viernes, diciembre 18, 2009

viernes

Y a veces nos metemos un poco en política, en la política pequeña y al alcance de la mano, pero no por eso menos inasible y resbaladiza, y nosotros y ellos, los representantes del pueblo, estamos en la oficina desde la que se escuchan ranas y que está a pocos metros de la ruta por donde pasan autos que vienen de acá nomás y otros que vienen de más lejos y siguen de largo sin prestar atención al pueblo mientras la noche se hace de a poco desde atrás del Piltriquitrón y el sol o lo que queda de él resiste heroico desde el otro lado, en una lucha inútil y exagerada de la que nosotros, testigos ocasionales, sólo podemos ver rayos naranjas, nubes negras, voluptusidad y derrota, pero adentro, en la oficina, ese pequeño fin del mundo pasa desapercibido, porque se trata el presupuesto y ahí está el verdadero fin del mundo, ahí, en esos números inflados y ficticios que cinco empleados del mes defenderán sin argumentos pero con manos levantadas y en un costado y bronceado por el sol que afuera ya murió está él, nuestro Jean Reno, comandando la sesión aún sin comandarla, con la respiración sonora por un moco atravesado que a medida que se va poniendo más nervioso y más nervioso aturde y envuelve la sala y a los allí presentes, a ellos, los representantes del pueblo y a nosotros, el pueblo, de ese ir y venir de aire y moco y entonces alguien se acuerda que Jean Reno llegó a donde llegó con una plataforma electoral que decía que todos los caminos son buenos si no se sabe a dónde ir, y ahora, que siguen sin saber donde ir, o lo saben todavía menos, los caminos se volvieron intransitables y amenazadores y encima la noche reina sobre el pueblo y la oficina y la ruta y nadie sabe bien cómo vamos a hacer para salir, por fin, de ahí.

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