Historia, digamos, Cultura, digamos Sexo, digamos Economía. Temas que, invariablemente, en algún momento de la tarde aparecen y lo único que funciona, a esa altura, es llenar otra vez la copa de vino tinto y asentir, siempre asentir.
Otras veces, como ésta, no hace falta la careta y todos nos dejamos fluir un rato. Se cuentan chistes malos, se apela a la ironía y al cinismo -las armas preferida de Abuela-, a cierta maldad divertida -que tal vez sea lo mismo que el cinismo, no lo sé- , y esas cosas. Además nos comemos el arrollado de dulce de leche, que en esta mesa se llama rolly polly, en honor a Padre, que se llama Pol, que más tarde mientras se ríe nos cuenta que en realidad a él nunca le gustó el arrollado, pero que Abuela siempre se lo hacía o para su santo o para su cumpleaños, y que bueno, le terminó gustando. Y comemos tostadas con pan lactal, que mientras están en la tostadora huelen igual a la primera vez que estuve en esa casa inmensa y alfombrada. Y tomamos té. Mucho té. Y miramos el jardín. Y Padre, que no tiene que hacerse el muñeco de torta, porque nunca lo hizo y ahora sería demasiado tarde, se escabulle silencioso y se va a la pileta del fondo, esa que es tan azul como los ojos de Abuela y se tira, sin toalla, sin apuro.
Abuela se hace la distraída y todo sigue su curso. Un curso absurdo, a veces. Pero un curso que cada tanto está bueno volver a transitar.

domingo, marzo 16, 2008

domingo

Ayer, mientras miraba a Dylan sostenerse en el teclado mientras jadeaba sus canciones, no pude dejar de pensar en No Country for Old Men, la película de los Coen. Su mirada fija en el piso, o en el Oscar que había en el escenario, sus dientes made in Corega -"Con Corega ahora canto Blowin' in the Wind y suena"-, el sombrero de ala ancha, el bigote de mexicano prolijo, el sudor oscurenciéndole las axilas, el pañuelo hinchado en su cuello: un cowboy fuera de lugar, o peor todavía, en el lugar equivocado; en síntesis, un viejo sin país.
Y después empecé a tejer hipótesis, sobre el porqué de Dylan, el porqué de su importancia, el porqué de su papel tan extraño y a contramano, el porqué de su ser fundamental, y muchos otros porqués más. Poco más tarde todo terminó y quedamos tarareando la canción de movistar que sonaba en la pantalla y que ahora no me acuerdo pero que decía algo así como "no es para mí", y también las canciones de Dylan como nos hubiese gustado que sonaran, aunque hayamos entendido el porqué de cómo sonaron. Una sensación parecida tuve en México, pero ahí no lo pude ver: la fila Z es la última, sépanlo.

miércoles, marzo 05, 2008

coirón


*Se llamaba así, como el pasto seco que se peina con el viento de la estepa. Alguna vez fue joven y arisco, o mejor: el más joven y el más arisco. Agarrarlo era una proeza épica y se necesitaban varios de los mejores arrieros. Le decían Houdini, o le podrían haber dicho de esa manera: podía estar encerrado en un rincón del corral, rodeado de cinco personas con los brazos extendidos para parecer más, y sin embargo.

*A mí me tiró más de una vez. Y en otra ocasión tuve que saltar en pleno galope, y caí en un charco. Ibamos Migui y yo, él en Inacayal, yo en Coirón. En silencio, a la velocidad de dos caballos veloces nos miramos y planificamos el salto, había que hacerlo antes de llegar al ripio. Saltamos. Lleno de barro y con la nariz sangrando juré que nunca más iba a volver a cabalgar. La promesa duró menos que el dolor de nariz y el orgullo mancillado.

*Coirón era la base de realidad en nuestro far west a escala. A él le poníamos el freno y la montura y después el rifle de madera y recién ahí nos subíamos, no sin la ayuda de un tronco. Una vez arriba, cabalgábamos hacia el poniente, con la sombra del sombrero de ala ancha oscureciéndonos la mirada.

*Padre lo buscó en El Maitén cuando todavía era un potrillo -Coirón, no él; o los dos, no sé-. Después fueron desde Bariloche a la chacra, en la época del año en que las nieves empiezan a bajar de las alturas. En ese viaje esquió con el caballo, y también conoció al diablo, que habitaba en una cabaña de madera en alguna montaña perdida.

*Era bueno con los chicos y malos con los grandes, como corresponde. Por nosotros se dejaba agarrar, simulaba escapar y más tarde se hacía el atrapado sin salida. Le podíamos poner la montura y el freno casi sin problemas. Era atento con Martín y no le tenía miedo a la silla de ruedas.

*Coirón vivió unos treinta años, mucho para un caballo, y casi todos con nosotros. Coirón murió el primero de marzo, en el cuadro de la avena, lejos de los demás caballos, viejo, cansado, orgulloso. Alguien puso una flor roja sobre su lomo.

lunes, marzo 03, 2008

dos meses

La casa está vacía. La mesa, finalmente ordenada; el piso barrido. La lámpara apunta hacia la pared blanca y llena la habitación de una luz cálida, somnolienta. Por la ventana abierta llegan olores y ruidos que creía haber olvidado. Laurie Anderson canta a lo lejos.
Fueron dos meses de no estar acá. Dos meses no parece mucho comparado con, no sé, el avance o retroceso de un glaciar, o el crecimiento de las tortugas Galápagos. Pero en estos casos es distinto: dos meses es bastante, o al menos es el tiempo suficiente para que pasen muchas cosas.

Algunas cosas que pasaron:
Cosechamos arándanos por las mañanas, mientras los zapatos se nos mojaban con el rocío. Viajamos a Comodoro a vender el arándano que habíamos cosechado. Vimos la estepa y el Atlántico. Murió Agente Cooper, el gato, y lo extrañamos. Nos casamos en una fiesta que duró cinco días y en la que el vino blanco corrió como el Epuyen rumbo al Pacífico, las vacas y los corderos y los pollos se sacrificaron como niños aztecas por nuestro amor, el sol brilló y no por su ausencia, y todo fue felicidad. Algunos levitaron. Hubo días de lluvia en los que vimos Doctor House y bebimos vino sentados alrededor de la chimenea. Hubo días de calor en los que nos tiramos al río y escuchamos música y jugamos al fútbol; incluso hubo días en que la rutina de las vacaciones nos hizo creer que estábamos aburridos. Vinieron amigos de todos lados y la pasamos muy bien con ellos. Cantamos karaoke y estencileamos remeras. Comimos pizzas bajo la tenue luz de las estrellas. Nos sentamos alrededor del fuego, adorándolo, o al menos aprovechando su luz y calor. Desayunamos en la mesa del comedor, con el sol de la mañana iluminándolo todo. Llegó Rospentek, el caballo azulejo y malacara acompañado por su madre, Bonita. Cantamos los Beatles. Buscamos un lugar para hacernos la casa. Comimos shawarma en la feria. Volvimos a Buenos Aires por una noche y lo vi a Mariano y cenamos con primo Martín y Conrado y Mike. Fuimos a México, y primero vimos desde el avión las luces naranjas e infinitas del DF y después caminamos por las calles del Centro histórico, oliendo ese olor que es a cloaca y a comida y a tantas otras cosas. Fuimos al Pacífico y nos metimos en un mar bravo y espumeante como perro rabioso, y también dormimos sobre la arena caliente y leímos. En la selva escuchamos monos y observamos impávidos cómo la vegetación avanzaba sin dar tregua. En el desierto seguimos el recorrido de las estrellas y, antes, el de las sombras largas de los cáctus que parecieran querer escaparse de ese mundo llano y seco. Dormimos en varios hoteles que llevaban el adjetivo Principal como nombre. Y nos quisimos. En San Miguel Allende vimos el eclipse y algo más; en Guanajuato nos perdimos por esas callecitas absurdas. En el DF hablamos con taxistas y recorrimos la interminable red del Metro. Y la comida, por supuesto. Leimos el diario mientras esperábamos el desayuno. Escuchamos radio en una tráfic que desafiaba en cada curva la ley de la fuerza centrífuga -si es que la fuerza centrífuga se rige por alguna ley- y, mejor todavía, le ganaba. Escuchamos a Bob Dylan perder su voz desde la última fila del Auditorio Nacional mientras intentábamos adivinar su atuendo. Volvimos. Tuvimos un poco de jet lag. Fuimos a Chascomús donde con primos y hermanos y mucha otra familia festejamos que hace poco habíamos festejado. Brindamos por el amor y por Martín y aplaudimos a los asadores.

Ahora Laurie se fue y le dejó el lugar a Nick Cave y a su piano. Nick asegura que no cree en un dios intervencionista, pero sabe que vos, cariño, sí. Un mosquito me pica en el brazo y lo dejo actuar tranquilo: no te voy a matar ahora, prefiero rascarme después. Subo el volumen. Recorro la habitación con la mirada. Miro por la ventana. Me rasco. Apreto publicar. Llegamos.

jueves, enero 31, 2008

just married

Sí, aceptamos.

Ahora México.
Después contamos
y mostramos las fotos.

saludo desde el atrio.

jueves, enero 10, 2008

estación terminal

La lluvia repiqueteó con fuerza toda la noche en el techo de tejuelas de alerce. Mientras, el viento inflaba y desinflaba la casa, como si fuera un chico aburrido con un globo y nada más que hacer que soplar, parar, desinflar, volver a soplar.
Los días de sol fueron hace una semana. Ahí nos bronceamos y usamos malla y jugamos al fútbol y nos tiramos al río. Ahora no.
Están los fuegos prendidos y las cumbres de los cerros nevadas. Buscamos instrucciones de juegos de cartas, miramos tele, observamos a los perros, a los pájaros, al río.
Pasamos de los Beach Boys a Nick Drake, sin escalas.
El invierno está encantador esta noche.

miércoles, enero 09, 2008

señores padres

Madre busca algo en las cajas de su habitación y encuentra la carta que Padre envió a mi escuela, cuando en el primer mes de clases de mi primer grado en la escuela primaria, sin aviso ni advertencia las autoridades me sacaron sangre y otras cuestiones de índole higiénica y de salud pública. Reímos todos y nos preguntamos cómo pudo ser posible algo así.


(click para leer mejor)
(era en 1988, gosh)

¿miércoles? ¿jueves?

*Es así: en esta época del año no es fácil dar con el día de la semana en el que uno vive el aquí y el ahora. Hay que hacer un gran trabajo mental que consiste en retroceder hasta días/hitos, esos que por alguna razón quedan agendados en la memoria, algo así como "martes pasado... ah, sí, resaca: fue primero", y ahí sí, sumar días y armar semanas en la cabeza, darle forma a esta masa amorfa y flexible de horas y sensaciones, de asados y vinos y cerveza más conocida por todos como vacaciones.

*Ahora, después del cálculo puedo decir que hoy es miércoles. Que la lluvia cae oblicua y que los teros siguen haciendo el sonido ese que hacen (tero, tero) mientras se mojan impávidos. También puedo decir que la casa está en orden y que el 2008 llegó tranquilo, sin mucho espamento ni fuegos artificiales; que la perra negra sigue en celo y el pirata Morgan no desperdicia ocasión para empernársela para quedar luego abotonado, sufriendo el triste destino del macho reproductor: placer, dolor, abandono y volver a empezar. Ojo, tampoco me hago la víctima de nada, pero me gusta como suena.

*Fiebre. Eso fue hace tres noches. Noches que, deberían saber, recién comienzan a las 23 horas y 14 minutos: antes hay luz y vida diurna (el cambio de hora parece ser, a esta altura, el evento del 2007). Decía, fiebre. También diarrea, pero nadie quiere escuchar sobre ella.

*Fue raro, hasta bien pasado el mediodía me sentía bien, gracioso, dicharachero, y un par más de adjetivos calificativos favorables. Después no. Dolor de piel y de huesos y músculos, como una gripe potente. También escalofríos y temblores. Me duché y fui a la cama, Lu me hizo compañía. Leí un libro delirante que no ayudó mucho, y el termómetro sentenció: "tenés fiebre, chaval. No tanta, pero la suficiente como para que puedas tener algunos pensamientos flasheros, sueños extraños, y excusas para recibir amor sin culpa; disfrútala".

*Entonces pensé: "las montañas, al momento de decidir ser montañas, se sentaron y negociaron, con quien sea que negociaron, y dijeron: está bien, seremos montañas; seremos altas y rocosas y estaremos fijadas por el resto de los tiempos al lugar en el que ahora estamos, pero a cambio tendremos nuestros nombres, y ellos serán cortos y ágiles, y recorrerán el mundo en boca de los viajeros, y así estaremos bien". Abrí más los ojos -ya los tenía abiertos, no dormía- y pensé otra vez, pero algo distinto: "esto es brillante, es una vuelta de tuerca merlopontiana al dilema del estar fijas de las montañas y las cadenas rocosas de todo el mundo. Merezco el Nobel, o al menos una beca del Conicet".

*Entonces soñé: "una montaña, el pasto muy verde pero con un futuro inminente de secor amarillento, dos perros, calor, días de muchas horas, interminables, y la imagen deshaciendose en millones de píxeles, como lo hace la pantalla de la tele, gracias a la lluvia, gracias a directv, gracias a la vida".

*Entonces fui al baño; una y otra vez, hasta casi desaparecer y huir por el inodoro, con destino incierto, pero definitivamente acuático. Algo así me escribió Padre mientras yo estaba en Perú, hace ya muchos años: "me estoy yendo, chino, por el inodoro". Y yo lo leí literalmente y lo vi pasar por los caños blancos de pvc hasta entrar en el pozo ciego, ser transformado por los microbios que allí habitan y luego drenar hasta llegar hasta la napa de agua pura y entrar de lleno al río Epuyén, de ahí a Lago Puelo, de ahí al Pacífico, de ahí ya no sé más, pero es lejos.