lunes, julio 26, 2010

lunes



Un hijo perdido en una selva de potus y libros en un noveno piso de la gran ciudad.

miércoles, julio 21, 2010

miércoles

Hola, permitan que me presente: soy el señor que elige las películas que se ven en los ómnibus de larga distancia. Mi nombre es Roberto y me dedico a esto desde aquella primera vez que a alguien se le ocurrió que se podrían poner televisores en las unidades de transporte automotor para hacer más ameno el viaje del pasajero: vocación de servicio, que se dice. Y estoy en esta oficina desde entonces, hace ya tanto tiempo. Quién lo hubiese pensado. En serio. En todos estos años el formato cambió, primero VHS, ahora DVD, en el futuro quién sabe, pero la idea básica de mi trabajo permanece inalterable: todo se trata de entretener, de acercarle al pasajero lo mejor del séptimo arte en películas de hora y media de duración proyectadas cada cuatro horas, aproximadamente. Elegir las películas es un arte: yo soy una especie de DJ de imágenes y sonidos y para eso sé combinar géneros y estilos y actores y directores para conformar ese combo, ese producto final que se llama placer estético. No cualquiera puede armar sesiones de diez horas de películas para viajes largos sin perder coherencia o descuidar aspectos básicos como Steven Seagal o Jackie Chan o Morgan Freeman. Para hacer esto hay que tener la mente y los ojos y los oídos entrenados: hay que saber cuáles películas provocan sueño, cuáles carcajadas, cuáles malestar. Hay que saber combinar la tristeza y la felicidad y también el drama y la comedia a los distintos momentos de un viaje, a los distintos momentos de un día, a los distintos momentos de una geografía. Pero también, hay que saber que hay cosas que son infalibles, como Sandra Bullock o Tim Allen o Morgan Freeman: Morgan Freeman sobre todo. Se puede amenizar un viaje de Ushuaia a Misiones con películas de Morgan Freeman. Porque hay películas de Morgan Freeman para todos los gustos. Y yo me encargo de eso, de todos los gustos. Hay que saber también que no existen, en este trabajo, películas buenas o películas malas: existen películas para viajar. Y de eso se trata todo.
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Hay noches en las que pienso en las miles de películas que en esa hora precisa se están encendiendo en los miles de ómnibus que recorren las rutas del país como leucocitos de dos pisos y azafato correntino que atraviesan las venas de un cuerpo dormido.
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Pienso en las películas y podría, si hiciera el esfuerzo, saber con exactitud qué película se está encendiendo en cada unidad. Qué película, qué actor, qué director, y también qué geografía, qué momento del viaje, qué momento del día.
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Morgan Freeman.

jueves, julio 01, 2010

jueves

Anoche soñé que estaba en la casa de Cerati con mi padre y algunos amigos. Habíamos llegado de casualidad, yo tenía la ropa sucia y los ojos nublados. La novia de Cerati, una rubia dulce y linda nos traía ropa para que nos cambiáramos: total, decía, Gus no la va a usar más. La ropa tenía toda la onda, pantalones brillantes, camperas modernas. Ninguna me quedaba bien pero la novia me decía que me la llevara igual, que en algún momento la iba a necesitar y me daba una bolsa de la anónima hecha un bollo para que guardara todo y no se mojara.
Le preguntaba si podía revisar mails, que estaba esperando algo, que siempre espero algo, y me decía que sí, que pase a la habitación del fondo. Había tres computadoras nuevas, de pantallas grandes y blancas. Mientras trataba de entrar al mail veía o vi, sentado en una silla, a Cerati, con una bufanda roja y azul y la mirada perdida. Al principio me asusté, o al menos me sobresalté. Al rato entro la novia y me dijo que no me preocupara, que estaba ahí pero que no estaba, que sólo reaccionaba al ruido del chat de msn. ¿Usás msn? No, le dije o le decía o le digo: los tiempos se confunden. Hace muchos años que no uso el chat. Está bien, me decía, yo ahora chateo porque tengo mucho tiempo libre. Me imagino, asentía, o asentí, mientras esperaba que el mail se cargara.
Mi viejo y un amigo entraron a ese cuarto a buscarme: ya nos vamos, se hace de noche.
Con la bolsa de la anónima llena de ropa brillante y moderna, sin haber visto los mails, la novia me acompañó hasta la puerta. Mientras todos salían, la novia, apoyada en la puerta de madera pesada se me acercó y me dio un beso largo, dulce, rubio y nos fuimos.


PD: qué aburrido leer sueños de otro