martes, agosto 07, 2007

años luz

Nos despedimos en la parada del colectivo. Poco antes hice un comentario desafortunado así que los últimos minutos pasaron en silencio. El colectivo llegó muy rápido: un beso y un nos vemos más tarde. Consigo un asiento y leo. Cada tanto miro por la ventana y trato de entender esta ciudad. Mi ciudad natal, pienso y sonrío y enseguida me pregunto por qué estaré sonriendo.
En la calle Onelli esperé el segundó colectivo: uno de esos que parecen traffics más grandes. La espera fue de veinte minutos y ahí empezaron las ganas de mear que me acompañaron por dos horas, las dos horas que duró el viaje.
***
Hay mucha nieve acumulada al costado del camino, el día es celeste y el sol radiante. Pero no puedo pensar en otra cosa que no sea en el meo. Hay lagos en los que se reflejan las montañas y arroyos de agua clara que corren impulsados por la ley de gravedad, hay, también, bosques que tapan árboles y pájaros que se posan impávidos sobre los cables de la electricidad. Sí, pero yo me meo. Si pienso en otra cosa sé que lo hago para no pensar en mi vejiga a punto de explotar, y entonces no sirve. La imagino, a mi vejiga, como un vaso lleno de agua: las curvas lo inclinan, el vaso se mueve, en cualquier momento rebalsa. Planifico el diálogo con el chofer: "Señor chofer, podría parar, por favor, es que me hago encima". Planifico la reacción de los demás pasajeros. No va a funcionar.
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Hay mucha nieve. En Villegas el chofer para y conversa un rato con un gendarme. La única palabra que escucho es hielo negro, que en realidad son dos palabras. Arrancamos. En el Foyel el colectivo se vuelve a detener. Suben dos chicos, muy desabrigados. No tienen más de dieciseis años, pienso. Pero, lo sé, en realidad sólo pienso en mi vejiga-vaso-de-agua-a-punto-de-rebalsar. Los chicos pagan el pasaje y viajan parados. Uno dice: buen día señora Marta. La señora Marta lo saluda y le pregunta a dónde van. A pasear un poco, responde el chico. El otro habla con el chofer. Sólo escucho dos palabras: hielo negro. Más tarde los chicos se acomodan, parados, muy lejos entre sí.
***
Miro por la ventana. Ahora hay menos nieve y más nubes. Espero que se mantenga el día así, celeste y con sol radiante, me digo. Los kilómetros impares se suceden como los años en un calendario, pero en cuenta regresiva: 1963, 1961, 1959. Después: 1943, 1937. Pienso efemérides posibles: Mis padres, Kennedy, Fidel Castro, Frondizi, Jesse Owens, Hitler, todos nombres que seguro algo hicieron por esos días, por esos kilómetros. Entre los años 1935 y 1933, el colectivo vuelve a parar y la puerta se abre. Sube una mujer con un chiquito en brazos. Una señora que está delante de mí se levanta y le ofrece el asiento. En mi cabeza se llama a asamblea. La orden del día es la siguiente: ¿debo yo, a su vez, darle el asiento a la señora que dio el asiento en primer lugar? Hay discusiones acaloradas y cada uno tiene argumentos exquisitos que los otros se encargan de dar por tierra con argumentos aún mejores. Finalmente se desaloja la sala: una corriente de pensamiento extremista irrumpe al grito de vamos a morir todos, esa vejiga va a estallar.
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Es el año 1921 y todavía no llegamos. La señora viaja parada y el cielo cada vez está más gris. La idea de un baño es un espejismo lejano que se va borrando a medida que avanzamos. Faltan pocos años y llegaré a mi casa.

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