domingo, diciembre 12, 2010
domingo
Y lo es.
viernes, diciembre 03, 2010
viernes
" Hillary camina de una lado al otro de la habitación. Arrastra tras sus pies la bata blanca y mullida y deja en el aire su perfume y su preocupación.
-¿Podés tranquilizarte? -pregunta y afirma a la vez Bill, recostado en la cama y sin sacarle los ojos de encima al libro. Es un libro grande y de tapas coloridas: de las típicas autobiografías que le gusta leer.
-No, no puedo.
-Quedate tranquila Hill, todo va a estar bien. Es cuestión de tiempo -le dice Bill mientras pasa de página.
-No, esto es grande. No va a pasar, van a rodar cabezas -grita Hillary y el ojo derecho le tiembla y se llena de lágrimas.
-Cariño, esto también pasará. Recuerda que yo me garché a una becaria en el salón oval y...
Hillary, en una crisis nerviosa, le saca a Bill el libro de sus manos y lo tira hacia la ventana, rompe el vidrio y una alarma empieza a sonar.
Cuando alguien logra por fin apagarla, Hillary ya duerme el sueño del alplax abrazada a su marido."
jueves, noviembre 25, 2010
jueves
La cuatro de la tarde es el peor momento: el frío de la casa vacía, el cuarto oscuro, la película sin volumen que se repite en el televisor, los ojos que tardan en acostumbrarse, el cuerpo que no sabe dónde está, la baba en el almohadón.
En algún momento, hacia la noche, como suele decir el pronóstico, empieza a mejorar todo.
Pero ya no nos importa.
jueves, noviembre 18, 2010
jueves
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domingo, noviembre 07, 2010
domingo
miércoles, octubre 27, 2010
jueves, octubre 07, 2010
jueves
jueves, agosto 26, 2010
jueves
viernes, agosto 20, 2010
viernes
Hace poco tiempo el papá de J. le regaló un perro: un cachorro inquieto y peludo. J. lo dejó en su casa, que es la casa de sus padres. Un día se le ocurrió que lo podía llevar al campo del millonario para que lo ayudara a cazar liebres y para que le hiciera compañía. Llevó al perro en la caja de su camioneta una mañana de nieve y gris. El perro ladraba a los autos que pasaban, a los caballos y a los camiones, y los ladridos entraban amortiguados por el vidrio y el zumbido de la calefacción y la radio a la cabina en la que J. iba solo, fumando, mientras en la ruta oscura pasaba autos, caballos y camiones.
El perro corrió por el campo y cazó liebres y acompañó a J. a recorrer las plantaciones, adelantándose y volviendo rápido, con la cabeza llena de escarcha, con las orejas como con vida propia, con la cola erguida y llena de abrojos. Algunas noches muy frías durmió adentro de la casa, abajo de la estufa a leña. Otras, durmió afuera y le ladró a la luna y a los ruidos sin dueño que llegaban del bosque.
Uno de los capataces, un chico acostumbrado a dar órdenes y a que sean obedecidas, le dijo una tarde a J. que no dejara el perro suelto, que si se acercaba a la casa de los capataces o corría alguna oveja se iba a encargar él mismo de matarlo. No te preocupes, respondió J. con el perro entre las piernas y mirándolo fijo a los ojos en retirada, no lo voy a dejar suelto.
Una noche el perro no volvió. Tampoco volvió el día siguiente. Ni el siguiente. Lo buscó por las plantaciones y por los corrales y por el bosque. Lo buscó y gritó su nombre y sacó comida afuera para que la oliera. Otra noche, mientras cenaban, uno de sus compañeros le dijo que no lo buscara más, que aquel chico acostumbrado a dar órdenes y a que sean obedecidas lo había matado como había prometido, que el perro había llegado a la casa de los capataces persiguiendo una liebre y que el chico le había silbado y que cuando se acercó le pegó un palazo en la cabeza y después lo tiró a un fuego que habían prendido hace un tiempo y que seguía con llamas y que cuando lo tiró el perro todavía estaba vivo o al menos eso parecía y que se quedaron todos mirando, en silencio, cómo el perro aullaba y desaparecía en el fuego. J. dejó la comida y tomó lo que quedaba de vino en su vaso y después salió afuera a mear en la helada bajo el cielo negro.
Pasaron unos días y el chico fue a dar órdenes a la casa de los trabajadores. J. le preguntó si había visto a su perro, que había desaparecido, y le dijo que se acordaba de su promesa. El chico le respondió que ni idea, que tenía cosas más importantes de las que ocuparse. J. lo miró serio y le volvió a preguntar si seguro no lo había visto: ¿seguro que no lo viste, eh, pelotudo?, le gritó, porque me dijeron otra cosa, y eso que hiciste no se hace, ni con mi perro ni con ningún otro perro, y la vida tiene sus vueltas y algún día te voy a encontrar y te voy a cagar a palos. No me voy a volver loco por buscarte, no te preocupes, porque la vida tiene sus vueltas y te voy a encontrar, ¿me entendiste?
El auto queda en silencio: solo se escucha el murmullo de motor y el ripio que se acomoda bajo las ruedas a medida que avanzamos despacio por la entrada de la chacra. ¿Y lo encontraste?, le pregunta M. Y J. se ríe y dice que no, que todavía no, pero que le gustó cómo quedó la frase de las vueltas de la vida, y que será sólo cuestión de esperar.
jueves, agosto 05, 2010
jueves
domingo, agosto 01, 2010
domingo
Algunos días más tarde volvimos a subirnos a los caballos, a Inacayal y a Coirón, y anduvimos hasta que un día dejamos de hacerlo.
lunes, julio 26, 2010
miércoles, julio 21, 2010
miércoles
*
Hay noches en las que pienso en las miles de películas que en esa hora precisa se están encendiendo en los miles de ómnibus que recorren las rutas del país como leucocitos de dos pisos y azafato correntino que atraviesan las venas de un cuerpo dormido.
*
Pienso en las películas y podría, si hiciera el esfuerzo, saber con exactitud qué película se está encendiendo en cada unidad. Qué película, qué actor, qué director, y también qué geografía, qué momento del viaje, qué momento del día.
*
Morgan Freeman.
jueves, julio 01, 2010
jueves
Le preguntaba si podía revisar mails, que estaba esperando algo, que siempre espero algo, y me decía que sí, que pase a la habitación del fondo. Había tres computadoras nuevas, de pantallas grandes y blancas. Mientras trataba de entrar al mail veía o vi, sentado en una silla, a Cerati, con una bufanda roja y azul y la mirada perdida. Al principio me asusté, o al menos me sobresalté. Al rato entro la novia y me dijo que no me preocupara, que estaba ahí pero que no estaba, que sólo reaccionaba al ruido del chat de msn. ¿Usás msn? No, le dije o le decía o le digo: los tiempos se confunden. Hace muchos años que no uso el chat. Está bien, me decía, yo ahora chateo porque tengo mucho tiempo libre. Me imagino, asentía, o asentí, mientras esperaba que el mail se cargara.
Mi viejo y un amigo entraron a ese cuarto a buscarme: ya nos vamos, se hace de noche.
Con la bolsa de la anónima llena de ropa brillante y moderna, sin haber visto los mails, la novia me acompañó hasta la puerta. Mientras todos salían, la novia, apoyada en la puerta de madera pesada se me acercó y me dio un beso largo, dulce, rubio y nos fuimos.
martes, junio 08, 2010
viernes, junio 04, 2010
viernes
Cómo me gusta el chamamé, dice ella y se frota las manos y se estira la pollera. La luz del tubo fluorescente titila un segundo, el calefactor tiembla por el calor. Estoy averiguando sobre la historia del pueblo, dice P de pronto y la mira fijo. Ella se estremece de una manera extraña y dice, como acomodándose para el fusilamiento: pregunte nomás. ¿Quiénes son sus padres?
Algo cambia en esa habitación y los tres nos podemos dar cuenta de que nos estamos metiendo en un territorio desconocido. Mis padres, si son mis padres, son A y B. Ah, es complicado, dice P pero ya es tarde. Sí. Mi padre, si era mi padre, murió en mis brazos cuando yo tenía siete años: veníamos de Esquel y me dijo tengo sueño y cerró los ojos y nunca más los abrió. Yo era chiquita, pero lo recuerdo, porque desde muy chica que me acuerdo de cosas, me acuerdo de viajar en tren desde El Maitén a Esquel, sola, con seis años: el humo de la máquina, el frío de la estepa. P, ante la encrucijada de salir de ahí ya mismo o de seguir escarbando, la mira a los ojos y, como yo, asiente y nada más. Siempre sospeché que mi padre era C, un viejito simpático que vivía en Maitén, que enviudó hace unos años. El toca el acordeón no sabés cómo. En cambio, en mi familia nadie, salvo mis hijos, tienen facilidad para la música. Una vez le pregunté. Nos juntábamos cada tanto a matear con tortafritas y le dije mire, don, en el pueblo la gente comenta, usted sabe, que bueno, que en realidad mi padre es usted. ¿Y sabe qué me dijo? Nada me dijo. Ni sí ni no ni una excusa ni nada. Se puso serio y salió de la casa. Por un tiempo no me habló, me esquivó y yo no lo visité más. Pero después volví. Es muy bueno el viejito y nos queremos como... ¿Y tu mamá?, pregunta P. ¿Mi mamá verdadera o la otra? dice, y me parece ver que más allá de los anteojos los ojos están húmedos y brillantes, pero tal vez es sólo un reflejo. Ah, ¿también sospechás de tu mamá? Sí, de los dos. Antes se estilaba que una familia le dejara el hijo a otra familia y algo así sospecho. Nunca lo voy a saber, igual. Y a veces me gustaría, no por algo, no es que le vaya a pedir el campo al viejo, si ya se lo dejó todo a su hijo mayor, como se hacía antes, todo al hijo mayor, las treinta hectáreas, para que los demás -y eran como doce hermanos- no se peleen. Era fácil, antes. Mi abuelo, el padre de A, mi padre que murió a mis siete años, llegó del norte con dos amigos. Eran jóvenes y los tres se pusieron el apellido de un viejo que los recibió y los ayudó allá en el desierto. Ellos bajaron sin nada, hace más de ochenta años. Y acá era distinto, había otras leyes, otros tiempos, se andaba a caballo, había más rato para pensar. Y entonces calla y piensa y mira el piso, lleno de huellas de barro, y dice que se tiene que ir y se va.
viernes, mayo 28, 2010
viernes
Viernes 22
Sigue la lluvia. Las calles de ripio están llenas de charcos marrones, el cielo está gris oscuro y quedan pocas hojas en los árboles. En el fondo hay un charco de agua verde, hace algunas horas era apenas pasto mojado. Dicen que en las afueras y cerca del río ya están preocupados y armando bolsas de arpilleras rellenas de arena. Dicen. En realidad dice, y el que dice es la radio. Radio de pueblo, con efectos de sonido y la voz que queda repitiéndose en un eco al infinito.
***
Los perros están en celo y ladran y corren y se muerden. Están mojados y huelen peor que un perro mojado. La perra de la puerta es simple espectadora, no entra en el juego de ladrar y correr y morder: se queda en la puerta, y está seca, sí; seca y nada más.
***
Sigue la lluvia. Arriba, en las montañas también llueve. Hace algunos días nevó, pero ahora se ven las piedras negras y mojadas y apenas algunas manchas blancas de nieve. El negro de las piedras negras contrasta contra el gris de las nubes grises y parecen más negras de lo que son, o el cielo menos gris de lo que está.
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Anoche fue la primera noche en la casa del pueblo. En la cama, acostados mirando el techo de maderas oscuras escuchamos pasar autos pisando charcos y perros y caminantes y en el otro cuarto la respiración tranquila de Juan.
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Podría adivinar los autos que pasan por la calle por el ruido que hacen: por el caño de escape, por el tren delantero suelto, por problemas con los amortiguadores, por el diferencial roto, por cómo vibran sus ruedas, sería un juego divertido. Acaba de pasar una f-100, esa es infalible. Y un citroen 3cv.
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Juan crece. Juan ríe. Juan aprende. Todo el día. Ahora hace ruidos extraños: saca la lengua y grita un grito agudo y se ríe y nos hace reir. Todo el día, nos hace reir. Pasamos el día mirándolo, y la pasamos bien.
***
Hace algunos días estábamos en la ruta, avanzando a cien kilómetros por hora en la partner gris cargada hasta la manija. El viaje fue en escalas y sin contratiempos ni estereo. La ruta como metáfora de la vida. El pasado deformado por el espejo retrovisor, el futuro como un espejismo de agua en el asfalto ardiente, el presente inasible, ya es pasado, todavía es futuro: es apenas una línea blanca que acá está y acaba de pasar acompañando a una línea amarilla que sigue hasta después de la curva. Metáfora chota, pero en algo hay que pensar mientras pasan las líneas blancas y las amarillas, mientras pasan los kilómetros y los paisajes, mientras se acaban algunas ciudades, empiezan otras y después ya no hay más nada.
sábado, mayo 01, 2010
sábado
*
El sudor de las manos, el polvo de la calle, un auto que pasa, las lágrimas de un abuelo indestructible que bajan por su cara lentas como un glaciar.
*
Mi abuela todavía está en el hospital. Faltan algunas horas para que la veamos morir en la cama blanca -blanco también el pelo, blanca la piel, blanco el día de sol blanco que encandila-, sus hijos, sus nietos, su familia, su work in progress absoluto. Queda tiempo para subirme al renó nueve y manejar hasta el supermercado, comprar unos vinos y un queso, volver y regar las plantas de la casa sola sin hijo ni mujer; queda tiempo para pensar que esto, esta sensación de fragilidad e incertidumbre, puede mantenerse así por días, semanas, meses; queda tiempo para regar el jardín al atardecer, con el cielo rojo, el calor del sol todavía en la tierra, en la cabeza, en el aire; el frío del agua en el dedo pulgar y cada tanto una catarata de agua, un arcoiris, miles de gotas en la cara; queda tiempo para ir al otro día a buscar con hermano Marcos a hermano Fermín al aeropuerto de Bariloche, con un compilado de música ad-hoc, con Wilco y Nick Cave y Cohen y los Wilburys viajeros. Queda tiempo de mirar aterrizar el avión y ver a aparecer por la escalera mecánica, primero los pelos, después la cara y después la longitud entera, que finaliza en unas zapatillas de bowling de Fermín que se ríe. Queda tiempo de viajar como tres hermanos que se reencuentran y viajan por la ruta y, si fuera una película, por un gesto, por algo, uno se podría dar cuenta de que algo va mal, más allá de la alegría del reencuentro, más allá del día y el sol y el cielo azul y los lagos, más allá de la magnífica banda de sonido. Hermano Fermín pregunta cómo está todo y le decimos lo mismo que le decíamos por teléfono antes de que se subiera al avión, un par de horas antes; que está todo igual, que no se sabe, que todo es pura incertidumbre. Y como todo sigue igual, tenemos tiempo de reirnos y hacer chistes y también comentar algunas cosas que pasaron: el terremoto, la ida a la laguna, los pájaros que se comieron toda la cosecha de arándanos, mi momentánea soledad.
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Queda tiempo hasta que no queda más.
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En el hospital nos saludamos todos y preguntamos cómo sigue todo. Entramos a la habitación los tres hermanos que quedamos y miramos a la cama. Ahí está mi abuela y sentado al lado de ella mi abuelo que ahora le acaricia el pelo blanco. Cuando deja de acariciar mi abuela grita de dolor. Sigue acariciando. Le ponen más morfina. Entran más personas al cuarto. Mi abuela suspira. Mi abuela muere. Hay uno o dos segundos de silencio, de alivio, y después otra vez el dolor, ahora nuestro dolor.
*
Eso fue hace dos meses. A veces parece más tiempo, a veces parece menos. Es difícil de medir. Mi abuelo pinta con sus acuarelas paisajes abiertos: pastizales infinitos y al fondo, en el horizonte, un línea verde de árboles, eucaliptus, ombúes, no se sabe. Pinta montañas y árboles. Pinta su jardín y las manzanas rojas que hay en su jardín. Pinta a Calfú y las dos o tres bandurrias que comen gusanos en el pasto que Bea corta una vez por semana. Los visitamos seguido, o lo más seguido que podemos. Juan corre por el pasto y le hace frente al perro oso que corre desquiciado. Comemos manzanas y torta fritas con mate, miramos los partidos del rojo, charlamos. Mi abuelo habla de su infancia y del Bariloche que caminaron y conocieron con mi abuela, habla de chilenos y rusos y polacos y de un italiano que pintaba. Habla de su papá, de su mamá, de los aviones que volaba, de su hermano: historias que me gustaría recordar como se recuerda un buen libro.
jueves, febrero 25, 2010
jueves
Un rato después ya estaban en Buenos Aires, sin lluvias ni calor, con familiares contentos.
Un rato después ya estaba en el taller del barrio Ñireco-Tijuana, a la sombra del renó, esperando un mecánico y una correa nueva.
Marina y Juan Cruz compraban comida, el río corría sucio, la radio y las sierras y los otros pájaros de la siesta sonaban en la distancia.
viernes, febrero 19, 2010
viernes
jueves, febrero 18, 2010
miércoles, febrero 10, 2010
miércoles
*El pasto del jardín crece sin parar. Por momentos, si uno se queda quieto un rato, pareciera oirse el ruido de los tallos verdes subiendo hacia el cielo, creciendo, engordando, como un rumor lejano, como el mar.
*La máquina de cortar pasto se rompió hace unos días y ahora el jardín es la selva valdiviana, la sabana subtropical, llena de las flores blancas del trébol, las amarillas de la achicoria y las lilas de la malva. Hay algunas frambuesas maduras y listas para comer, y el otro día Juan comió el primer arándano de nuestro jardín. Acá tuvimos mejor suerte con los pájaros.
*¿No era que los miércoles llovía?
domingo, febrero 07, 2010
domingo
viernes, febrero 05, 2010
viernes
jueves, febrero 04, 2010
jueves
Dormimos hasta tarde, tal vez fue eso. Dejé el celular en silencio y cuando despertamos, más cerca de las once que de las diez, tenía tres mensajes guardados e igual cantidad de llamadas perdidas. Ninguna era tan importante.
Luego fue el desayuno. Miento: mientras Lu se lavaba los dientes yo hice la cama, tarea que cada día encuentro más fascinante; últimamente lo que hago es intentar armarla sin sacar ni ubicar en otro espacio todos los ingredientes, es decir, mantas, almohadas, sábanas.
El desayuno vino después, y fue té con galletitas con mendicrim y miel. La miel se cristalizó por el frío y da la sensación de tener mejor gusto, además de que es más fácil para untar. Charlamos algunas cosas vagas: recuerdo de sueños -siempre es aburrido escuchar el sueño de los demás-, planes para el resto del día, el menú del mediodía, el de la noche.
Cociné una tortilla de papas. Debo decir, modestia aparte, que me salió de la hostia. Aunque el trabajo que llevó su preparación no sé si vale la pena. Lu ayudó, pero lo feo fue freír las papas, y dar cuenta de la cantidad de aceite que estábamos a punto de ingerir. Por suerte nos engañamos con la ensalada de lechugas, y cuando ponemos limón en lugar de vinagre o aceto, creemos que eso purga todo y listo, somos gente sana y saludable.
Lu se fue después de comer. Poco antes observamos preocupados el tamaño y el color de mis hongos del cuello: Lu planea decirme fungui, pero como todos los sobrenombres que no son espontáneos dudo que prenda en el imaginario popular. Los mejores sobrenombres, esos pensados por horas, se evaporan en minutos. A Santi le quise decir Fatman mucho tiempo, ¿y qué quedó? Nada. En cambio, Terry Escabio a Terry Jones, fue espontáneo, una chispa de lucidez en una tarde de borrachera. Esos son los que valen. Hace poco leí que a alguien le decían Japonés, por sus ojos rasgados. Otra hubiese sido la historia si Lali, en ese arranque de ira contra su infante, me hubiese gritado "Japonés del orto". Creo que el sobrenombre Japo tiene toda la onda del mundo.
Hay días que me imagino caminando con hijito Juan por la calle, y él, rubio, con pelo despeinado, se distrae por cualquier cosa y yo le digo, dale muñeco, apurate. Muñeco. Me gusta como suena. Pero dudo que prenda. Mientras no le digamos juancho, todo bien.
Lu se fue, y quedé solo, a la buena de dios o de quien sea. En la ventana se escuchaba una lluvia intermitente, o más bien, el ruido del agua y las hojas de las plantas cuando se encuentran. No salí afuera.
Ahora se despejó, y la tele dice que hacen como 20 grados. Parece que tenemos planes de ir al teatro. Está bueno, salir un toque. No laburé nada, y me da algo de culpa. Tampoco leí ni hice algún trabajo importante. Deambulé, tomé un mate que me dejó un tanto chapa, comí tostadas con mendicrim y dulce de arándanos. Comemos tres potes de mendicrim por mes, es un número importante".
Lo anterior es un mail que le mandé a hermano Fermín un día cualquiera de julio de hace dos años, cuando todavía vivíamos allá, cuando todavía no había nacido Juan. Lo encontré buscando no sé qué cosa. El mail no dice nada fuera de lo comun ni nada brillante ni nada de nada. Pero lo leí y enseguida me sonó parecido al "Diario de la beca", el prólogo de La novela luminosa, de Levrero. El parecido, no hay ni que aclararlo, no está en cómo está escrito ni en lo que dice. Está, me parece, en el aburrimiento, en lo rutinario de la rutina. Y es loco poder recordar, mediante la lectura, un día cualquiera, un día aburrido sin nada en particular ni extraordinario, que sin embargo quedó ahí, fijado por la escritura.