miércoles, mayo 10, 2006

Cien canciones

Tengo ganas de hacer una larga lista de las canciones que me ponen triste. Son muchas y me gustan todas. Mientras tanto, voy a dejar acá abajo la canción que ultimamente me hace llorar. Sí, llorar. Recuerdos, sensaciones, lugares. Un lugar, un recuerdo, muchas sensaciones.
La canción se llama One Hundred Days, es de Mark Lanegan -autor, junto a Isobel Campbell, del disco de año-, y dice así:

When the willow bends towards the end of day
And twilight falls again
To the funny sound that a blackbird makes
Twilight falls again
As no good reason remains, I'll do the same
Thinking of you
One day a ship comes in, one day a ship comes in
But I can't say how or when
But I know somewhere the ship comes in every day
There is no morphine, I'm only sleeping
There is no crime to dreams like this
And if you could take something with you
It would be right
Something good
From my fingertips, the cigarette throws ashes to the ground
I'd stop and talk to the girls who work this street, but I got business farther down
Like one long season of rain, I will remain
Thinking of you
One day a ship comes in
From far away a ship comes in
One hundred days you wait for it
And you know somewhere the ship comes in every day
There is no morphine, I'm only sleeping
There is no crime to dreams like this
And if you could take something with you
It would be bright
Just like something good
One day a ship comes in
One hundred days you wait for it
Something bright
Something so good
One hundred days
A ship comes in every day
You know it's good
You know it's good
A ship comes in every day
One day a ship comes in
Its good
When it's something good

domingo, mayo 07, 2006

cuarto b de bueno

Llegué recién de por allá. L. todavía está en su fiesta y la casa esta sola. Bah, sola no, está Agente Cooper, que quiere chupar brazo más que nunca, y se sube a mis piernas mientras tecleo. Está grande el gato, largo, rallado –de rayas naranjas y de locura-, e inquieto. Igual lo seguimos queriendo mucho, a pesar de las despertadas a las ocho y media, a pesar de las mordidas, de su compulsión a chupar, a pesar de todo. Ya está encima de mí, o mío, no sé, otra vez.
Decía, llegué y la casa está casi vacía, oscura, calentita. Puse un disco, el último de Gomez, una banda que me cae muy bien y llena mis tímpanos de recuerdos. Decía, entonces, la casa sola, el gato, la música, el calorcito.

pasaje arbitrario

Pienso, en algún momento de mi vida, escribir una novela. Bueno, en algún lugar de ella y no importa a cuento de qué, va a decir lo siguiente:

“(…) su idea de una revolución religiosa consistía, básicamente, en dibujar –pintar, tallar, esculpir, pirograbar, lo que sea– pitos sobre las puertas y las paredes de las iglesias. Vergas, pijas, pollas descomunales, erectas, de trazo firme e intimidante. Cuando terminó su explicación apenas dos personas lo escuchaban con algo parecido a atención. El resto dormitaba sobre las mesas o bien miraba hacia el escenario, donde no pasaba nada, o bien ya se habían ido hace largo rato de ese bar oscuro y con olor a meo”.