lunes, septiembre 29, 2008

lunes

Entonces despierto. La luz está apagada y me cuesta entender dónde estoy. Estiro el brazo y siento a Lu, que duerme a mi izquierda. La cama es grande, enorme, y a los pies quedaron libros, folletos, mochilas, billetes. Saco los pies de la cama y el piso está frío, estoy desnudo. De afuera vienen ruidos extraños: bocinas, frenadas, una ranchera de trompeta aletargada. De a poco la vista se acostumbra a la oscuridad y comienzan a aparecer matices, relieves. Lu en la cama, de costado, los zapatos desparramados en el piso, las medias, un candelabro, un libro, la puerta de madera: inmensa, pesada. Dijimos antes de dormir: la habitación o el hotel entero parece construido con los restos de la escenografía de El Zorro. Ahora lo reconstruyo: el escritorio, el espejo, el armario, los veladores. La alegría de saber dónde se está. Camino al baño sin hacer más ruido que el de los pies descalzos y sudados que se pegan a las baldosas. Cierro la puerta y prendo la luz. Me lavo la cara con agua fría y me veo mirando al espejo. Las ojeras me recuerdan las cervezas de la cena. Miro el tacho de basura. Hay un evatest usado, con una sola rayita azul que no alcanza para transformar el destino. Casi, digo. Apago la luz y vuelvo a la cama.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

pero sí

nicoleta dijo...

Y ahora sólo faltan unos días, Chino papá...