viernes, octubre 05, 2007

viernes

Esa noche fue una de las pocas noches que salimos juntos. Generalmente alguno de los dos no quería, o de sólo pensarlo las ganas se iban, o yo ponía alguna excusa, o lo que sea. Pero esa noche salimos. Teníamos la traffic blanca, todavía, y yo subí la silla de ruedas a la parte de atrás: seguro la dejé sin frenar, como pasaba seguido, y entonces iba de un lado a otro, siguiendo la inercia de las curvas, las frenadas, las subidas, las bajadas. El viaje era largo: veinte kilómetros de ruta negra con rayas blancas y amarillas, con autos sin luces frontales, con camiones chilenos, con paisanos a caballo.
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Hablamos poco: comentamos sobre la música que salía del estéreo, algún chistecito; nada muy profundo. A mí me daba miedo bucear en su profundidad, conocer el lecho marino de sus dudas, de sus miedos; sus preguntas abisales. Me daba miedo ahogarme ahí mismo, no tener respuestas, no saber el por qué, quedarme sin aire, azul. Entonces así, con comentarios absurdos sobre el rojo de Avellaneda o sobre la escuela, avanzábamos dejando una estela de luz y música por el negror de la noche.
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El recital era de las Larvas Infecciosas, una banda que estaba en la pomada del rock bolsonés. El lugar: un anexo del gimnasio municipal, o algo parecido. El pogo era intenso y el sonido áspero de la guitarra rebotaba en cada azulejo blanco de la pared, lo mismo que los acoples y los gritos. Nos quedamos en una esquina, yo cuidando su espalda, él tratando de soportar todo lo mejor posible. Al rato se hizo evidente que teníamos que volver. Y volvimos.
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Aturdidos, subimos a la traffic. Esta vez le puse frenos a la silla. Yo tenía sueño y él se dio cuenta. A la altura del paralelo 42 paré para fumarme un cigarrillo. Abajo el pueblo dormía su sueño de luces naranjas: ladridos de perros, el ronroneo de la usina, algún remisero. Le ofrecí una pitada y me dijo que mejor no, por si las dudas. La luna, casi llena, estaba tapada por algunas nubes blancas. Como un clavadista mexicano que se tira cuando ve venir la ola a lo lejos, le pregunté qué pensaba del futuro. El futuro está bueno, me dijo mirando para adelante, casi sin pestañar. El futuro está bueno.
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Apagué el cigarrillo contra la puerta y guardé la colilla, cerré la ventana y prendí la traffic. El resto del viaje fue en silencio; cada tanto nos mirábamos y sonreíamos.
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Hoy es el futuro, y llueve.

3 comentarios:

Acercandra dijo...

Precioso el relato. Me deja llena de preguntas.
Salu2

Anónimo dijo...

sabiduría. acá tb se larga a llover. tu hermano fue sabio y, como a los demás sabios que están ya más allá, le debemos el presente y tenemos la misión en vida de hacerlo pleno, intenso. ser plenos. trascender sus almas en nosotros. y dar motivo a otros para luego ser trascendidos. salú, chino. abrazo fuerte desde ese sur que tantas imágenes de color guarda dentro tuyo inspirando tus relatos...te quiero mucho.

Sunshine dijo...

Hola Chino!
Simple relato... y al mismo tiempo bonito, aunque para algunos (como yo)tenga algunos interrogantes.
Te mando muchos besos.
AHH! Te cuento que Juan increíblemente se abrió un blog: elesperantodelapelota.blogspot.com pasate y dejale alguna firma!
Besototes

Sole