miércoles, junio 06, 2012

miércoles

Le cuento a hermano que el otro día entró un colibrí en la casa. Que era verde y brillante y que parecía querer decirnos algo con su aleteo desesperado y el chocar contra el vidrio. Que al final lo agarré con cuidado con una mano y después lo liberé en el jardín. Que se fue y al rato volvió y miró todo desde el otro lado de la ventana. Que le saqué una foto y que en cualquier momento le escribo alguna leyenda en comic sans para compartir en facebook, algo relacionado con la libertad, con los barrotes transparentes, con las ganas de volar.
Hablando de colibríes -me dice, me escribe-, murió Bradbury.
Hace poco, en esos días en que no paró de llover, pensé mucho en él y en esos cuentos tremendos de todo tremendor, redondos, perfectos y lluviosos. Y pensar en Bradbury es pensar en nuestra abuela, en el cuarto verde de la casa enorme de Bariloche, y en cuando éramos chicos y marte y los robots y las utopías todavía existían.

martes, mayo 29, 2012

martes


Bariloche es una casa con paredes rugosas
de revoque grueso que lastima codos y rodillas;
paredes blancas o un color parecido al blanco 
y postigos de madera en las ventanas
y el viento que los sacude y el viento que los golpea:
contra las ventanas, contra las paredes.
Bariloche es una casa con jardín de pasto marrón, 
minado con soretes de un ovejero alemán que tiene la cadera gastada
y ladra y mira el mundo y después se duerme bajo el cerco de macrocarpas;
un jardín con rosas rosas y ciruelos y manzanos del paraíso,
y el olor de un cielo encapotado y lluvia 
y el lago plateado que encandila los ojos allá a lo lejos.