jueves, mayo 22, 2008

jueves

Padre cuenta que murió Inacayal. O mejor dicho, cuenta que encontraron a Inacayal, ya muerto, ya hueso blanco sobre el pasto verde, ya fuego fatuo iluminando el mallín.
Inacayal fue mío, al menos la mitad. Tengo la foto en la que estamos Alan y yo sosteniéndolo: Alan tiene barba, yo una campera azul, está todo nevado, Inacayal es potrillo. Ahí, en ese momento me dijo que me regalaba la mitad, o fue más romántico -medio caballo no puede ser romántico nunca- y dijo que era de los dos, o que también me pertenecía, o lo que fuera.
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Las fotos sirven para eso: para recrear un recuerdo que se te escapó hace tanto, para llevarte de regreso a lugares que jurarías que nunca visitaste, para decirte: fue ahí cuando te regaló medio caballo.
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Pasa algo parecido cuando tu abuela te cuenta algo que dijiste cuando tenías tres años. Ese no era yo. Sí, suena lindo, y se lo podría decir en el oído a una chica sexy mientras la música y las luces de una discoteca nos vuelven locos: sabés, esto se lo dije a mi abuela cuando tenía tres años. Oh, qué adorable, ¿querés salir conmigo?
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Abuela dice que cuando tenía tres años le pregunté: "Cuando me muera, ¿puedo ir a tu cielo?, el nuestro está lleno de animales". ¿Quieren salir conmigo?
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Se habían muerto el caballo Hamelin, el perro Milton, y el bisabuelo Antonio. Muertes cercanas y absurdas como todas, pero el cielo sonaba como un lugar soportable, un consuelo válido. Con el tiempo las muertes siguieron: un dominó lento, algo -un viento, un suspiro- toca una ficha, al rato otra cae, y así. Murió Milton segundo, murió Rowan, murió Buli, murió el gallo, murió Crack, murió Compay, murió Tupác, se comieron a Mosqueta, mi yegua, murió Coirón. Y ahora Inacayal, y Morgan en el galpón, en la espera, con su ojo negro y el otro rojo, con la cadera partida.
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Nuestro cielo hoy es un mapa invertido de nuestra tierra, un mapa habitado por opuestos, por los muertos, nuestros muertos. Hay muchos animales. Martín es el pastor.

miércoles, mayo 21, 2008

miércoles

*Colgamos la ropa en la terraza para que llueva.

lunes, mayo 19, 2008

lunes

La primera vez que probé la sustancia adictiva hoy conocida como internet fue un mayo frío de 1996, o por ahí, en la cooperativa telefónica de El Hoyo City, calle Islas Malvinas sin número, sin asfalto, sin vereda.
Entramos, Alan, Nico y yo, dijimos una suerte de contraseña y nos abrieron una puerta que daba a un lugar secreto: una baticueva llena de cables y computadoras y olor a café. Pasamos frente al escritorio de uno que trabajaba ahí que ahora no me acuerdo su nombre, pero sí que hacía ruido de gato con la boca; ruido de gato en celo, gato enojado, gato malo. Le parecía gracioso.

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¿Alejandro? ¿Fabián?

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Cerca de la computadora había otras personas, técnicos, curiosos, esperando el milagro. Nos acomodamos a una distancia prudente, manteniendo el incógnito, manteniendo el misterio. No nos saludamos.
Hubo de pronto ruidos metálicos, chirridos, rasguidos, eso. El sonido del futuro, dijimos. El sonido del modem, corrigieron.

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-Conectó -dijo uno de los que estaban frente a la máquina.
Nos acercamos a la pantalla, había una N grande.
Alguien sugirió ir a altavistapuntodigitalpuntocom: “ahí se puede buscar cosas, lo leí en una revista”. Sonrió, se acomodó los anteojos y se sintió Bill Gates.
Fuimos. Tardó una eternidad.
-Busquemos algo -propuso Bill, ya cómodo en su rol de gurú tecnológico.
-Qué -preguntó el que estaba al teclado.
-No sé -replico el sosias del fundador de Microsoft.
-Tetas -dijo alguien.
-Tetas -confirmó el resto.
En ese momento, y ahora también pero un poco menos, decir tetas era decir Pamela Anderson y hacia ella navegamos, con las olas de tres metros del modem de 14.400bps, con los fuertes vientos de una línea telefónica arruinada.

***

Una foto de Pamela en un balcón, con un top infartante, tardó en bajar más de media hora. Quedamos en la baticueva sólo Alan, Nico y yo: el resto tenía cosas más importantes que hacer antes que ver aparecer el progreso apenas vestido, asomado en un balcón que daba a San Francisco o Los Angeles, sonriendo con dientes blancos y pómulos levantados .

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La construcción de la imagen, a razón de dos milímetros por minuto, no era lo que se podría llamar el erotismo o la pornografía y pronto nosotros también desistimos. Fuimos a la página de los Rolling Stones, la primera banda de rock que se nos ocurrió. En algún lugar, además de las fechas de las giras, las letras de las canciones y algunas fotos de la banda, estaba la opción de escribir una historia relacionada con ellos. Escribimos, en un inglés un tanto oxidado, sobre aquella vez que los Stones tocaron en una fiesta de graduación en el Bolsón; esa vez que Charlie Watts terminó borracho de ponche y Mick Jagger apretándose a una porrista. Fue lo máximo que nuestra capacidad de ficción nos permitió. Firmamos manteniendo el anonimato.

***

Pasaron más de diez años desde aquella primera vez. Mucho tiempo. Sin embargo, me gusta pensar que los usos posibles de internet estuvieron condensados en esas dos horas que pasamos frente a la máquina: pornografía, música, anonimato.
Ahora es todo lo mismo, pero más rápido.

viernes, mayo 09, 2008

poesía contemporánea

El olor a lavandina
de las tres empleadas
domésticas
inunda el 36 que va
para villa celina,
a la altura de flores.


Más adelante suben los obreros
de la construcción
tienen el pelo recién lavado
y sus olores son de axe,
unos usan el musk
y otros el conviction.


El que se sienta en el
asiento que está
detrás de mí
usa el nuevo,
ese que es de chocolate,
pero apenas se distingue.


Las empleadas domésticas
no conversan entre sí.
Son tres y se tocan las manos
cada una las propias
y se arreglan las uñas y
buscan imperfecciones.


Una chica que conocí
hace mucho, a la pielsita
que suele salir al lado de la uña
le decía padrasto porque molestaban,
pero si te los sacás a la fuerza
duele más.

(anónimo)

miércoles, mayo 07, 2008

miércoles

*Tal vez estaba esperando que entrara en erupción un volcán para ponerme a escribir. Pero creo que ni siquiera eso. Nico dice: acá está áspero como aliento de búfalo. ¿Se ve la nube?, le pregunto. Sí, sí, mal, papá, hoy a la mañana una nube negra subía por los valles del Epuyén y desde Patriada y Lago Puelo, daba mucho miedo. Migui me manda mensajitos. Uno dice: mañana si llueve, ceniza. El segundo: está tremendo esto. El pueblo está desierto; no deja de ser excitante. El tercero: boló, hay milicos con barbijos parando a los autos. A la noche hablo con padres. Están viendo tele, casi todo el día estuvieron así, parece que recomendaron no salir de las casas ni circular en automóviles. Padre dice que está chotísimo, aburrido, una capita gris de arena por todos lados. Le pregunto si está escribiendo graffittis apurado ante la inminente y definitiva erupción, en ese homenaje contemporáneo a los pompeyos que había previsto. Me dice que no, que se había olvidado.
Mientras tanto, yo acá, copado con el humo de la quema de pastizales.


*Anónimo preguntó por mis abuelos maternos. Yo mastiqué la pregunta y dejé madurar la respuesta. Escribí en un borrador: me cuesta escribir sobre mis abuelos maternos. Agregué: así como me cuesta escribir sobre todo aquello que es bueno, alegre y tiene final feliz. Como hablar sobre tu novia buena: es tanto más fácil hacerlo sobre la mala; los rencores, los celos, ah, así cualquiera. Y completé el primer párrafo con: alguien alguna vez me contó sobre El idilio, el género, ese lugar donde nada sale mal, el amor siempre regresa y los buenos siempre ganan. Y sobre su imposibilidad narrativa.
Lo releo y no me convence. Seguía así: Madre suele contarme que el día en que mi abuela se enteró de que iba a ser abuela -yo fui su primer nieto- dejó de teñirse el pelo, se puso un delantal de cocina, y agarró varios libros de cuentos, para empezar a memorizar. Ese día su vida tomó una nueva dirección, y decidió estar preparada para hacerlo lo mejor posible, como había hecho con todas las otras cosas que había decidido hacer. Seguro que no fue tan lineal ni automático, pero me gusta pensar que fue así: mientras crece la panza de Madre y yo en ella, el pelo de mi abuela se va encaneciendo, las arrugas avanzan por su cara como esos ríos de Africa cuando por fin llega la época de las lluvias, y recita frente al espejo como endemoniada: “Fue entonces cuando Hansel y Gretel salieron al bosque a pesar de las advertencias de sus padres”, en cada nueva versión agregando suspenso, sumando metáforas, quitando tiempos muertos, exceso de descripción. Y así, cuando en la madrugada del ocho de junio de 1982 nací en el hospital San Carlos, ella ya estaba preparada.
No tenía un final definido.