miércoles, octubre 22, 2008

jueves

*Aposté que nacía el sábado y perdí. Estaba convencido. La partera, en el monitoreo, nos dice que no está bien apostar, que el juego es malo y que hace poco su hijo de nueve años aprendió por las malas una de las posibilidades más factibles del juego: perder. Al costado, la pareja extraña conformada por un mexicano y una gringa asienten: estudian teología en una pequeña universidad de Flores, y asisten a la iglesia presbiteriana. Ya sabemos lo que dice dios de las apuestas. O lo imaginamos.

*El azar, o algo parecido, hace que en esa minúscula habitación del Hospital Italiano haya cinco personas de las cuales tres son hinchas de Independiente. Las otras dos se reparten entre: "no me importa el fútbol" y "soy de Michigan, Estados Unidos". Celebramos la coincidencia, mientras Noelia, la partera, sigue hablando.

*Terminamos de hacer cosas y decimos: ahora sí, esto es lo que estaba esperando. Ordenamos el cuarto y los armarios, armamos la cuna, cambiamos de lugar el living, mudamos la tele y la mesa y el sofá y la biblioteca, ordenamos la ropa por tamaño, ponemos las toallas y las sábanas en unos ordenadores muy prácticos, salimos a caminar y vamos al cine, tomamos helado y decimos: ahora sí, esto es lo que estaba esperando. Y nada.

*Octubre, el mes de las revoluciones, es hasta ahora una masa amorfa de días que se suceden en ese estado pegajoso y somnoliento que es la espera. Hacia adelante, un deadline metafísico, un horizonte de expectativas, y lo inminente que acecha con la forma vaga que adquiere lo desconocido. Pero la pasamos bien. Dormimos en el living, en el sofá cama, y nos sentimos de vacaciones. En la tele, algún episodio de Seinfeld.

miércoles, octubre 08, 2008

miércoles

También teníamos, en aquella época ahora lejana y difusa de noches con very very importants, un arsenal de palabras inventadas que circulaban entre nosotros y resignificábamos a cada rato. Hoy, ahora, no me acuerdo de muchas. Es más, apenas me acuerdo de dos: coshics y garetón.
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La primera era todo terreno. Coshics era alguien o algo ridículo; coshics era una frase desubicada, un dibujo mal hecho; coshics era alguna acción que inspirara pena o ternura o las dos cosas juntas; coshics era decir: "soy el más loco del aula", o "parecemos adolescentes". Coshics éramos nosotros, mientras nos hundíamos de a poco en el pantanoso terreno del ridículo.
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Veíamos sin parar películas de cowboys. Algunas graciosas, como las de Trinity, otras terribles como la de Ulzana, otras épicas, como las de Wyatt Earp, otras incomprensibles, como las de Clint Eastwood. Leíamos Lucky Luke y el teniente Blueberry. Cantábamos I'm a poor lonesome cowboy / And a long long way from home.
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Y de por ahí viene garetón, la otra palabra. Viene de Pat Garrett, aquel cowboy que primero fue un forajido y después se volvió sheriff para alcanzar finalmente la fama como aquel que mató a Billy The Kid. En algún momento, en alguna película, Pat hace algo heroico, desinteresado, y se va sin más, ante la mirada impávida de los testigos que apenas pueden balbucear: "se fue sin decir su nombre". Garetón, entonces, era eso: ser tan canchero, tan grosso, y después, impertérrito, hacerse el distraído. Meter un gol de chilena, ponele, y levantarte como si nada hubiera ocurrido. Ah, garetón, qué te hacés.

miércoles, octubre 01, 2008

jueves

*Al sol de la mañana subo a la terraza a colgar la ropa. En el pasillo está Cristian con el trapo de piso y un balde y sus pantalones camuflado: feliz día, le digo, atento a la efeméride. Gracias, Pollito, a la tarde paso a poner las cerraduras. Dale, te esperamos, respondo, pero ya sabemos: no va a pasar.
En la terraza, sol y pajaritos y también martillos y sierras. Cuelgo la ropa y espero a ver si toma algo de color la cabeza rapada. De la nada aparece Cristian con un mate listo. Pollito, dice, ¿te tomás un verde? Y dale. El mate está dulce, muy dulce. Y hablamos. Cristian me mira: deberías salir a correr, con esto de la paternidad juntás kilos a lo loco, te contagiás de la quietud del bebé y de repente estás todo hinchado, lento. Te va a venir bien, vas a ver. Cierra los ojos, encandilado, se acomoda el pelo negro y se va.

*Octubre, lindo mes para revoluciones, escribió padre hace tanto tiempo en una carta que mandó a sus seres queridos. No hubo revoluciones, ni en ese octubre ni en los que vinieron después. Pero la frase, el slogan, quedó grabado a fuego en mi cabeza.
En enero de este año, para inaugurar la agenda y ponerle algo de dramatismo al año, pasé las páginas en blanco -días a estrenar- y llegué hasta comienzos de octubre. Allí, en el día 1° escribí: Octubre, lindo mes para revoluciones, en tinta azul, despreocupada. Mientras lo leo, hoy, un escalofrío me recorre la espalda.

*En esa habitación helada que llamábamos Siberia nos quedábamos horas y horas hablando antes de quedar dormidos. Las conversaciones tenían nombre: eran las very very importants y versaban, más que nada, sobre las chicas, un poco menos sobre compañeros de clase, y por último, sobre temores, miedos, angustias. En fin: sobre las cosas very very importants que pueden hablar dos amigos, de noche, antes de dormir.
Una noche, cuando íbamos a tercer grado, dije, convencido: "soy el más loco del aula". Migui hizo un silencio que duró un rato largo. Creo, incluso, que fue lo último que dijimos y nos dormimos de a poco, callados, incómodos. No sé en qué me basaba para tamaña afirmación, pero lo cierto era que lo pensaba. Estaba convencido de mi rebeldía y locura. Cada tanto nos acordamos y nos reímos.