J. trabaja para un millonario que tiene tierras y equipos de fútbol y ese tipo de cosas que tienen los millonarios. Una vez por mes viaja en una trafic que lo lleva primero por una ruta de asfalto oscuro y después por una calle de ripio hasta un valle con bosques de coihues y cipreses y ríos de agua verde. Ahí, en ese valle, vive veinte días al mes junto a otros compañeros de trabajo en un refugio de madera y estufa a leña que en realidad es un tacho de doscientos litros con puerta, y ventanas empañadas. Trabajan, esos veinte días, en el campo: plantan árboles, hacen leña, cazan las liebres que mastican los árboles que plantan, recorren las cientas de hectáreas. Cada tanto, por la noche, comparten un vino y arman cigarrillos con tabaco mariposa y papeles ombú mientras calientan un pedazo de cordero en el horno que es un tacho de doscientos litros.
Hace poco tiempo el papá de J. le regaló un perro: un cachorro inquieto y peludo. J. lo dejó en su casa, que es la casa de sus padres. Un día se le ocurrió que lo podía llevar al campo del millonario para que lo ayudara a cazar liebres y para que le hiciera compañía. Llevó al perro en la caja de su camioneta una mañana de nieve y gris. El perro ladraba a los autos que pasaban, a los caballos y a los camiones, y los ladridos entraban amortiguados por el vidrio y el zumbido de la calefacción y la radio a la cabina en la que J. iba solo, fumando, mientras en la ruta oscura pasaba autos, caballos y camiones.
El perro corrió por el campo y cazó liebres y acompañó a J. a recorrer las plantaciones, adelantándose y volviendo rápido, con la cabeza llena de escarcha, con las orejas como con vida propia, con la cola erguida y llena de abrojos. Algunas noches muy frías durmió adentro de la casa, abajo de la estufa a leña. Otras, durmió afuera y le ladró a la luna y a los ruidos sin dueño que llegaban del bosque.
Uno de los capataces, un chico acostumbrado a dar órdenes y a que sean obedecidas, le dijo una tarde a J. que no dejara el perro suelto, que si se acercaba a la casa de los capataces o corría alguna oveja se iba a encargar él mismo de matarlo. No te preocupes, respondió J. con el perro entre las piernas y mirándolo fijo a los ojos en retirada, no lo voy a dejar suelto.
Una noche el perro no volvió. Tampoco volvió el día siguiente. Ni el siguiente. Lo buscó por las plantaciones y por los corrales y por el bosque. Lo buscó y gritó su nombre y sacó comida afuera para que la oliera. Otra noche, mientras cenaban, uno de sus compañeros le dijo que no lo buscara más, que aquel chico acostumbrado a dar órdenes y a que sean obedecidas lo había matado como había prometido, que el perro había llegado a la casa de los capataces persiguiendo una liebre y que el chico le había silbado y que cuando se acercó le pegó un palazo en la cabeza y después lo tiró a un fuego que habían prendido hace un tiempo y que seguía con llamas y que cuando lo tiró el perro todavía estaba vivo o al menos eso parecía y que se quedaron todos mirando, en silencio, cómo el perro aullaba y desaparecía en el fuego. J. dejó la comida y tomó lo que quedaba de vino en su vaso y después salió afuera a mear en la helada bajo el cielo negro.
Pasaron unos días y el chico fue a dar órdenes a la casa de los trabajadores. J. le preguntó si había visto a su perro, que había desaparecido, y le dijo que se acordaba de su promesa. El chico le respondió que ni idea, que tenía cosas más importantes de las que ocuparse. J. lo miró serio y le volvió a preguntar si seguro no lo había visto: ¿seguro que no lo viste, eh, pelotudo?, le gritó, porque me dijeron otra cosa, y eso que hiciste no se hace, ni con mi perro ni con ningún otro perro, y la vida tiene sus vueltas y algún día te voy a encontrar y te voy a cagar a palos. No me voy a volver loco por buscarte, no te preocupes, porque la vida tiene sus vueltas y te voy a encontrar, ¿me entendiste?
El auto queda en silencio: solo se escucha el murmullo de motor y el ripio que se acomoda bajo las ruedas a medida que avanzamos despacio por la entrada de la chacra. ¿Y lo encontraste?, le pregunta M. Y J. se ríe y dice que no, que todavía no, pero que le gustó cómo quedó la frase de las vueltas de la vida, y que será sólo cuestión de esperar.
7 comentarios:
el John Grady de El Manso
amansador, amansador
Interesante! Será tal cual lo contas? Lo dejo a mi interpret. Eso del perro es realmente el perjuicio de la simple ignorancia que nos rodea. Pero no es la culpa de nadie que aniquilen a un animal por esta causa.
CHE FELICITACIONES POR EL ANUNCIO!!! ME PARECE TODO UN ERROR, PERO ES INEVITABLE...
¡ABRAZO DE UN AMIGO.
¿eh?
cuanta bronca genera la historia del perro de J y el hijo de perra de M
Upa, muy bueno. Che igual diganle a J. que se cuide, que es como Asterix pero sin pocion magica!!
Ademas de eso digo:
Destaco la prosa, el tono.
pienso: el autor de estas entradas de Blog camina por un borde. Que parece una cuestion de horas vuelo que las entradas se transformen en relatos maduros.
Saludo Chino
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