domingo, marzo 16, 2008

domingo

Ayer, mientras miraba a Dylan sostenerse en el teclado mientras jadeaba sus canciones, no pude dejar de pensar en No Country for Old Men, la película de los Coen. Su mirada fija en el piso, o en el Oscar que había en el escenario, sus dientes made in Corega -"Con Corega ahora canto Blowin' in the Wind y suena"-, el sombrero de ala ancha, el bigote de mexicano prolijo, el sudor oscurenciéndole las axilas, el pañuelo hinchado en su cuello: un cowboy fuera de lugar, o peor todavía, en el lugar equivocado; en síntesis, un viejo sin país.
Y después empecé a tejer hipótesis, sobre el porqué de Dylan, el porqué de su importancia, el porqué de su papel tan extraño y a contramano, el porqué de su ser fundamental, y muchos otros porqués más. Poco más tarde todo terminó y quedamos tarareando la canción de movistar que sonaba en la pantalla y que ahora no me acuerdo pero que decía algo así como "no es para mí", y también las canciones de Dylan como nos hubiese gustado que sonaran, aunque hayamos entendido el porqué de cómo sonaron. Una sensación parecida tuve en México, pero ahí no lo pude ver: la fila Z es la última, sépanlo.

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