martes, marzo 29, 2011

martes

Hace un tiempo que la gata caza lagartijas, les corta la cola, juega un rato y, cuando se aburre o cuando la lagartija ya no responde -cosas que van de la mano-, se la come. El rito es invariable. Lo único que varía es el tamaño de las lagartijas, pero tampoco tanto. Alguna vez nos preguntamos de dónde sacaría tantas, todas del mismo color, todas opacas y marrones, todas condenadas. Pronto dejamos de prestarle atención. Hoy, mientras volvía en el auto, con los ojos cerrados de resolana, con el viento y el polvo avanzando en contramano por la calle que antes, en otro lugar, es avenida y tiene asfalto y negocios; hoy, decía, vi a lo lejos la figura de la gata. Y si bien todos los gatos son parecidos y la gata estaba lejos y había viento y polvo y resolana, la reconocí enseguida. Cruzaba la calle, venía del aeropuerto. Llegué a casa antes que ella y después de cerrar el portón me senté a esperarla: todavía tenía que atravesar el baldío que en realidad es un bosque de cipreses que en realidad es un loteo que en realidad es el lugar ese en el que las bandurrias se juntan a gritar su canción de amor y donde los caballos del señor sin un brazo pasan la noche y donde de vez en cuando, sobre todo algunos fines de semana, entro a buscar leña para los asados y a camino entre cipreses, condenados como las lagartijas y mosquetas y pasto y miro alrededor y podría estar solo en el mundo. La gata salió un tiempo después y en la boca traía una lagartija. La dejó en el piso y jugó un rato, se aburrió, la comió y se acostó frente a la puerta. Cosas que pasan. Un martes.

1 comentario:

yinxue dijo...
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