jueves, diciembre 31, 2009

jueves




Feliz feliz.

lunes, diciembre 28, 2009

lunes

*
En una época pensaba que sabía mucho porque leía revistas de tapas brillantes y artículos con oraciones subordinadas y fotos en blanco y negro con chicas de moda y músicos con cigarrillos en la boca. Ahora no leo ni fumo ni visto a la moda ni pienso que sé. En esa época compraba discos y libros e intervenía en discusiones con sagaces observaciones y posturas definidas, cruzaba las piernas y decía claro digamos y a ver, y acomodaba mis discursos en categorías ontológicas varias.
Estoy más contento así.

miércoles, diciembre 23, 2009

sábado

Mando el video de Juan transformándose, en cuestión de segundos, en John Dos Passos.



Y Manu responde:
"La traducción que tengo es medio chota, pero dice así:
"Desde hace años un cofrecillo de madera con los escritos de mi padre ha permanecido sobre la repisa de mi chimenea en Spence's Point. Es un cofrecillo que hice en una clase de trabajos manuales cuando tenía once o doce años. No está demasiado mal. Allí mi padre decidió reinventar muchos de los momentos clave de mi vida. El primero habla de mis primeros pasos y relata de manera detallada el primer movimiento de brazos hacia él, como una zabullida. Muchas veces he empezado a leer estos documentos, pero siempre siento como si una enorme mano me estrujara el corazón. Sin duda debía ser muy pequeño porque el chupete rosado que descansaba en mi mano izquierda estaba descripto como un gran melón enorme, jugoso y chorreado. Entonces miro a los ojos de mi padre y me zambullo como a una pileta vacía. Después relata las risas.
"Los textos de extienden en el tiempo, y los últimos los escribió durante los siete u ocho últimos años de su vida. Ahora que he llegado a la edad que él tenía cuando los redactó quizás pueda reunir la fortaleza suficiente para reproducir algo de su contenido de manera que su figura se destaque entre las sombras.
John Dos Passos, Años Inolvidables

Y sigue, pero eso no nos importa".

miércoles

Anoche soñé otra vez que hacía stand up comedy. Esta vez era una convención de payasos en una mansión abandonada en la que estaba una amiga rubia, drogada, esperando a su novio, y en otra habitación la ex esposa del novio de la amiga rubia drogada, pintando paredes con acuarelas. Yo cantaba: How can you laugh when you know I'm clown. Y todos los payasos reían. Me daba gracia que los payasos se rieran de mí y yo también reía. Después, en algún momento de mi monólogo decía: "Estoy como Martin Luther King: tengo un sueño" y bostezaba y me quedaba dormido y a lo lejos escuchaba las risas de los payasos y los pasos que llegaban de algún lugar de la mansión y el ruido imperceptible de un dedo pintando una pared con una acuarela azul.

viernes, diciembre 18, 2009

viernes

Y a veces nos metemos un poco en política, en la política pequeña y al alcance de la mano, pero no por eso menos inasible y resbaladiza, y nosotros y ellos, los representantes del pueblo, estamos en la oficina desde la que se escuchan ranas y que está a pocos metros de la ruta por donde pasan autos que vienen de acá nomás y otros que vienen de más lejos y siguen de largo sin prestar atención al pueblo mientras la noche se hace de a poco desde atrás del Piltriquitrón y el sol o lo que queda de él resiste heroico desde el otro lado, en una lucha inútil y exagerada de la que nosotros, testigos ocasionales, sólo podemos ver rayos naranjas, nubes negras, voluptusidad y derrota, pero adentro, en la oficina, ese pequeño fin del mundo pasa desapercibido, porque se trata el presupuesto y ahí está el verdadero fin del mundo, ahí, en esos números inflados y ficticios que cinco empleados del mes defenderán sin argumentos pero con manos levantadas y en un costado y bronceado por el sol que afuera ya murió está él, nuestro Jean Reno, comandando la sesión aún sin comandarla, con la respiración sonora por un moco atravesado que a medida que se va poniendo más nervioso y más nervioso aturde y envuelve la sala y a los allí presentes, a ellos, los representantes del pueblo y a nosotros, el pueblo, de ese ir y venir de aire y moco y entonces alguien se acuerda que Jean Reno llegó a donde llegó con una plataforma electoral que decía que todos los caminos son buenos si no se sabe a dónde ir, y ahora, que siguen sin saber donde ir, o lo saben todavía menos, los caminos se volvieron intransitables y amenazadores y encima la noche reina sobre el pueblo y la oficina y la ruta y nadie sabe bien cómo vamos a hacer para salir, por fin, de ahí.

sábado, diciembre 12, 2009

sábado

Una tarde de octubre, acostados en el pasto del Hotel Llao-Llao mientras una señora negra y ciega cantaba una canción triste sobre otros negros y ciegos, Andrea sacó del bolso donde guardaba sus cámaras un libro de Pessoa. Lo abrimos al azar y leímos un poema de una de las múltiples personalidades que tenía el portugués que hablaba de la muerte: del entierro y la angustia y la sorpresa del principio y, después y de a poco, del acostumbramiento y ese verso que quedó guardado hasta hoy, que decía:
Sólo serás recordado en dos fechas, por tus aniversarios:
Cuando cumpla los años tu nacer, cuando cumpla los años tu morir.
Nada más, nada más, absolutamente nada más.
Pensarán en ti dos veces cada año.
Cada año suspirarán por ti dos veces aquellos que te amaron.
Y alguna que otra vez suspirarán si por casualidad se habla de ti.
Quedamos todos en silencio, incómodos con una incomodidad que no se correspondía con el piano y la voz suave y ciega soplando a la distancia y el sol de la tarde y el pasto perfecto y el viento cálido que apenas alcanzaba para despeinar. No me acuerdo cómo salimos de ahí, de ese embotellamiento de pensamientos cargados de muerte, de lo inevitable y de dolor. Pero salimos. Como tantas otras veces.
***
Las referencias a la muerte nos ponían incómodos a todos pero las enfrentábamos con dignidad. Cuando William Shatner decía: "Vive la vida como si fueras a morir, porque vas a morir. Te va a suceder porque le pasó a un montón de gente que conozco: mi madre, mi padre, mis amores, el presidente, el rey y el papa", reíamos con una risa que con el paso de los segundos se transformaba en una mueca que se transformaba en seriedad que se transformaba en tristeza que se transformaba. Cuando Patricio Rey decía que hay caballos que se mueren pronto, sin galopar; bueno, la metáfora no dejaba mucho margen de acción.
***
Ahora, hoy, son cuatro años. Y cuatro años es mucho tiempo. Y cuatro años no es nada.
***
Con Juan y Lu y Padre y Madre vamos a subir el camino de ripio hasta el cementerio y vamos a sentarnos en el banco y mirar el paisaje que cambia cada vez que subimos. Vamos a caminar entre las tumbas de los viejos pobladores y vamos a mirar sus nombres y sus fechas de nacimiento y vamos a calcular cuánto vivieron y vamos a imaginar cómo vivieron y cómo murieron. Vamos a sacar malezas y acomodar los rosales y el arándano. Vamos a romper silencios con afirmaciones y preguntas. Vamos a reir con Juan y vamos a mirar ese pedazo de tierra negra y absurda. Vamos a mirar el cielo, hoy blanco de nubes, y vamos a mirar el Pirque cada vez más verde. Sin quererlo, vamos a pensar en cuatro años atrás. Sin quererlo, vamos a pensar en cuatro años adelante.

jueves, diciembre 10, 2009

jueves

Jazz duet



PD: Los jueves sale el sol y nunca hay nubes y comemos sanguchitos de lomo a la parrilla y caminamos por el jardín, como escapando de los rayos ultravioletas.

miércoles, diciembre 02, 2009

miércoles

viento lluvia y resolana
nuestros tres jinetes
del apocalipsis meteorológico
están ahí a la espera
todos los días, todas las horas
desde finales de agosto
los ojos cerrados
el ceño fruncido
viento lluvia y resolana
la concha de tu hermana

miércoles, noviembre 25, 2009

miércoles

La regularidad de las cosas se entiende, como el trueno, con el tiempo. Los dos perros que aparecen corriendo en la esquina siempre se adelantan al auto blanco, no hay dos perros sin auto, no hay auto sin dos perros: los perros llevan el auto. Las chicas que pasan caminando a las ocho de la mañana son mucamas aunque para expiar culpas sus contratadores digan que son las chicas que los ayudan. Las chicas que ayudan a sus contratadores desandan su camino al mediodía y van más rápido y más contentas, algunas cortan camino atravesando el aeropuerto, y eso, las picadas que atraviesan el aeropuerto, también se entiende con el tiempo: las grietas, los intersticios, los atajos. La yegua que come pasto en el bosque de cipreses tuvo un potrillo gris hace una semana, Juan lo mira y se ríe, el potrillo toma teta y corre y a veces muerde a su madre y juega y otras veces se tira en el suelo y duerme. Casi todas las tardes los viene a buscar un paisano sin un brazo que tiene la manga de la camisa azul doblada y cosida. Cuando nos vemos nos saludamos con la cabeza. Recogen la basura los martes y jueves a la mañana en un camión verde. Las bolsas se apilan en la caja y el conductor fuma cigarrillos y los chicos que juntan la basura lo hacen despacio, con cuidado: abren los tachos y después los dejan abiertos. Al rato aparecen los perros, todos los perros, no sólo los perros del auto blanco, y olfatean y ladran y se muerden. Los viejitos de impermeable amarillo están todas las tardes en su jardín y cuando hacen compras vuelven en silencio con las bolsas blancas del supermercado hamacándose y golpeando sus pantorrillas. Son de Oregon, llegaron al Bolsón de casualidad, hace tres años. El no dijo por casualidad, dijo por accidente, en un castellano sinuoso y resbaladizo, el día que lo levanté en el renó nueve y nos presentamos y nos dimos las manos y yo le hice preguntas y le dije que era el nuevo vecino de la casa que está enfrente de la suya, y él dijo ah, the ones with the baby y yo le sonreí y asentí con la cabeza y le dije oh, yeah. Después lo dejé enfrente del supermercado y dijo gracias y yo seguí mi camino hacia El Hoyo. El cielo estaba gris y las nubes se pegaban a las montañas.

domingo, octubre 25, 2009

sábado a la noche

Hace un año a estas horas
caminaba por los pasillos
y las salas vacías
del Hospital Italiano
en busca de una oficina.
Se escuchaban mis pasos
y el eco de mis pasos
y el ruido que hace
el aire acondicionado
cuando se prende
y el silencio que queda
cuando se apaga.
En una de las habitaciones
estaba Lu,
me esperaba,
esperaba.

jueves, septiembre 24, 2009

jueves

Primo M se compró una moto con la que surca raudo las calles de Kaohsiung, Taiwan. Usa casco negro y brillante como algunas noches y anteojos de sol que lo igualan en rasgos a sus nuevos compatriotas, aunque sea un poco más alto. Estaciona la moto en un cochera que imagino inmensa y con ruidos de gotas que caen sobre el asfalto gris y manchas de aceite y ruidos a frenadas que suenan a lo lejos. Camina despacio hasta uno de los diez o doce ascensores del edificio donde vive, el Tuntex Sky Tower, el segundo edificio más alto de Taiwan, el que para nosotros, occidentales, tiene forma de tenedor clavado sobre la tierra y para ellos, orientales que usan palillos, tiene la forma del caracter Kao, que significa alto. El primer ascensor lo deja en el piso veinte. Allí camina por un pasillo alfombrado con música funcional taiwanesa y hello kitty y vidrieras de locales que venden cosas hasta llegar al segundo ascensor que lo deja en el piso treintaidos, donde está su departamento. Tiene vista al mar y por la ventana ve llegar los tifones y los monzones y todos esos vientos que llegan del estrecho volando todo a su paso. El departamento es chiquito, me lo dijo una vez por teléfono, pero tiene todas las comodidades imaginadas, aparatitos, botones, cables, luces. Y la vista, como decía, y los vientos y los ascensores más rápidos del mundo y miles de taiwaneses viviendo en esa ciudad vertical. Primo M trabaja de noche, con horarios de occidente, y de día estudia chino y cuando puede duerme y pasea en su moto y tiene enredos amorosos de los que a veces sale airoso y otras veces termina estropeado como esos árboles y esos autos y esos taiwaneses que quedan a merced de los monzones y tifones y otros vientos del estrecho. Va y vuelve, en moto, de noche y de día. Cierra negocios por teléfono, toma cervezas en bares extraños con extranjeros putañeros, escribe mails, chatea, actualiza su perfil de Facebook, aprende chino: todos los días va a clase y su maestra lo quiere y lo anima a seguir o al menos eso es lo que entiende. Viaja por paises vecinos y visita amigos: por todas partes del mundo tiene amigos y algunos de ellos nos visitaron en la chacra algún verano. Subina de Nepal, Mike de Canadá, Muran de Corea, así.
Primo M se compró una moto y maneja temerario por las callecitas de Kaohsiung, Taiwan. Esquiva bicicletas y autos y camiones y otras motos. Acelera en las rectas y frena en las curvas. Usa anteojos de sol hasta de noche para evitar el polvo y el viento que lo hacen lagrimear. Si hubiese una cámara que lo pudiera filmar de frente veríamos en los vidrios espejados de los anteojos las luces de las avenidas, las palmeras dobladas por la velocidad y el viento, los autos que van y los autos que vienen, los semáforos que cambian de color y la rueda delantera que muerde la banquina y la moto que se tambalea y las manos que se agarran firmes del manubrio y los ojos que se cierran y el asfalto que se acerca cada vez más, una línea blanca, espacio, otra línea blanca, espacio y el casco que golpea contra el piso negro y alguna chispa por el roce. Y si hubiese sonido escucharíamos todos esos ruidos a metales retorcidos y a motores acelerados, esos ruidos que aturden porque terminan y enseguida todo es silencio y empiezan, de a poco, a aparecer los otros ruidos: perros, autos, pasos sobre la vereda de taiwaneses que se acercan a preguntarle a este señor de la moto que hasta que no se saca los anteojos parece un coterraneo pero un poco más alto que la media si está bien, y sí, estoy bien, dice o cree decir en chino y después lo repite en inglés y en francés y en castellano, para asegurarse de que está bien en un idioma que entienda.

miércoles, septiembre 23, 2009

miércoles

Somos varios sentados en las banquetas de un bar que parece estar en un hotel que parece estar en un shopping, el piso es alfombrado y la barra es de madera de roble barnizado y lustroso. Los más grandes: mi abuelo y yo. Mi abuelo está por cumplir ochenta años y entonces nos invita al hotel, o al menos eso pienso ahora, que busco un motivo. Todos piden jugo de naranja exprimido que viene en un vaso largo con sorbete y paraguas. Mi abuelo pide un trago que se llama Peckinpah. Como Sam, le digo a la barwoman de pelo negro y ojos brillantes. ¿Qué?, responde y pregunta, sorda por el hielo de la coctelera. Como Sam Peckinpah, Perros de Paja, le digo. Sin mirarme asiente: quiere detener esta conversación lo más rápido posible. Entonces vos querés otro Peckinpah, dice después de servir el trago de mi abuelo en una copa de martini. No, no, yo quiero un whisky, un Johnny Walker. ¿Mezquino o generoso? pregunta. No entiendo nada: quiero un whisky en un vaso con un hielo, quiero que me mires mientras me lo preguntás, quiero estar cómodo, quiero estar descalzo, con mis pies sintiendo la alfombra entre los dedos.
Mientras lo sirve, mezquino, generoso, da lo mismo, salgo a dar una vuelta por ese lugar. En donde debería haber una escalera hay una disquería, con un potus en la entrada. Los discos están sobre el piso en columnas de medio metro de altura. Miro las tapas y no reconozco ninguna. Hay una puerta que da a una habitación en la que hay tres gringos. Les pregunto si alguien sabe algo del vendedor de discos. No entienden de qué les hablo y en un idioma extraño me piden que por favor salga del cuarto. Vuelvo a la disquería. Estoy un rato y decido salir. Había planeado robarme algunos discos: también hay remeras y posters pero no me interesan. Salgo con las manos vacías y con sed.
Vuelvo al bar. Hay olor a perfume y todos ríen. Mi abuelo me dice: sabías que el Peckinpah lleva Chanel Nº 6. No, le respondo, no sabía que un trago se hacía con perfume y tampoco sabía que hay un Chanel Nº 6, pensé que todo empezaba y terminaba con el Nº 5. Mi abuelo se ríe y toma un sorbo y mientras se limpia los labios con la manga de la camisa me dice: todo lo que te falta saber todavía.

lunes, septiembre 14, 2009

lunes

Hace ya varios días que las condiciones para escribir están dadas. Llovió mucho y después salió el sol, por ejemplo. Llovió tanto que los ríos crecieron y el ruido de las gotas sobre las chapas se incorporó al repertorio de ruidos usuales, como el camión que junta la basura los martes y jueves y sábados por la mañana, o al reggaeton lejano del vecino, o la heladera, que parece despertarse sobresaltada de repente y enseguida vuelve al silencio o al menos a un ronquido constante y por eso inaudible. Después paró de llover, como siempre para. Y cuando para, que no es un momento definido sino una progresión de momentos -las gotas más espaciadas: otros ruidos, otros olores, otros colores- siempre queda flotando la sensación de qué sucedería si nunca más parara: si esto que duró siete días con sus noches siguiera así para siempre, y los charcos de la calle se hicieran arroyos, y los arroyos ríos y los ríos lagos y los lagos mares y así, que ya se entiende la idea. Porque, más allá del refrán que anuncia, empírista, que va a parar de llover porque siempre paró, al octavo día de lluvia ininterrumpida repiquetea en las cabezas de varios esa duda: ¿y si fuera ésta la primera vez que siguió?
Pero paró, ya lo adelanté. Y salió el sol y pareció, más allá de algunos charcos que reflejaban nubes, que nunca había llovido ni nunca había parado, que siempre había estado allá arriba el sol amarillo y los días celestes y fríos, y esos charcos andá a saber cómo aparecieron.
En alguno de esos días de sol Lu, Viole y Juan fueron al laberinto. Las ovejas los miraron pasar y apenas si levantaron sus cabezas del pasto. Los teros, no. Los teros gritaron, volaron, gritaron otra vez. Los pinos reflejaron gotas de agua en la punta de las pinochas, gotas de aguas como prismas, como cuarzos, gotas de agua como miles de arcoiris en las miles de las ramas de los miles de los pinos.
Cruzaron el foso y se adentraron en el laberinto. Sacaron fotos, sintieron frío en los cachetes, conversaron, pensaron cosas que yo no podría precisar. En alguna esquina Juan perdió una zapatilla. Volvieron a casa y en el camino compraron helado.
Después volvió la lluvia, porque el refrán hasta ahora también funcionó siempre a la inversa: siempre que paró llovió. Y nos olvidamos para siempre que los árboles estaban en flor y que las cumbres de los cerros estaban nevadas y que había ovejas que saludaban displicentes y teros que hacían un despliegue innecesario y brotes en las ramas y cuarzos en las puntas de las pinochas de los pinos. Y pensamos en la lluvia y en las películas que se ven cuando llueve, y en la música y en el pan de la máquina de hacer pan y en la radio y en el mate, y también volvimos a pensar, pero esto no lo dijo nadie, en la posibilidad de que nunca más parara de llover.
Poco después, paró.

sábado, agosto 22, 2009

sábado

Leo mientras Juan se duerme. Sentado en el banquito con almohadón de cuero de cabra, mis ojos van de letra en letra, de palabra en palabra, de párrafo en párrafo y cada tanto se desvían y miran hacia el costado y Juan está parado en su cuna, con los párpados rojos de cansancio pero contento igual, levantando juguetes, libros, mantas y ofreciéndoselos al cielo, o al techo, que está más cerca, y dejándolos caer, hablando en lenguas ininteligibles, riendo.
Juan cierra los ojos mientras Bruce Chatwin recorre caminando los caminos ventosos de la Patagonia. Juan bosteza y ahora el mismo Chatwin está en Australia bajo el sol abrasador de un desierto, siguiendo los misteriosos trazos de la canción, intentado entender a los viajeros para entenderse, por fin, a él mismo. Juan suspira y su tocayo García Madero busca a los detectives salvajes por el DF y después los encuentra para perderse con ellos otra vez. Juan se sobresalta en un sueño que nunca vamos a poder imaginar y Lawrence Breavman madura y se enamora y por las noches camina por una ciudad que tiene un lago y piensa en poesía y de día se enamora y trabaja en una fábrica. Juan respira tranquilo otra vez y los viejitos y las viejitas de Muriel Spark toman té sin preocuparse, al menos unos minutos, por la muerte inminente. Juan se despierta y el Perito Moreno está por llegar a la naciente del río Santa Cruz. Juan se aburre en la cuna y quiere salir y Lorrie Moore me dice al oído con una voz que es hermosa pero tristísima como una noche tristísima que la vida, a veces, no es fácil. Juan empieza una manifestación de aburrimiento extremo que incluye cacerolazo y aplausos y grito eaeaeaeae y el pescador lucha contra la tanza que le corta las manos y el pez enorme se hunde y después salta, mostrando la cola y las aletas plateadas y su poderío y vuelve a hundirse en el mar cálido del caribe, mientras desde el este la oscuridad avanza cubriéndolo todo.
Así, en esos momentos de paz, que casi siempre están iluminados por una luz cremosa que entra por las ventanas y que contrasta con la oscuridad de la madera encerada del piso, y musicalizados con las gotas de lluvia que golpean testarudas contra las chapas, soy un testigo de infinitos mundos que nacen y crecen y se reproducen y mueren en ese cuarto, bajo ese techo, con Juan a mi lado, sentado en la cuna, hablando en lenguas, riendo.

miércoles, agosto 19, 2009

miércoles

Está sentado a la mesa: sus orejas rojas y redondas, su pelo negro, su barba homogénea y tupida. Su cadena de oro, su reloj plateado y pesado. Habla y se enreda en sus palabras, los demás lo escuchan serios y en algunas caras hay rasgos de impaciencia. Hay tres personas más, sentadas a lo lejos, en sillas de plástico blanco, bajo los tubos fluorescentes: en los zapatos barro y lluvia y derrota. La puerta quedó abierta: en los momentos de silencio se escuchan ranas. No se escuchan ranas en muchos lugar de por acá. Se escuchaban, y cómo se escuchaban, cuando nos sentábamos en la piedra grande de la loma, algunas tardes de ese verano mientras al sur se incendiaban el cerro y el cielo y la infancia.

miércoles, agosto 12, 2009

miércoles



realpolitik
Toda la carne en el asador: se inaugura la plazoleta Simón Bolivar en la entrada de El Hoyo. Circa 1983

lunes, agosto 10, 2009

lunes

Enfrente de la ventana del cuarto en el que está la computadora está el membrillero. Con la lluvia de la madrugada terminó de caer el último membrillo que quedaba colgado de una de sus ramas: seco, negro, desgraciado, duro por la helada, pero colgado al fin. Ahora, en el piso, los frutos caídos por las fuerzas de la gravedad y del invierno se camuflan entre las hojas y el agua del charco que crece milímetro a milímetro mientras sigue la lluvia.
*
Las ramas secas y duras como cornamentas, el cable de la luz y el del teléfono, la nube gris y la montaña negra y la casa del vecino. Hay mañanas que me distraigo y veo estas cosas. Si mirás para el otro lado: el cerro y algo de nieve en la cumbre y los sauces con su piel roja y bandadas de loros gritones. O para el otro: un cerco vivo con un gato, sentado en un poste, que se estira como un yogui que alcanza el nirvana. Para el otro lado, la pared de ladrillos y nada más.
*
La casa del vecino. Un cuadrado de cemento con ventanas tapiadas y un portón de metal pintado de blanco por el que entran y salen y vuelven a entrar autos y motos y personas, todo el día, toda la noche. Los viernes y los sábados son de reggatón. El resto del tiempo, nada. O el ruido de los autos y de la moto: un ronroneo contínuo, cuatro tiempos de admisión, compresión, explosión y escape, aunque en el sueño de la madrugada se escuche todo como una sola cosa uniforme y molesta.
*
Las mañanas son de silencio. Pruebo con la radio y después con un disco. Tomo un mate que me deja tembloroso y mareado. Galletitas con dulce de leche o frambuesa. Y de repente es la una. Algo de trabajo, o buscar algunos discos por ahí. La temporada cinco de Weeds. Cada tanto el teléfono o un estornudo o el lavarropas. Y el silencio.
*
Hoy apareció otra vez ese insecto extraño y resbaladizo lleno de patas y movimiento perpetuo. Estaba atrapado en la bañadera, al lado de la rejilla, entre algunas pelusas y gotas de agua. Lo miré con desagrado y me fui. Cuando volví con una sandalia para el sacrificio y papel de diario para el entierro ya se había ido.
*
Esto es todo cuanto tengo para informar.

jueves, agosto 06, 2009

jueves




Id por mí.

martes, agosto 04, 2009

martes

Juan tenía hasta las dos de la tarde del día cinco de agosto de dosmilnueve para aprender a despedirse haciendo chau con un brazo: moviéndolo de un lado hacia el otro como un limpiaparabrisa desquiciado en una noche de tormenta, mientras en la cara sonrisa y cachetes fruncidos y no saber bien qué significa todo esto pero lo hago porque lo aprendí. No hizo falta llegar hasta el deadline. Ayer, pero poco antes también, empezó con los movimientos. Primero, estirar el brazo, después, agitarlo sin control. Después, girar las manos. Después, asociar este movimiento al vocablo chau. Después, hacerlo todo el tiempo. Después, reir. Después, volver a empezar.
*
Mañana, cinco de agosto de dosmilnueve, a las dos de la tarde, Juan va a hacer chau mientras avanza en los brazos de Lu por la sala ascéptica y blanca del aeropuerto de Bariloche, rumbo al avión. La voz va a anunciar vuelos que llegan y otros que salen. Los brasileños van a gritar y mirar las montañas. El lago va a reflejar un sol amarillo. El viento va a soplar invisible y sólo se hará presente en árboles doblados, bolsas de basura que vuelan. Lu y Juan van a subir las escaleras, desaparecer en una manga de plástico. Juan me va a saludar.

jueves, julio 23, 2009

jueves

playas de estacionamiento rutas largas de asfalto negro rascacielos estaciones de servicio pueblos vacíos a la hora de la siesta aeropuertos por la madrugada.

martes, julio 21, 2009

martes

Jugamos contra nuestras propias limitaciones y, sobre todo, contra el viento, que sopla fuerte y trae bocanadas de aire cálido desde el sur. La hostería está vacía y oscura y la montaña negra, que crece vertical a pocos pasos, sumada al atardecer -esa hora de la que hablaba antes y que Sandro alguna vez llamó la hora fatal-, hace que todo se vea aún más amenazador. Hay pocas luces prendidas y se escuchan, lejanos y rítmicos, los hachazos de algún leñador. La pelota verde fluorescente va de un lado al otro. A veces queda atrapada en la red, otras veces sigue de largo hasta el cerco perimetral y allí muere como un fugitivo abatido, otra vez vuela lejos y la miramos rebotar una y otra vez sobre la tierra despareja hasta que queda quieta a pocos centímetros del río, que corre apurado hacia Puelo. El cielo tiene algunas nubes y las montañas del este todavía tienen, en la cumbre, sol rojo que ilumina la nieve. Y la prende fuego. De a poco nos ablandamos. El saque mejora -es una manera de decir-, y devolvemos un par de pelotas sin tener que ir a buscarla ni a la red ni al cerco perimetral ni a pocos centímetros del río y entramos en calor y hasta sudamos. De a poco, también, se hace de noche. Terminemos un set y vamos, decidimos, y en ese momento ya sé que voy a perder.

lunes, julio 20, 2009

lunes (otra vez)




El Bolsón, veinte de julio de dosmilnueve.

lunes

*Juan come helado por primera vez. El sol se asoma por atrás de unas nubes y le dan a la escena un aire místico y mítico. Los cachetes rojos, el blanco de la crema americana, el azul del cielo: una bandera francesa de emociones gastronómicas.
Después se sube a la calesita y se va y vuelve, como Adelita, montado en un Jeep militar.

domingo, julio 19, 2009

domingo

No voté ni vi a Chan Marshall: las dos veces estaba a más de quinientos kilómetros. Milochocientos, por si alguien pregunta. Leí sobre su presentación y escuché sus discos a la distancia. Me acordé de algo que había escrito sobre ella en el fallecido -y fallido- blog de las canciones. Fui a verlo. Estaba fechado diecinueve de julio de hace dos años:

Querida Chan,
Antes que nada, me gustaría decirte que si yo fuese mujer te odiaría. Odiaría tu belleza y tu voz, y odiaría también tus canciones y tus videos y cómo te queda la ropa y el flequillo y tu alcoholismo. Aunque, pensandolo bien, el alcoholismo podría jugar a mi favor.
Por suerte, querida Chan, soy un hombre, un varón, un hijo de Adán.
Por desgracia, querida Chan, vivimos muy lejos el uno del otro como para que nos conozcamos algún día y te invite a tomar una coca light y vos me digas que preferís un Jack Daniels y yo te diga qué casualidad, yo también, y te encienda el cigarrillo mientras vos encendés mi fuego interno.
Por suerte, querida Chan, yo no soy tan cursi como para decirte algo así. Y por desgracia, nunca se hubiese dado esa situación, de todas maneras.

Entonces escuchamos tus canciones y vemos tus videos.
"Lived in Bars", de Cat Power:

sábado, julio 18, 2009

sábado

Atravesamos el pueblo en el auto plateado con la música a todo volumen. Afuera hay viento y gris y esa oscuridad imprecisa que demarca el fin del día o el comienzo de la noche, y que hace que el paisaje se vuelva espectral, amenazante. De frente vienen dos camiones chilenos con sus veinte metros de largo y las luces prendidas. A pesar de la música, los escuchamos pasar y el auto tiembla por unos segundos.
***
Hay días y hay noches en que miro al pueblo con los ojos extrañados de quien pasa por un pueblo fantasma en medio de la ruta en medio de la nada. Este es uno de esos días o de esas noches. Y entonces miro, porque no soy yo quien maneja, a los dos costados de la ruta: a las líneas blancas, a la barranca que cae suave hasta el pueblo, a las calles de tierra que mueren en el asfalto, a los paisanos de sombrero que esperan el momento indicado para cruzar, a los faroles que empiezan a encenderse, que primero titilan una luz blanca y de a poco adquieren el color naranja que iluminará la oscuridad de la noche.
***
Miro el pueblo y sus locales, la estación de servicio desierta, los dos supermercados, la antena roja que se pierde en la nube. Miro las montañas lejanas que encierran el valle en un pozo y le dan algo de sentido al nombre. Miro una catarata de agua blanca y un barrio de casas que fueron iguales y que sólo el paso de los años volvió distintas. Miro la comisaría y el cementerio de autos chocados. Miro una cancha de fútbol vacía y el tendido de cables de alta tensión. Leo los carteles y los afiches de campaña, pegoteados, rotos, aburridos.
***
En menos de lo que dura una canción el pueblo aparece y desaparece.
***
Osvaldo solía preguntarle a sus amigos, entre ellos Padre y Madre, si se daban cuenta de que eran habitantes de un pueblo de esos que uno, si lo atraviesa una noche en auto en medio de un viaje, sólo puede decir: "qué loco, pensar que hay gente que vive acá".

domingo, julio 05, 2009

domingo

Con tal de educar a sus hijos y a sus nietos mi abuelo mató y dejó malheridos a la mayoría de sus amigos. A lo largo de los años, todos y cada uno de ellos sufrieron accidentes tan estúpidos como letales que, por suerte, al menos dejaron sobre la faz de la tierra una lección, una enseñanza. En cada reunión familiar, cuando nosotros íbamos a Buenos Aires o ellos venían para acá, mi abuelo contaba, además de un cuento de Tarzán, la desventura de alguna de sus amistades. Yo tenía un amigo, empezaba, y ya se sabía el final. Uno de ellos perdió un brazo después de sacarlo por la ventana del auto en movimiento. Otro abrió la heladera descalzo y quedó duro en el piso. Otro quedó sin dedos por culpa de un ascensor con reja. Otro murió asfixiado con una bolsa de supermercado. Otro no miró al cruzar la calle. Otro no esperó y después del almuerzo se zambulló de cabeza en la pileta -o en el río o en el lago o en el mar: el escenario de esta muerte solía cambiar según el contexto- y nunca salió a flote. Otro miró mucha televisión. Tus amigos, dijo Jason un mediodía de primavera, son todos unos boludos. Reímos.
Ahora los amigos de mi abuelo mueren de causas menos pedagógicas.

miércoles, julio 01, 2009

miércoles (bis)

autoayuda
Me gustaría ser de esos que tienen una idea y la llevan hasta las últimas consecuencias. Me gustaría ser de esos que tienen ideas. Me gustaría ser de esos que se definen y dicen porque yo soy así, viste, y el resto siempre les tiene algo de bronca, porque nadie debería poder decir, así como así, porque yo soy así, viste. Me gustaría ser de esos que saben qué es lo que quieren. Me gustaría tener enemigos. Me gustaría que alguno de mis enemigos una tarde de sol me cague a piñas y después tener que devolversela, y para eso buscarlo y encontrarlo una noche en alguna esquina oscura, apenas iluminada por un farol al que le faltan varios foquitos y acercarme por la espalda y darle tiempo a darse vuelta y decirle soy yo, te acordás de mí, tenemos una cuenta pendiente. Algo así. Me gustaría ser de esos que tienen un hobby. Me gustaría ser de esos que saben qué es lo que les gusta. Me gustaría ser de esos que tienen un proyecto y lo llevan a cabo. Me gustaría ser de esos que tienen un proyecto y lo llevan a cabo y el proyecto es una cosa así como sacar una foto por día de un muñeco de nieve que se derrite en el jardín hasta ser una mancha de barro en la que sobresale una zanahoria enmohecida y dos botones, o escribir un diario, o poner una canción por día en un lugar para que alguien la escuche. Me gustaría ser de esos que tienen una marca de mayonesa favorita y sólo pueden comer esa marca. Me gustaría ser de esos a los que les gusta la mayonesa.
***
Mientras tanto, llega el spam: "Lo tenés tan chiquito que necesitás mentir: no había agua caliente en la ducha". Otro: "Parecen que a Brad Pitt lo vieron con Lindsay Lohan en Los Angeles". Otro: "Meg Ryan tira un premio importante a la basura". Otro: "El envenenamiento de comida sucede en cualquier lado". Otro: "Bush y Putin coincidieron en volver a comenzar con la guerra fría durante el encuentro del G8". Otro: "Belleza refinada o accesorios clásicos: ahí yace la paradoja". Otro: "Agrandá tu humanidad: no vas a ser el mismo después de consumir nuestro suplemento". Otro: "Chenney visita Afganistán. Les dispara en la cara". Otro: "¿Ir de shopping te parece mejor que el sexo? Otro: "El blooper en bikini de Jessica Alba". Otro: "Hay sospechas sobre la salud de McCain". Otro: "Maquillá tu carrera con un nuevo título: no te costará nada". Otro: "Osama entrena cabras para bombardeo táctico". Otro: "Ataque de tiburones en Australia: dos muertos". Otro: "Hay un chico que come una rata por día".

miércoles

Tienen razón los que dicen
que mejor que decir
es hacer.

domingo, junio 21, 2009

domingo

Primer día del padre para mí, primer invierno para Juan.
Y todos felices.

martes, junio 09, 2009

martes

El valle y el día y todo amaneció cubierto por una niebla espesa que apenas si dejaba pasar algún rayo de sol, un sol que visto así estaba opaco, desgraciado, más parecido a un foquito de veinticinco watts que a la bola inmensa de fuego que arde a miles de kilómetros que es. La niebla no cedió en todo el día de mi cumpleaños número veintisiete. Ni en la chacra, cuando comimos pollo al horno y tomamos vino y charlamos en el living y el fuego de la chimenea calentaba el ambiente y Chan Marshall cantaba sus canciones. Menos aun cuando volvimos manejando despacio y con la calefacción al mango por la ruta serpenteante y oscura. Tampoco cedió a la noche, cuando vinieron los chicos y estuvieron un rato y hablamos de todas esas cosas y tomamos más vinos. Ni cuando le dimos la última mamadera del día a Juan y después nos acostamos con los labios violetas. Ahí menos que nunca: por la ventana se podía observar que estábamos dentro de la nube, que la nube era gris y espesa y que alrededor nuestro ya no había ni iba a haber más nada.
***
Hoy: sol.

sábado, junio 06, 2009

sábado

Entra sol por la ventana que está a mi izquierda: una telaraña perfecta se ilumina como si estuviese hecha de tubos de neón gris, la mitad de mi cara aparece reflejada en la ventana que está atrás de la computadora y puedo ver clarito el grano que me salió ahí donde debe estar ubicado el tercer ojo: habitar una casa tan hindú puede tener algo que ver. Lu y Juan salieron, estoy solo en la casa. Escucho música de fondo, Stephen Malkmus, tanto que hablamos de él con Migui el otro día. Tengo los pies fríos y sudados, tengo la mente despejada, tengo la barba crecida y a tono con el invierno y el Bolsón.

***
Empecé a escribir un diario cuando llegamos. Nunca antes había escrito uno. (Miento, escribí uno a los doce años, cuando mis abuelos me invitaron a ir a Punta del Este, que duró tres carillas y se perdió por ahí entre tanta agua y tanta arena). Empecé a escribir un diario, decía, y todos los días trato de poner algo de lo que hice. Nada más tedioso que escribir un diario. Y además las oraciones pronto empiezan a volverse todas iguales, siempre se escribe: hoy, después, más tarde y todavía no. El otro día leí las pocas carillas que había escrito y abundaban las descripciones de las comidas: las milanesas, los guisos, las empanadas, los vinos -sobre todo los vinos-.
***
Es un sábado de aquellos y aprovechamos para guardar todo el sol que podemos en la piel, en los poros, en el pelo, en las uñas, en los párpados: cerramos los ojos y miramos el sol y vemos ese color rosa o salmón, ese color claro, ese color pastel que es el color de la felicidad.
***
Hoy a la noche tenemos campeonato de truco en beneficio del Club Atletico Pedregoso. Es en la escuela 81, esa a la que fui por seis meses, ahí sobre la ruta, pintada verde. Vamos a ir con padre, Migui, Patón, Mati, Lucas. Vamos a tomar vino Tocornal, vamos a perder con honor, sin hacer señas. Este, por ejemplo, es un típico párrafo de mi diario: dice hoy, dice vino.
***
Sí, pusieron internet, pero parece que la inspiración no llega por adsl.

martes, junio 02, 2009

martes

La computadora me chifla que se está por quedar sin batería. Le digo que no moleste, que no sea alarmista, y sigo. Estoy en el Aca, chupando wifi mientras como un alfajor jorgito negro y miro por la ventana la cordillera nevada, el cielo celeste, los árboles pelados de hojas, el pasto verde, las personas que pasan abrigadas y tirando humo por la boca. Tengo muchas cosas para contar, pero no es el momento. En pocos días ponen internet en casa. Ahí sí.
***
¿Y qué pasa con los martes?

martes, mayo 12, 2009

martes

Algún día se sabrá
por qué algunos
se van y
otros se quedan.

Mientras tanto
nosotros nos vamos
y otros se quedan
y es raro.

martes, mayo 05, 2009

martes

Adiós, querida ciudad
adiós ex novias, amantes
y amores no correspondidos
adiós plazas y adoquines
adiós amigos, adios desconocidos
adiós taxistas
adiós colectiveros
adiós vieja con vestido de flores
y con ruleros

adiós calles vacías
en la noche de verano
adiós soretes de perros
y papeles tirados
adiós cines, teatros y obelisco,
calculo que ahora que no vivo acá
los visitaré más seguido

adiós chicas que bien entrado
el calor estival
usan pollera blanca
y escote infernal
adiós verdulero
adiós carnicero
adiós barrendero
adiós famoso de fama sucinta
adiós artista
que pinta que pinta

adiós lindas mozas
de bares careros
adiós tendereros
adioses sinceros
adiós fumador de porro
disimulado
que caminas por la calle
con desenfado

adiós psiquiatras
y psicoanalistas
adiós linyeras
adiós autopistas
adiós a las flores
de varios colores
adiós tormentas
y sus olores
adiós obrero distraído
que taladras a un tiempo
la pared y mi oido

adiós días de calor
noches de bruma
y río marrón
adios llaves
de puertas de entrada
adios oficinas
de temperaturas templadas
adiós paraguas
adiós ascensores
adiós clase media
con sus malhumores

adiós deprimidos
adiós vecinos
adiós inquilinos
adiós rata que pasa
por salguero
adiós gorrión
adiós gilguero,
adiós treintaynueve
fiel y leal
adiós subterraneos
allí la pasé mal

adiós gente que espera
y que mira sin pena
adiós terrazas
adiós otras casas
adiós mucamas
uniformadas
adiós balcones
adiós ladrones
adiós policía
que manda
mensajes desde
el celular

adiós otra vez, querida ciudad
aunque parezca otra cosa
soy yo el que se va.

lunes, abril 27, 2009

lunes

En el diario la noticia primero apareció pequeña: apenas media columna, sin fotografía ni epígrafe ni explicación. Dos casos de gripe porcina en México, decía en el título; autoridades que advierten, varios convalecientes, preocupación, decía en el cuerpo de la nota. Nada más. 
Tres días después todo el mundo hablaba de ello. Cinco días después estaban todos muertos. 
Sólo quedábamos yo y mis recuerdos, avanzando por la ruta vacía hacia el oeste en un Falcon gris.

viernes, abril 17, 2009

viernes

Ni haciendo fuerza podría recordar el día que saqué la última caja de mi cuarto sin ventanas, cerré la puerta, miré hacia el living y saludé, bajé la escalera, atravesé el pasillo largo y enmohecido, y abrí y cerré la puerta de entrada para no volver nunca más a dormir ahí, en el 3560 de la calle Olleros. Es probable que no lo pueda recordar porque no sucedió así. O, mejor, porque nunca suceden así las cosas: esos quiebres abruptos pasan en las novelas y en las películas, en la vida real todo es más pringoso y lento y el tiempo y las acciones pasan sin montaje con canciones lindas ni puntos aparte y final de capítulo. Y está bien que así sea.
***
Mi cuarto tenía tres metros por dos metros, un futón japonés, un pequeño armario, un escritorio, piso de madera, una caja con cosas, un dibujo sin terminar en una pared. Tenía un discman con parlantes, postales de lugares imposibles, algunas fotos, un edredón azul. Tenía olor a quieto, oscuridad absoluta, ruidos en el techo. Tenía papeles pegados con cartas de amor y listas de compras.
***
Olleros fue el teatro de operaciones de mis primeros cinco años en la ciudad. Todo pasaba ahí, entre las paredes pintadas de colores distintos y piso alfombrado. Entre el laberinto de pasillos y habitaciones; entre las paredes del baño escritas con marcador azul y la cocina llena de platos sucios y tazas limpias (nunca tomé tanto té como en esos cinco años).
***
Llegamos un domingo lluvioso de mediados de marzo. Estacionamos la trafic lo más cerca de la puerta que pudimos y empezamos a bajar las pocas cosas. Yo no tenía mucho: quince cedés, seis casetes, un grabador, un discman, algo de ropa, una mochila, una valija, y muchas ganas. Hacía calor, llovía, todo estaba empañado. En el pasillo quedó la huella ciclista de la silla de ruedas.
***
Antes, en el viaje, en algún lugar entre Santa Rosa y Trenque Lauquen, manejé yo. Migui quedó en el asiento del acompañante mientras el resto dormía. Pusimos un casete de Beck y después Gomez y después The Beta Band. Buscábamos el soundtrack indicado para nuestra aventura iniciática. Ahí, manejando, no hablamos mucho. Dijimos algunas cosas obvias, como "qué loco vivir en la ciudad, ¿no?", o "¿cómo mierda vamos a aprendernos las calles?", o "¿alguna vez viajaste en colectivo?". Las respuestas: "qué loco", "ni idea", "nunca".
Era la madrugada y allá adelante, en el horizonte, salía el sol.

lunes, abril 13, 2009

lunes

pequeño impasse.
la vida sigue
el blog también.
en unos días
nos vamos al sur
a probar vivir
allá.

tenemos valijas
con ropa y juguetes
y libros y discos
y recuerdos y proyectos
y dudas y temores
y ansiedades y certezas
y otras cosas más
que fuimos juntando
en nuestra vida juntos,
y otras cosas de otras vidas
que a veces
entran en una valija
y otras veces no.

martes, marzo 10, 2009

martes

Acá va Quilodrán, rifle en la mano, cuchillo en la cintura, rumbo a la vaca.


foto de Marc

lunes, marzo 09, 2009

lunes

Se empieza por el principio, se sabe. Por la primera fruta. Por el primer paso en el pasto mojado por el rocío. Luego, lo mismo, una vez, dos veces, tres veces, cien. La mirada concentrada en la planta, la espalda recta, las manos firmes, los dedos lo más ágiles y rápidos que permita el frío de la mañana. A medida que se avanza por la hilera de plantas el silencio comienza a aumentar, a taparlo todo. El viento desaparece, atrapado por los álamos lejanos. Los murmullos de las voces y de las risas y los silbidos de los demás quedan enredados entre las ramas de los arándanos y los pastos y el rocío, y el pensamiento viaja, veloz y sin dirección, más allá de tu mirada concentrada en la planta, tu espalda recta, tus manos firmes y tus dedos que comienzan a volverse cada vez más rápidos y precisos.
***
La cosecha de frutas es un terreno fértil para las metáforas. Todo puede llegar a ser comparable con cosechar: la vida, el amor, el verano, el fútbol, y así. Depende, sobre todo, del estado de ánimo del cosechador.
***
Este verano cosechamos arándanos varias veces. Algunas veces todos, otras veces con Zelda Argentina y su troupe de cosecheros, otra vez solo. Zelda Argentina y su troupe de cosecheros hablan, cosechan y hablan, cosechan muy rápido y hablan, también, muy rápido. Zelda Argentina y su troupe de cosecheros no cosechan los lunes después de alguna fiesta popular, eso ya lo tiene muy en claro el patrón. Zelda Argentina nació en Cholila y tiene once hijos. Algunos de esos once son parte de su troupe.
***
Allá somos recolectores. La parte cazadora del tándem terminó con el rifle de Alan y el chancho paralítico, o con los pájaros caídos por las gomeras y los balines de aire comprimido. Desde entonces, juntamos cosas: frutas, verduras, miel, ramas, piedras. Cada tanto, a alguien le agarran ganas de tener un arma para ultimar alguna de las tantas liebres de marzo, pero no pasa de la idea: tomar la escopeta con las dos manos, los brazos firmes, la vista precisa, el dedo en el gatillo, bang, y después sentirse Hemingway por un rato.
***
Lo cierto es que los que cazan son los otros, como el infierno. Quilodrán le apunta a la vaca entre los ojos desde cincuenta metros con su rifle y espera que la vaca mire hacia abajo, hacia el último pasto que va a comer, porque si lo mira a los ojos con la bala no pasa nada, rebota en el cráneo y la vaca ni mú; y entonces la vaca baja la mirada y Quilodrán dispara y la vaca queda suspendida en el aire unos segundos, como levitando, y después, por fin –aunque es un por fin que no existe porque el tiempo, ahí y entonces, no existe–, se desploma. Más tarde se carga la vaca o, mejor, ese compendio de carnes y cueros y huesos y cuernos y tetas en una chata hasta el árbol ése en que se cuelga. Quilodrán maneja el cuchillo como el Dr. House de los matarifes: un corte veloz y la vaca está abierta en canal, un corte más y está sin cabeza, cuatro más y sin pezuñas, otro y sin cuero. El cuero, proto-alfombra, se pone debajo de la vaca colgante y sirve de fuente para recibir todas las vísceras y órganos que van a caer después de otro corte más –preciso y rápido como los anteriores–, con un ruido como de ola rompiendo contra las piedras, de inodoro desagotando, de glaciar en retroceso.
***
En realidad, en la escuela matamos. Matamos chanchos gordos con nombres ridículos, matamos pollos anónimos, matamos el tiempo. Lo peor: los gritos, el calor, el olor, las plumas, los pelos.
***
Y muchos años antes, allá arriba, en la casa del Cerro Amigo, una vez que estuvo acorralada y perdida en una zanja, arremetimos contra la gallina con palos y maderas y con furia tan ciega como inocente: de ella sólo quedaron las plumas y la cabeza y unos ojos sin párpados que nos miraron fijos por el resto del verano y de la infancia. Alguien nos retó, pero no hacía falta: ya habíamos aprendido.

miércoles, febrero 18, 2009

miércoles

¿Cuántos veranos pasaron desde que llegamos?
***
Hubo uno en que volamos desde una ciudad anaranjada e infinita y llegamos a otra, más pequeña pero con luna llena reflejada en un lago negro. Hubo otro en el que bebimos champagne en noches calurosas, con insectos trepando por las ventanas y enredándose en los mosquiteros. En otro comimos treinta kilos de helado de Jauja y votamos el mejor gusto, y un día ganó el dulce de leche con moras salvajes y otro el chocolate profundo y otro el limón a secas.
***
Hubo otro verano, y de éste me acuerdo bien, en que nadamos en el río y tomamos sol y Juan, acostado sobre una manta a cuadros a la sombra del serval, se reía de las hojas y el viento mientras los perros enterraban piedras por el jardín. O ése, en que nos quedamos solos en la casa inmensa: afuera, tormenta y oscuridad, adentro, fuegos prendidos y silencio; y primero nos quedamos sin gas, y después, como si alguien nos estuviese poniendo a prueba, sin luz y sin agua y sin teléfono, y así pasamos las horas y los días en la casa barco fantasma, mirando el fuego extinguirse de a poco, porque tampoco teníamos leña.
***
O ese verano sofocante en el que Migui chocó en la ruta y el acta policial decía que el siniestro ocurrió en el kilómetro 1908: "exactamente casi enfrente del restaurante Olaf". Decía también que un auto era rojo y el otro gris, que uno de los ocupantes se llamaba Kevin y que quedaron en la ruta las huellas de la frenada y vidrios de las ópticas, y terminaba así: "Al momento no habían obstáculos en la cinta asfáltica y el clima era caluroso".
***
Hubo otros veranos, también. Como ése en que nos mudamos a la casita los tres juntos y desde el ventanal del cuarto de arriba miramos los sauces temblar y sacudirse como poseídos y más allá el río plateado por la luna. O ése en que convivimos con U-thaiwan, la tailandesa silenciosa que cocinaba como los dioses, sus dioses, esos dioses que cocinan con salsa de soja.
***
Otro verano quisimos quedarnos acá a probar suerte, encontrar un trabajo, criar a Juan. El siguiente, o el anterior, ya no me acuerdo, decidimos que no, que teníamos que volver a la ciudad a ordenar todo, a decir adiós amigos y ahí sí, venir, quedarnos, suerte, trabajo, criar.
***
Mientras cosechábamos arándanos pasó otro verano, el pasto mojado por el rocío, los álamos estáticos, el olor a mañana y ese silencio como de campamento: un murmullo y a lo lejos las voces de los demás, las risas, los silbidos. Y las frutas, una por una en la canasta verde.
***
Un verano que fue muy parecido a un otoño miramos el viento desde la ventana, un viento áspero, incansable, endemoniado, un viento volador de cosas y de ánimos y de humores. Ese mismo verano leímos a Bruce Chatwin viajar por los mismos paisajes por los que viajamos algún tiempo atrás: por los mismos caminos de tierra, por los mismos vientos, por las mismas lluvias, por los mismos miedos.
***
Ahora, pronto, se acaba éste,
en unos días empieza otro.

lunes, enero 26, 2009

lunes

doce meses de casados
-
nueve meses de gestación
=
tres meses de Juan

ni planificado hubiese salido tan prolijo.
Ahora, afuera,
asado, vino y brindis.
Dos bisabuelos, seis abuelos,
padres, tíos, primos,
autoridades presentes.

martes, enero 13, 2009

martes

*Fue cuando sospechamos que ya no había nada más que podía hacerse que empezamos a ir a la iglesia. Y la gira mística y religiosa comenzó, como todas, con un viaje a la frontera. Ahí, entre Brasil, Uruguay y Argentina, en un barrio de casas bajas, ladrillos rojos y perros flacos esperamos horas a que nos atendiera Milton, el sanador. Esperamos, los mellizos y yo, en la Mercedes Benz blanca: era un día de esos amarillos y calurosos y por las ventanas abiertas se escuchaban grillos y ranas y gritos apagados por la humedad. Adentro del furgón, la impaciencia de la espera: golpes, sudor y lágrimas. Afuera, impaciencia y duda y resignación, un pasillo sin asientos con desesperados y un curandero.

*El viaje siguió hacia el sur. Pasamos unos días en las termas de Salto, en los que recuperamos el humor perdido y nos tiramos en piletas llenas de agua caliente. Después, otra vez la ruta, primero con tierra roja en los costados, palmeras y la exuberancia del norte; más tarde, con ciudades y puentes largos y la pampa húmeda que comienza a secarse.

*En un estadio de Puerto Madryn vimos a un cura carismático alabar a un señor que no era el nuestro y hacer desfilar a rengos y ciegos por un escenario que hubiese envididado Bono. Había una banda, y el público cantaba y bailaba y levantaba las manos y a todo respondía amén y alabado seas y con tu espíritu. Había vinchas rojas y rosarios de plástico de todos colores. Había polvo y con las lágrimas se hacía barro y todos parecían emos vestidos de blanco con ojos delineados y delirio místico. Nosotros estábamos tomados de las manos, menos por creyentes que por miedo a lo que veíamos. No compartimos pero respetamos, nos decía y se decía Madre, como un mantra, no compartimos pero respetamos, como si repitiéndolo muchas veces pudiéramos, al fin, respetarlos. Porque que no compartíamos no compartíamos.

*Recuerdo: la música, el polvo, el agua bendita, la verguenza, la verguenza, la verguenza.

*Todo terminó en la iglesia de El Hoyo. Fuimos algunos domingos y de a poco, como una gripe, el fervor místico fue cediendo. En la iglesia, los domingos fríos de mayo, éramos pocos: algunas viejas chupasirios; Pañil, el viejo desdentado y desagradable que pasaba buscando limosna y si no le dabas te golpeaba el brazo con la bandeja vacía; y la familia de Julián: sus hermanas y su mamá y cada tanto su papá. Nosotros, los chicos, entrábamos con la cabeza gacha y con el chirrido de las ruedas de la silla de ruedas como himno. Nos sentábamos lejos del altar, y rezábamos, sí, para que no nos viera nadie.

*Ahora nos acordamos y sonreímos. De última, no había nada que perder.

sábado, enero 10, 2009

sábado

Estalla el verano cuando en la tele Giordano dice incoherencias y una chica camina por la pasarela y algún cholulo la aplaude y qué noche Teté,
y en Jesús María hay festival de doma y folclore y un payador explica por qué el domador tuvo que ser asistido y el caballo sigue galopando y corcoveando ahora más liviano pero con la misma cantidad de instinto y miedo y odio,
y en el medio de El Hoyo empieza la fiesta de la fruta fina sin domadores ni Giordano aunque con payadores y personas que dicen incoherencias y folclore y autoridades presentes y olor a choripán,
y el ruido de los parlantes llega hasta la chacra arrastrado por el viento y en la casa en la tele están Giordano y Teté y el verano que estalla mientras a la noche los bichos caminan en la ventana y mueren ciegos en alguna luz.

jueves, enero 08, 2009

jueves

La primera pregunta
es de dónde vienen
esos insectos negros
que avanzan como
el batallón de un ejercito
en retirada
por el piso
de cerámicos encerados.
La segunda: a dónde van.