Anduvimos a caballo hasta que un día dejamos de hacerlo. No sé cuándo fue, pero seguro no fue por culpa de la caída, porque esa vez nos obligaron a volver a montar enseguida: para que no queden asustados, dijeron. Y estábamos asustados. Asustados de la fuerza imparable, del instinto ciego: el de ellos, obedeciendo algo que los obligaba a correr sin parar, con las orejas tiradas para atrás, livianos en sus ochocientos kilos de carne y pelo y vasos; y del nuestro, que nos hizo saltar desde los dos metros del caballo enloquecido al piso, sin pensarlo, sincronizando la caída: uno en el pastizal, el otro en el charco, pero justo antes del ripio. Dicen que nos vieron pasar desde el living de la casa, y era otoño, así que se veía, porque los árboles ya no tenían hojas y el sol daba justo ahí, sobre ese cuadro arado con el camino entre los manzanos y los robles. Y nosotros galopando, a galope tendido, como se le dice y como le decíamos, galope tendido, que era con las piernas abrazando la montura y el cuerpo inclinado hacia adelante y los brazos ofreciéndole las riendas al caballo como en un ritual, y las lágrimas en los ojos y un ruido que no era el ruido que uno imaginaría sino algo parecido al silencio mezclado con la respiración agitada del animal y la tierra que tiembla, ahora sí, ahora no, ahora sí. Y entonces darnos cuenta de que ya está, que el galope fue tendido por mucho tiempo y ahora el caballo se desbocó y no alcanzan ni los metros ni la fuerza ni el espíritu para poder frenarlo. El instinto, decía. Y después la caída. Saltar, caer, rodar, y mirar desde el piso a los caballos quietos que nos miran algunos metros más adelante, y los padres y madres y hermanos y primos que vienen, no sé si corriendo pero sí con la velocidad del miedo, a ver cómo estamos, y entonces sí, llorar y dejarnos abrazar, exagerando el dolor, descubriendo en el piso los restos del orgullo cowboy destruído.
Algunos días más tarde volvimos a subirnos a los caballos, a Inacayal y a Coirón, y anduvimos hasta que un día dejamos de hacerlo.
2 comentarios:
y juan dirá alguna vez "hasta que un día dejé de subirme a rospentek"?
o nunca va a aprender ese maldito nombre?
el azulejo, le va decir
la tropa celeste de todos tus caballos muertos al galope cortito, como en la presentación de bonanza flanqueado por roly y el tobiano medioluto, yo con el coirón y vos un poco entre el bailarín rudolph y el loco napoleón y la mitad del cacique manzanero
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