domingo, julio 05, 2009

domingo

Con tal de educar a sus hijos y a sus nietos mi abuelo mató y dejó malheridos a la mayoría de sus amigos. A lo largo de los años, todos y cada uno de ellos sufrieron accidentes tan estúpidos como letales que, por suerte, al menos dejaron sobre la faz de la tierra una lección, una enseñanza. En cada reunión familiar, cuando nosotros íbamos a Buenos Aires o ellos venían para acá, mi abuelo contaba, además de un cuento de Tarzán, la desventura de alguna de sus amistades. Yo tenía un amigo, empezaba, y ya se sabía el final. Uno de ellos perdió un brazo después de sacarlo por la ventana del auto en movimiento. Otro abrió la heladera descalzo y quedó duro en el piso. Otro quedó sin dedos por culpa de un ascensor con reja. Otro murió asfixiado con una bolsa de supermercado. Otro no miró al cruzar la calle. Otro no esperó y después del almuerzo se zambulló de cabeza en la pileta -o en el río o en el lago o en el mar: el escenario de esta muerte solía cambiar según el contexto- y nunca salió a flote. Otro miró mucha televisión. Tus amigos, dijo Jason un mediodía de primavera, son todos unos boludos. Reímos.
Ahora los amigos de mi abuelo mueren de causas menos pedagógicas.

2 comentarios:

Nico Ferra dijo...

jajaja que fenómeno tu abuelo! Y que lindo que tengas esos recuerdos =) Yo de grande quiero ser de esos abuelos que los chicos quieren ir a visitar y no porque cocine bien las pastas =)

Julia dijo...

Hoy es miércoles y acá llovió.