sábado, abril 14, 2007

los hijos de seymour

Algunos apuntes sobre la banda del verano de mi infancia

*Nuestros quince minutos de fama empezaron en noviembre del año 1999 y terminaron a principios de 2001. Los cuatro: santi, nico, pey y yo, íbamos a una escuela de música en el bolsón. Para el acto de fin de año los profesores, al ver que solíamos aprovechar los intervalos de las clases para tocar algunas cosas entre nosotros, nos preguntaron: ¿quieren preparar algo para después de la muestra de fin de curso? Dijimos que sí, que claro. Enseguida se definió que la sala de ensayo sería el galpón que está al lado de lo de alan, padre de santi.


*Alan es mi tío y también mi padrino, y vive con su familia a un kilómetro de mi casa, por medir de alguna manera ese camino de tierra, rodeado de álamos y robles. El galpón de su casa todavía no era lo que es hoy, con calefacción, paredes pintadas, cancha de ping-pong, dardos e internet con banda ancha. En ese entonces, del techo colgaban bolsas con cebollas o nueces, en la pared había un poster del bolsón y en el entretecho había un cementerio de esquís y botas y bastones, y las lauchas pasaban raudas por las vigas. La batería y dos amplificadores completaban el mobiliario.


*Con santi, mi primo, y nico, mi amigo, ocasionalmente nos juntábamos para hacer algunas cosas musicales, yo con el bajo, nico con su guitarra, santi en la batería; en algún momento tuvimos un intento de banda, de nombre qüal (cuál); el chiste obvio era:

-¿cómo se llama tu banda?
-qüal.
-tu banda, la que tenés con los chicos.
-qüal.


*La génesis de qüal fue en el sótano de mi casa, algún día de lluvia de algún otoño llovedor. Yo ya tenía el bajo y nico su guitarra. Santi arruinó las ollas de madre. Mis hermanos bajaban, martín a veces tocaba el piano; el ruido era infernal. Padres dormían la siesta. Cuando padre compró la potencia con micrófonos abandonamos el sótano y empezamos a hacer pequeños live aids para no más de cuatro familiares en la vereda de casa, la que daba al río. Era verano, tenía sentido.


*Esta vez teníamos más presiones. El recital, nuestra primera presentación, iba a ser a continuación del acto de la escuela en el que iban a tocar chicos de todas las edades y niveles. A la muestra iban a ir muchos familiares de alumnos y ése iba a ser nuestro público.


*La sala de ensayo quedaba, como dije, a un kilómetro de casa, a ocho de la de nico y a veinticinco de la de pey. A pey a veces lo traía la madre, y a veces manejaba él. Casi siempre venía con un amigo, que no hablaba y miraba atento mientras tocábamos. Le decían lópez; nosotros le decíamos el silencioso lópez.


*Los primeros encuentros fueron bastante malos, sumidos en una atmósfera que tenía partes iguales de vergüenza, timidez e inseguridad. Pero de a poco empezamos a encontrarle la vuelta. Pey era –y es- una bestia con la guitarra, tenía unos dieciséis años en ese entonces, pero ya se sabía todos los temas de hendrix, de divididos, de rage against the machine, de los chillipeppers, de nirvana, de bach; en definitiva, todos los que había que saber. Santi tenía –y tiene- un talento innato con la batería y podía hacer lo que quería. Además, sus trece años bajaban considerablemente el promedio etario de la banda, y nos transformaba en una suerte de hansons del subdesarrollo. Nico era la hormiga trabajadora: compraba revistas con acordes y se quedaba horas y horas hasta sacar alguna canción, arreglaba los micrófonos de su guitarra y los cables rotos, y era el que hacía toda la gráfica y la prensa de la banda. Yo era el más inseguro, el que no se hacía cargo; escudado detrás del bajo era el único lugar donde me sentía cómodo.


*Tuvimos un mes para preparar algunas canciones antes de la muestra. Desde el principio decidimos que los temas iban a ser nuestros, básicamente por dos motivos: a) no sabíamos ni teníamos ganas de aprender ningún tema de otro, y b) los covers instrumentales, salvo que sean de canciones instrumentales, no tienen mucha gracia y teníamos una carencia significativa con respecto al asunto de las voces: nico y pey no cantaban muy bien, santi no podía por una cuestión técnica –estaba atrás de la batería, y era muy chiquito– y a mí me gustaba cantar, pero la coordinación con el bajo, bien gracias. El repertorio para la función debut quedó conformado por unas cinco canciones, dos más bien roqueras, dos de corte funk y un lento, para apretar.


*Me acuerdo, con una precisión que me asombra, del momento en que cargamos los equipos en la traffic y salimos por la ruta rumbo al bolsón. Era un día lluvioso de diciembre; por atrás de las nubes y las gotas de agua podía ver el sol. Era uno de esos días en que todo está de color amarillo y que si no fuera por la lluvia, bien se podría estar en remera. Ibamos todos juntos sentados en los asientos de adelante, nerviosos, especulando. Era el debut.


*Después de las presentaciones de todos los alumnos –solistas, dúos, coros, etc. –, llegó nuestro turno. Mientras varios padres se retiraban, prendimos los equipos, acoplamos y, luego, rockeamos. Hubo minipogo y todo. Lo interesante de ese show fue que se empezó a correr la bola de que había una bandita de pendejos que tenían instrumentos y que sabían tocarlos, y eso, en la aletargada escena del bolsón, era una bomba. Esa misma noche, los chicos de las larvas infecciosas –banda emblemática de la zona, conocida por sus excelentes covers de rage against the machine y otras bandas del palo– nos invitaron a telonearlos en un recital que tendrían la semana siguiente. Nos miramos y dijimos que sí, que claro. Y volvimos a ensayar. Nos propusimos hacer, en una semana, tres temas más, para así llegar a los ocho. Juntos éramos dinamita, y lo comprobábamos en el galpón. Tocábamos desde la tarde hasta altas horas de la madrugada. Aprovechábamos no tener vecinos. (Los valenzuela, que viven a varios kilómetros, cuentan que en los días de viento se escuchaban las guitarras y el bajo y sobre todo la batería; que las ovejas se ponían nerviosas, que los perros aullaban).


*Los ensayos eran motivos de reunión familiar y en los días lindos hasta ponían sillas afuera del galpón. Ahora me parece casi indisociable la sensación de sobremesa de asado otoñal con el momento de ponernos a tocar: prender el equipo con los dedos todavía grasosos por la pata de pollo o la costilla de cordero, con los labios teñidos de rojo por la botella de vino.


*Con el paso de los días y los meses llegó el momento de las formalidades y tuvimos que elegir un nombre. La búsqueda fue ardua y nos llevó más tiempo del necesario. Se barajaban varias posibilidades y ninguna nos cerraba a todos, con ninguna había consenso. Nombres en inglés, deformaciones de palabras. Incluso juegos de palabras que denotaban nuestra procedencia rural, como por ejemplo “lavanda”, que hacía referencia a la planta aromática y, por supuesto, a que éramos una vanda, una banda, o la banda. En fin.


*Sin embargo fue gracias a este último y pésimo nombre que llegamos al que finalmente quedó y que nos hizo sentir cómodos y contentos y que podíamos nombrar sin ponernos colorados o sin perder repentinamente el habla. Fue en mi casa, estábamos santi, nico y yo, y también mis padres y hermanos. Tomábamos café y guindado después de un almuerzo y debatíamos, entre otras cosas, sobre el nombre de la banda. La onda campestre dominaba el brainstorming. Hasta que alguien dijo –pude haber sido yo, pudo haber sido otro– basta, loco, ¿qué somos, los hijos de seymour? Y listo. Quedó. Era ese el nombre, no había otra posibilidad.


*Claro que tiene una explicación y que hubo y que hay que explicarlo. John seymour fue el inglés que escribió uno de los tantos libros-biblias que llevaron los hippies bajo el brazo cuando se instalaron en el bolsón y alrededores. Este libro era: la vida en el campo. el horticultor autosuficiente y enseñaba, como el título lo indica, a ser autosuficiente, en el campo. Ese libro estaba en mi casa y también en la de santi y en la de nico, y en la de pey y en la de todos mis amigos hijos de hippies, o neohippies o pseudohippies. Ese libro le había enseñado a mis padres y a los padres de santi y a los de nico y a los de pey y a los de todos mis amigos cómo hacer una huerta orgánica, cómo tener a las gallinas en el gallinero, cómo construir el gallinero. Tenía cosas absurdas, como buen libro-biblia hippie: en el capítulo que enseñaba a teñir los cueros o las telas, indicaba que primero había que plantar quebracho, luego –quince, veinte años más tarde– extraer del quebracho el tanino, base de la tintura, y después, bueno, teñir. O al menos eso recuerdo.


*Entonces fuimos los hijos de seymour. Los hijos de los lectores de seymour, para quienes seymour había sido un igual, uno de ellos. Estábamos todos ahí por él, le debíamos muchas cosas al inglés autosuficiente.


*Ya con el nombre empezamos a tocar cada vez más seguido y en lugares más grandes. La bandurria, sub-zero, la posada del alquimista, café morena, esos fueron algunos de los lugares por donde pasamos, casi siempre como teloneros de alguna de las bandas de allá. Tocamos en la escuela agrotécnica donde cursábamos nico y yo, y después en la escuela del hoyo para una feria del libro que se organizaba ahí. Nos entrevistaron para el canal de rawson y para el diario el chubut o uno de esos. Estábamos contentos, no nos la creíamos: faltaban las groupies. Una vez tocamos en un festival que se hizo en el cerro radal a beneficio de una amiga que había tenido un accidente. Había algunas bandas de buenos aires, otras de mendoza, varias de la zona, y nosotros. Tocamos en la primera fecha, ya era de noche. Había luna llena y la gente que no bailaba se refugiaba alrededor de varias fogatas que ardían desde el mediodía.


*Ese fue nuestro mejor recital. El escenario era altísimo y desde ahí veíamos a la gente bailar y aplaudir. Había cámaras de much music y nos filmaron. Nos vimos en la pantalla un mes más tarde y lo grabamos. Cada tanto nos volvemos a ver titilando en vhs, y ahí estamos: explicamos el nombre de la banda, estamos nerviosos, nos reímos.

jueves, abril 12, 2007

jueves

*Vuelvo a mi antiguo trabajo después de un mes entero de estar afuera de cualquier oficina, de cualquier espacio cerrado. El jet-lag se hace sentir, por más que el viaje haya sido en auto: mis noches son extrañas y desprolijas, y no sueño; camino por las calles mareado, o atontado, que viene a ser lo mismo; bajo las escaleras del subte línea d y me equivoco de estación, o me pierdo en los pasillos; frente a la computadora no atino a hacer nada, casi que no chateo, casi que no navego a la deriva, casi que no hago nada. Claro que estoy exagerando y algunas cosas se mantienen.

*Mi amigo terry me comenta que fue a una fiesta de cumpleaños de una amiga donde todos eran actores de teatro o practicantes de contact o simplemente gente desinhibida, y que todos bailaban en éxtasis tocándose semidesnudos, como si fueran serpientes drogadas en un serpentario boite. Mi amigo terry me dice que la situación era bastante incómoda, pero que lo superó todo con un par de whiskys y que se dedicó a observar, borracho. Aunque nunca tan borracho como para ponerse a bailar o a refregarse con un otro.

*Hace una hora que en la oficina averiguamos qué corno es el sistema de reparto, si tenemos afjp, si conviene pasarse al estado. Más que nada porque nos entretiene, por supuesto.

Le pregunto a padre, que justo se conecta.
¿se van a pasar al sistema de reparto?
responde:

hijo
...
tu mamá y yo
...
hologramas impositivos
...
la próxima vida seremos prolijos
...
ésta tuvimos hijos



sábado, abril 07, 2007

sábado

*Un viernes, hace cuatro semanas, salíamos para el sur en bondi. A las cinco y algo de la tarde me escapaba raudo del trabajo, me despedía de mis compañeros y de mi jefa, con la sonrisa apenas disimulada. Hacía calor, recuerdo, y en mi cabeza daban vueltas todas las cosas que seguro me estaba olvidando, además del vértigo de la renuncia, de irme un mes, de no saber bien a dónde. En el correo la gente se agolpaba sobre el mostrador. Después de algunos cálculos decreté que la renuncia sería el lunes, desde donde fuera que estuviera, o no sería. Y la renuncia fue, y fue en la sucursal esquel del correo argentino, a las 9.16 de la mañana del lunes doce de marzo.

*Ahora entra sol y algo de viento por la ventana del living, lu escucha la radio en el cuarto y agente cooper, el gato, da vueltas por la casa mientras huele extrañado nuestras cosas que se amontonan en la mesa, y también a nosotros que seguramente olemos extraño, después de un mes de ausencia.

*En total fueron ochomilcien kilómetros de viaje. Una goma pinchada, cerca de bajo caracoles. Cientocuarenta discos, de los cuales habremos escuchado unos cien. Varias horas por día sentados frente al parabrisa del auto, viendo las líneas blancas y las líneas amarillas de la ruta que se suceden en prolijo orden, o bien el ripio suelto y amarillento, con sus serruchos, los cercos alrededor, las huellas marcadas, y los ñandúes mirando atentos desde el costado y que apenas pasamos cerca se dan a la fuga sin mirar atrás.

lunes, abril 02, 2007

lunes

*Noches en río gallegos, puerto santa cruz y puerto san julián. En este último, el supermercado se llama la tostadora moderna y ahí compramos cosas para preparar una ensalada y una cerveza. En el lugar donde dormimos hay tele y nos tiramos a ver una de sandler y nos reímos. El aire pide siesta, pero decidimos ir a recorrer el pueblo y alrededores: nos lleva el viento. Un día después, en puerto deseado, volvemos a dormir en el auto. La calle inclinada ayuda y la sangre de las piernas circula bien. Después del desayuno en la costa, salimos para comodoro.

*El dos de abril pega con fuerza sobre los pueblos y ciudades que dan al océano atlántico. Homenajes, monumentos, banderas, carteles. Las malvinas son de ellos, de los pueblos y ciudades de la ruta tres. Se habla de gesta, y cada ocho palabras que se dicen en la radio una de ellas es soberanía, o nuestras, o piratas.

*En la comodidad de un hostel la inspiración dice chau y se va a la playa, a recorrer las arenas grises de puerto madryn. Yo la sigo, corriendo. Pero no la alcanzo: estoy más gordo y menos atlético que hace veinte días, a pesar de que mi plan era todo lo contrario: comer poco y bien, hacer trekking, respirar mejor, comer más habas y menos helados, hacer yoga. La veo correr a lo lejos -a la inspiración-, bajo la luna llena que se refleja en el mar, corriendo más rápido que el viento, como corría martín, y sin mirar hacia atrás. Vuelvo al hostel, resignado y sudando sal y arena y los redhotchillipeppers o maná o lo que sea que suena en la radio en este momento me hunden aún más en la aridez mental. Y entonces me despido, atentamente.