jueves, marzo 08, 2007

jueves

*Hasta hace un rato llovía con fuerza, ahora ya no más, pero el cielo sigue encapotado y por la ventana se ve todo oscuro. Las preguntas más importantes de este momento son las siguientes: ¿pido comida?, ¿salgo a la intemperie y a las calles inundadas y apunto hacia el restorán caro pero rico y como alguno de los platos del día?, ¿pido empanadas con el resto de mi compañeritos? Nada más. No tengo más preguntas por el momento.

*La compañera de cubículo, la compañera que se va a casar en santiago, la que recibe mails lípidos de su prometido, la que parece que la van a echar; en fin, ella, mira vestidos de novia en alguna página afín. Está así desde hace un rato. Pone en google: vestidos de novias + fotos. Y hay miles de resultados, y los lee todos y mira las fotos y cada tanto anota algo en una libreta. Ayer miraba carteras en mercado libre, carteras de más de quinientos dólares, carteras de marca, carteras grossas. Hoy, vestidos de novia. Mañana, no sé, mañana no me importa, mañana es mi último día.

*Al final, el grueso de los compañeros de trabajo organizó una “empanada party” o algo así. Yo, claro, no estoy invitado. Yo soy invisible. Yo no existo. Soy el fantasma que vaga por la oficina. Gente que tengo a no más de ocho metros me saluda recién al mediodía, por primera vez; buen día, me dicen, y yo ya pasé a su lado, a lo largo de la mañana, unas tres o cuatro veces.

*Una vez, en bariloche, fui a un cumpleaños de quince de una amiga de una prima. Yo era muy chico, pero todavía me acuerdo de la canción que decía: “quince primaveras, quince flores nuevas”. Y del vals. Años más tarde, una compañera de la secundaria festejó sus quince en el boliche del bolsón. Entró montada a caballo por la puerta. Tenía un vestido elegante y un peinado sofisticado –su papá era peluquero–. Recuerdo que había mucha luz y muchos flashes y muchos padres. Bailé el vals. El caballo cagó dentro del boliche. Nos emborrachamos con sidra.

*Hay que empacar y voy de a poco. No me organizo. Ayer grabé un par de cedés más y completé los cientocuarenta que vamos a llevar. Falta la ropa. Tengo los libros y las libretas y un grabador por si las dudas; tengo las ganas, la campera y un par de zapatillas. Tengo, también, el documento nacional de identidad: un logro personal, un milagro de la burocracia, un poco de fe en el mundo gris y pegajoso de las oficinas públicas.

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