viernes, noviembre 24, 2006

"realizado"

Planté un cardo

Me hice una paja

Escribí un blog

juicio laboral

*Es viernes, y se nota en el aire. Todos mis compañeris cambiaron sus camisas rosadas por remeras, también rosadas. Y en lugar de mocasines, calzan zapatillas. El ambiente se siente cashual.

*Ayer mi padre me preguntó qué hacía en el laburo, además de chatear. No supe qué contestar e inventé alguna respuesta que apelaba a las obligaciones y responsabilidades previamente adquiridas. Y que cada tanto escribía en el blog.

*Ayer también, pero más temprano, tuve reunión con la jefa. Me advirtió que estaba conciente de que se habían cumplido mis tres meses de prueba, y quería saber cómo me sentía en la empresa, cómo me llevaba con el trabajo, cómo llevaba todos estos movimientos y runrunes y radiopasillos. La lucha entre lo que realmente pensaba y lo que debía decir fue intensa; el resultado de la reunión, incierto. Por lo que entendí –por lo que me acuerdo–, de alguna manera me aseguró que me iba a quedar, y por otro lado me ofreció un ascenso. Yo igual le deslicé, de manera sutil, que todavía no tengo nada definido para el año que viene. Que por un lado quiero dedicarme a la facultad, que “no sé si me voy para el sur”, y así.
Cuando casi terminaba la reunión le dije a la jefa: igual no se pongan mal si decido no seguir.
La frase quedó flotando en el aire, su presencia casi se hizo física y bien podría haberla tocado.
En el mismo instante en que me di cuenta de la grasada que había dicho, mi cara comenzó a llenarse de color -rojo sangre-. Igual me respondió: no, claro, voy a entender si te querés dedicar más a otra cosa, o si querés ponerte las pilas con la facultad.
Le dije: bien, igual lo que te quería decir era que no se pongan mal si me tienen que echar; reducción de personal, y esas cosas que se escuchan por ahí, vos sabés.
Me dijo: no te preocupes por eso, por ahora.

martes, noviembre 21, 2006

flit

Hay runrún y radiopasillo.
Circulan, por toda la empresa
del gran grupo, rumores y más rumores.
Que ya hay un organigrama,
que ya se definió quiénes van a seguir;
que toda esta sección se va para otro lado,
y quedamos a cargo de garompa.
Que todos los que no aparecen
tienen que juntar sus petates e irse.

Yo lo único que quiero es que me digan:
muchas gracias por estos tres meses
y diez días de trabajo.
Ha sido un gusto.
Les doy la mano, y me retiro,
simulando dolor.

Otra opción, más heroica,
es la siguiente.
Que echen a alguno que quiera seguir,
que tenga que mantener una familia,
pagar el seguro del auto,
que quiera ser parte de esta empresota.
Que llore, y pataleé.

Entonces entro en acción, y digo:
¡no!, échenme a mí.

Oh, dicen las cortesanas,
oh, dicen los caballeros.

Los jefes se quedan sin voz, se quiebran
y se miran entre ellos, confundidos.
Luego de algunos minutos de zozobra
Me condecoran y me palmean la espada.
Y me mandan patitas a la calle.

Y todos felices.

focus girl

Hoy le toca ser profesional, clase media alta, esposa de un abogado independiente. Y va a hablar de jugos: si esta fruta fuese un ser humano, ¿sería hombre o mujer?.
Ayer fue madre joven, separada, y habló sobre jabones en polvo. Hace una semana, hija que aún vive con sus padres, de ingresos medios, estudiante universitaria.
Así pasea por oficinas blancas y despojadas; se deja ver a través de los espejos traslúcidos de la cámara gesell y se junta con mujeres, desconocidas hasta entonces, a hablar sobre temas que nunca se imaginó que iba a hablar alguna vez.
Su vida de chica focus group le da magros resultados, tanto económicos (buen sueldo, aunque con poca estabilidad) como anímicos (hablar con gente distinta, comparar estrategias, aconsejar a las novatas) y materiales (muestras de productos, imanes, blocks para anotar). Sus cambios de profesiones y vidas apenas si la acomplejan: al contrario, nada le tienta más que salir del tedio de su día a día y ser, al menos por minutos, y de palabra, lo que los otros necesitan que sea. Maestra, profesora de inglés, ama de casa, abogada, escritora, desocupada, estudiante de letras, camarera, fotógrafa free lance.

viernes, noviembre 17, 2006

interview

“De chico imaginaba respuestas a entrevistas, mientras volvía de la escuela, mientras caminaba por la chacra”, suelta nervioso, antes de que le pueda hacer alguna pregunta.
“Todavía no tenía en claro por qué sería que me entrevistarían –deportes, banda de rock, algún descubrimiento– pero era clarísimo que algún día lo iban a hacer. Incluso a veces respondía en inglés. Siempre en voz alta, caminando por caminos de ripio, arrastrando los pies”.

-Los chicos siempre fantasean con ser famosos, como bien decís, con ser deportistas o músicos, pero generalmente la fantasía tiene que ver con el momento, con el acto, no con la entrevista posterior...
- Sí, es cierto; no sé por qué lo hacía. Pero era algo recurrente.
-¿Qué recordás de aquellas entrevistas?
- No mucho; me acuerdo del viento, del silencio, del ripio, de la mochila azul que tenía. También que contestaba con tranquilidad y reía cómplice, miraba a los ojos de mi entrevistador y me mostraba confiado.
Como mis diálogos eran largos, me perdía todo el tiempo y volvía a empezar; así el discurso se iba puliendo, las palabras se volvían conocidas. Me movía con naturalidad por entre las letras, las oraciones. Conocía los tiempos, inspiraba, exhalaba, y contestaba.
-Y ahora incluís esta entrevista en tu primera novela editada: está claro que siempre lo habías pensado así.
-No, para nada, fue una idea de mi editor. Le pareció tierno, y una buena manera de hilar lo que para mí es una suma de relatos intrascendentes e imposible de unir entre sí. Entonces me dijo: “empezá con esa entrevista imaginaria que me contaste que te hacías cuando eras chico, y que el cronista te guíe, y que luego comiencen a aparecer el resto de los personajes, de las situaciones.” Me pareció un muy buen consejo, y lo seguí al pie de la letra.

miércoles, noviembre 15, 2006

pequeños momentos

Durante las nueve horas que estoy dentro de la oficina en la empresa del gran grupo, ocasionalmente encuentro momentos de escape –aire, libertad, oxígeno, como se diga–. No es fácil dar con los intersticios, las grietas del sistema, pero si se busca con atención, se encuentra.
Agarrar el celular, guardármelo en el bolsillo de adelante a la izquierda del pantalón, levantarme, caminar hasta el baño, cerrar la puerta, tomar asiento en el inodoro, es uno de aquellos momentos. Combina, en un mismo movimiento, diferentes cuestiones que disfruto: sentarme en el inodoro, jugar a la vivorita en el celular, alejarme por un rato de la computadora, y escuchar esos ruidos lejanos, sordos e irreconocibles –voces opacas, gotas de agua, tacos que caminan por algún pasillo– que siempre se dejan oír en los baños.

infancia revisitada II

En quinto grado me cambié de escuela. Pasé de una pública, la 270, donde compartía aula con amigos y usaba guardapolvo blanco, a la única escuela privada del pueblo: el colegio nicolás pedernera, que no era un delantero de river sino un muñeco que había nacido en córdoba y no sé –y creo que nadie lo sabía– qué habría hecho para darle nombre a una institución patagónica de medio pelo. Ahí usaba uniforme: zapatos, camisa blanca, corbatín azul, y arriba de todo un guardapolvo, también azul.
El cambio no fue tan traumatizante; hacía tiempo que fantaseaba con cambiar de escuela, ser el nuevo, pelearme con los “populares”, y esas cosas. Incluso había noches en que me imaginaba yendo a una escuela hogar, conocer una chica tímida, tomarnos de la mano, leer con linternas, cambiarnos de cama a la noche, todas esas boludeces que seguro vi en alguna de esas películas que uno ve cuando es chico.
Mis nuevos compañeritos, hijos de los dueños del pueblo –esas personas que tienen el dudoso honor de compartir sus apellidos con las calles; como decir un anchorena acá, aunque con mucho menos glamour–, eran bastante desagradables. Amarretes, llorones, malcriados, soberbios, y así. Alejandro compartía todas esas características, pero igual en poco tiempo nos hicimos amigos. Fue mi primer amigo de pueblo.
Su casa estaba en el centro centro del bolsón, al lado de un taller mecánico. Era oscura, de una planta, con una cocina de luces incandescentes y por todos lados había olor a suavizante de ropa. En el patio que daba al taller –que no era de su familia– había un aro de básquet en el que a veces jugábamos. Su papá era el chofer de la traffic del pedernera, y su mamá me parece que era la directora del colegio.
En lo de alejandro se desayunaba galletitas con dánica dorada y dulce de leche, algo impensable y desconocido en mi casa; además tenían cable y cada uno tenía un televisor en su cuarto: alejandro miraba the big channel, el padre fútbol –era de ferro, un equipo que no me sonaba ni de nombre pero que en esa época estaba en primera–, y sus hermanos y madre, ni idea.
Uno de sus hermanos, germán, era rockero: tenía su banda y la habitación empapelada de posters de aerosmith que, como ferro, no me sonaba ni de nombre; pero ver todos esos papeles amarillentos de la revista 13/20 con unos boludos grandotes llenos de pañuelos no fue una buena manera de conocerlos.
Las hermanas eran más grandes, casi graduadas de la secundaria, así que no tenía mucho trato con ellas.
Me gustaba ir a lo de alejandro. Me gustaba andar en bici por el asfalto y las veredas rotas; me gustaba comer ñoquis los 29 de cada mes y que abajo del plato hubiera billetes de dos pesos. Me gustaba ir caminando al kiosco y con esos dos pesos comprar alfajores guaymallén. También me gustaba comer viendo tele, y la luz temblorosa de los tubos incandescentes de la cocina; ver tele en la cama hasta cualquier hora (alejandro veía coco miel y babar en magic kids, eso no me gustaba) y levantarme y tener la escuela a pocas cuadras.
Cuando terminé séptimo me cambié otra vez de colegio, esta vez a la agrotécnica del cerro radal. De a poco dejé de ver a alejandro; aunque cuando nos cruzábamos nos saludábamos con cariño.
Hace poco padre me dijo que lo vio por allá: estaba de vacaciones y aprovechó para visitar a sus hermanos que ahora son refugieros.
Me mandó un abrazo.

miércoles, noviembre 08, 2006

La versión gmail de Mientras dormías:



These messages were sent while you were offline.
6:23 PM Irene: te fuiste?
o gmail nos esta engañando otra vez?

jueves, noviembre 02, 2006

miércoles, noviembre 01, 2006

El hermano errante de Ruperto Valenzuela

Este post es un work in progress. Es sólo un apunte virtual de algo que va a ir creciendo con el tiempo, pero lo voy a publicar ahora, así, desprolijo, inexacto, porque no me quiero olvidar.


No conozco el nombre del hermano errante de ruperto valenzuela, pero me parece que es pablo. En realidad sé bastante poco de él. Sólo lo que me cuenta mi padre que le cuenta ruperto, cuando le cuenta.
Ruperto, más de sesenta años, menos de un metro cuarenta; bigotito hitleriano y boina perpetua, trabaja en la chacra desde que llegamos a vivir allá. La leyenda dice, incluso, que hace muchos años él fue el propietario de aquellas cuarenta hectáreas y que las perdió quién sabe cómo, quién sabe cuándo.
Ruperto, decíamos, es padre de familias –más de una–, hombre trabajador y responsable, aunque supo tener sus asuntos con el alcohol. No era raro que en la fiesta del fin de la cosecha que organizábamos en la chacra casi todos los marzos ruperto valenzuela, además eximio asador, se trenzara con alguno en una disputa que solía terminar cuando el petiso –así le dicen– sacaba de su cintura el facón con el que había hecho el asado. En realidad, nada era raro en esos asados. Ni los hermanos cárdenas tocando chamamé, levantando el polvo a puro acordeón, ni las chilenas bailando con “saca la mano antonio”, ni las constantes borracheras de los césar o edgardos de turno, ni el checho, silbando entre las mesas.
Ruperto, padre de ramón que al final resultó tan petiso como su padre, pero que cuando éramos chicos nos parecía el chico más grande y más grosso de todos, un macgyver con una facilidad asombrosa para pescar con ramas y cazar liebres con guachis; padre también de andrés, deforme y oligofrénico, al que ruperto pasea entre orgulloso y resignado por las calles del pueblo, mientras este derrocha amor y baba; padre también de misaél, inteligente y hábil para el deporte, delantero del pyla (pasión y locura arandanera fútbol club) y uno de los tantos ahijados que tiene padre por el mundo –ni que fuera perón y sus lobizones–; padre de yolanda, que creo que fue mi compañera en ese año que fui a la escuela 81. Y padre ¿y amante? de rita, fea, pero rápida: así lo apuraba al avo en los asados del fin de la cosecha. Marido en serio de la rosa, trabajadora y dueña de una voz especial, entre nasal y aguda, una voz que me recuerda el invierno y el vapor que sale de las bocas cuando hablamos.
Ruperto tiene un hermano que camina y se mueve por la patagonia sin destino ni rumbo; que parece llevado por el viento, que allá sopla y mucho.
Hace unos días lo vieron por cholila, dice ruperto. Ahora debe andar por ñorquinco, comenta mientras busca las ovejas. Se está yendo al maitén.
El hermano camina.
Se tejen hipótesis, como las que dicen que va de fiesta en fiesta: en enero la fiesta de la fruta fina –donde aprovecha para visitar a ruperto y su familia–, y la del asado en cholila; en febrero la del lúpulo en bolsón, la de la trochita en el maitén, y la fiesta interprovincial de la doma y el folklore, en sarmiento; en marzo la del calafate en tecka o la del ternero en choele choel. Que así avanza buscando esos lugares comunes que son las fiestas de pueblo, todas con olor a choripán, todas con el bingo, con los vidrieros que hacen adornos kitsh, con los locutores. Todas con la elección de la reina, que permite cosas geniales como “la reina del pescado” o “miss guindas”, o “reina del asado con cuero”, y así. Todas con tanto tetrabrick, con tanto don ata y don josé y los nocheros y la mosca. Todas con la comisión organizadora, la inauguración a cargo del intendente y el cura que bendice estas fiestas, en nombre del padre y del hijo.
Otra hipótesis, tal vez la menos grandilocuente pero la más acertada, dice que al hermano errante de ruperto le gusta andar. Y que como el muñequito de las pilas energizer, nunca deja de hacerlo.
Que camina y le gusta sentir el polvo de la ruta cuarenta en su cara curtida. Que no tiene un lugar preferido y lo sigue buscando. Que no le parece bien la “vida burguesa” de su hermano ruperto que se vendió y ahora tiene directv y le puso piso a su casa y va al doctor cuando se siente mal.

Ruperto valenzuela, en tanto, se jubiló hace poco tiempo, después de una vida de trabajo.
Con su triciclo rosado sigue haciendo los dos kilómetros que separa el caserío donde vive –la sombra, que le dicen– y la chacra, donde arregla cercos y arrea las vacas, o simplemente recorre el fondo inundado, acompañado por sus tres perros. O por andrés, que babea y corre contento entre los teros.