lunes, septiembre 14, 2009

lunes

Hace ya varios días que las condiciones para escribir están dadas. Llovió mucho y después salió el sol, por ejemplo. Llovió tanto que los ríos crecieron y el ruido de las gotas sobre las chapas se incorporó al repertorio de ruidos usuales, como el camión que junta la basura los martes y jueves y sábados por la mañana, o al reggaeton lejano del vecino, o la heladera, que parece despertarse sobresaltada de repente y enseguida vuelve al silencio o al menos a un ronquido constante y por eso inaudible. Después paró de llover, como siempre para. Y cuando para, que no es un momento definido sino una progresión de momentos -las gotas más espaciadas: otros ruidos, otros olores, otros colores- siempre queda flotando la sensación de qué sucedería si nunca más parara: si esto que duró siete días con sus noches siguiera así para siempre, y los charcos de la calle se hicieran arroyos, y los arroyos ríos y los ríos lagos y los lagos mares y así, que ya se entiende la idea. Porque, más allá del refrán que anuncia, empírista, que va a parar de llover porque siempre paró, al octavo día de lluvia ininterrumpida repiquetea en las cabezas de varios esa duda: ¿y si fuera ésta la primera vez que siguió?
Pero paró, ya lo adelanté. Y salió el sol y pareció, más allá de algunos charcos que reflejaban nubes, que nunca había llovido ni nunca había parado, que siempre había estado allá arriba el sol amarillo y los días celestes y fríos, y esos charcos andá a saber cómo aparecieron.
En alguno de esos días de sol Lu, Viole y Juan fueron al laberinto. Las ovejas los miraron pasar y apenas si levantaron sus cabezas del pasto. Los teros, no. Los teros gritaron, volaron, gritaron otra vez. Los pinos reflejaron gotas de agua en la punta de las pinochas, gotas de aguas como prismas, como cuarzos, gotas de agua como miles de arcoiris en las miles de las ramas de los miles de los pinos.
Cruzaron el foso y se adentraron en el laberinto. Sacaron fotos, sintieron frío en los cachetes, conversaron, pensaron cosas que yo no podría precisar. En alguna esquina Juan perdió una zapatilla. Volvieron a casa y en el camino compraron helado.
Después volvió la lluvia, porque el refrán hasta ahora también funcionó siempre a la inversa: siempre que paró llovió. Y nos olvidamos para siempre que los árboles estaban en flor y que las cumbres de los cerros estaban nevadas y que había ovejas que saludaban displicentes y teros que hacían un despliegue innecesario y brotes en las ramas y cuarzos en las puntas de las pinochas de los pinos. Y pensamos en la lluvia y en las películas que se ven cuando llueve, y en la música y en el pan de la máquina de hacer pan y en la radio y en el mate, y también volvimos a pensar, pero esto no lo dijo nadie, en la posibilidad de que nunca más parara de llover.
Poco después, paró.

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://northernfishblogs.blogspot.com/

PASEN Y VEANS!!