miércoles, julio 30, 2008

miércoles

Me voy por unos días. En minutos nomás salgo para Retiro, calculo que en el 152, gran colectivo. Después, caminar por ese hervidero de gente, chocando transeuntes con el bolso, oliendo chipás, garrapiñadas y dióxido de carbono. En la terminal, encontrar el andén correspondiente. Tal vez, comprar una revista de lectura fácil y amena. Tal vez, comprar unas pastillas de menta para disimular el mal aliento de la mañana. Tal vez, ir al baño. Tal vez, conseguir asiento mientras espero, ojear la revista, comer una pastilla de menta. Ver aparecer por el este el bólido amarillo. Sacar el pasaje del bolsillo, acercarme a la puerta. Entregarle el pasaje al chofer que hace de azafato. Decirle buenas tardes. Subir la escalera. Encontrar el asiento. Dejar el bolso arriba y lo importante (la música, los libros, la revista) abajo. Sentarme. Estirar las piernas. Correr la cortina para ver la terminal y sus movimientos que a simple vista parecen aleatorios, anárquicos, pero si uno pudiese darse el tiempo estudiarlos, encontraría patrones, huellas, caminos recurrentes. Como con todo. Escuchar cómo se prende el motor y todo el ómnibus adquiere una tensión repentina, un balanceo apenas perceptible, un ronroneo adormecedor. Escuchar el freno de aire. Escuchar cómo acelera y las cosas del mundo exterior se empiezan a alejar. Acomodarse bien en el asiento y calcular la distancia con la televisión. Hacer apuestas mentales sobre las películas que van a dar: cuántas con Steven Segal, cuántas con Chuck Norris, cuántas con Eddie Murphy, y así. Esperar el caramelo que entrega el azafato vestido de amarillo, y que suele ser correntino o misionero. Comer el caramelo y guardar el papelito en el bolsillo. Cambiar de bolsillo el papelito porque incomoda. Y después, lo de siempre. Comer, dormir, ir al baño, oir ronquidos lejanos que se confunden con la película y con el ruido del motor. Mirar para afuera por la ventana; ver cómo la ciudad se empieza a achicar a medida que nos alejamos; si es de noche, más tarde, intentar adivinar el relieve de la estepa: dónde acaba la pampa y empieza el cielo, dónde termina la vida y comienza el sobrevivir; ver aparecer y desaparecer ciudades y pueblos y enseguida más negror, más nada. Despertar. Reconocer el nuevo paisaje. Desayunar. Mirar otra película. Dormir. Comer. Leer. Dormir. Ver aparecer el Nahuel Huapi después de esa curva. El Tronador a lo lejos, el López. Después la vía, y si estás de suerte, el tren patagónico. Después el río Limay. Después llegar.

domingo, julio 27, 2008

domingo

*Salieron ayer a la madrugada. Me desperté para despedirlos, eran las cuatro y media. Hacía bastante tiempo que no me despertaba tan temprano, o que no me acostaba tan tarde. Tomamos té. Esperamos. Llamaron: pinchamos la goma, la cambiamos y vamos. Dijimos: ¿será un mal augurio? Respondimos: no creemos en los malos augurios, no creemos en la mala suerte. Tomamos té. Miramos por la ventana: cómo el sol se dejaba adivinar hacia el este, cómo los pájaros que cantan a la mañana todavía dormían. Pusimos las manos en la panza, esperamos una patada. Escuchamos radio, AM, como si estuviésemos en Morón, haciendo tiempo en una remisería. Casi no hablamos. Dijimos: te voy a extrañar, aunque sea poco tiempo. Dijimos: yo también. Llamaron: estamos cerca, vayan bajando. Fuimos bajando. El auto arrancó por la calle vacía. Esperé en la puerta hasta que desapareció, como tragado por la oscuridad: la única luz, el rojo, el amarillo, el verde del semáforo de la esquina.

*Volví a la cama, enorme, ya fría. Dormí. Llamaron: estamos en Pehuajó, buscanos el dial de la radio. Desperté y prendí la computadora. Guglié. Busqué el dial de la radio. Volví a la cama, otra vez enorme, otra vez fría. El sol se adivinaba por entre las hendijas de la persiana. Teléfono: equivocado. Dormí. Pesadilla. Teléfono. Despertar completamente me llevó todo el día.

*Después, los mensajes: ahora Trenque Lauquen, ahora Santa Rosa, General Acha, General Roca, Neuquén, Piedra del Aguila. Allá pasan los kilómetros, acá las horas.

jueves, julio 24, 2008

miércoles, julio 23, 2008

miércoles

Recibí un mail de Aye, a propósito de Américo Riquelme. Y dice así:

Hola Chino,
gracias por las memorias de la casona. A todos nos falla la memoria y a medida que pasa el tiempo la casona crece y los recuerdos se hacen distintos, como con un poco de fantasía. La gran pava todavía anda por casa o por ahí. Lo mas impresionante fueron las lágrimas de vidrio que quedaron por todo el jardín, algunas podían reconocerse que en algún momento fueron las copas de cristal o el espejo grande del comedor.
Américo empezó a cobrar una jubilación y ahora se puso todos los dientes, así que tiene una sonrisa de caballo muy blanca. De todas manera todavía tiene ese pelo negro, aunque con más canas, y esa capacidad increíble de poner sobrenombres, como a Nico= pocosirve, a Mónica= tormenta o pajarita, según su estado de humor, a Dami= bronce.
Y bueno, de la casa quedan restos quemados, muy pocas fotos, un anillo de Susana, pero muchos recuerdos y partidos de futbol o hockey en ese pasillo abajo de las escaleras.
Saludos, Chino.
Te mando un abrazo grande.

martes, julio 22, 2008

martes

El caballo llegó en un camión desde Buenos Aires. El remitente era Julián Weich y lo recibió todo el pueblo, sorprendido y medio. Hubo cámaras e iluminación artificial, aparición en los medios y quince minutos de fama del afortunado adjudicatario, de quien ahora no recuerdo el nombre.
***
Cuando las luces y las cámaras se apagaron, cuando el reloj marcó el minuto dieciséis, cuando la sorpresa se evaporó como los charcos de la primavera, ahí, en ese momento, un vecino silencioso y hambriento enlazó al jamelgo en la oscuridad y lo hizo trotar entre las mosquetas y los sauces; subió montañas y vadeó arroyos, y llegó al galpón, que más que galpón era rancho y ató el lazo de cuero de vaca al ciprés que oficiaba de palenque.
***
Descansó unos minutos, las paredes humo y grasa, los pisos de tierra dura. El cuchillo, largo, deformado de tantas afiladas, estaba sobre un cajón de madera que hacía de banco y de despensa. Se acercó por la izquierda, como corresponde, y le palmeó los hombros. El caballo -pura sangre, pura carne, puro cuero-, asintió con la cabeza.
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El golpe fue perfecto. Ni un relincho: las piernas se doblan, el cuerpo cae despacio hacia un costado -el derecho, como corresponde-, la lengua se escapa de la boca, la respiración se hace más lenta, torpe. La sangre mancha el pasto y humedece la tierra.
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Lo colgó de los cuartos traseros del ciprés ex palenque, ahora gancho de matadero. Lo cuereó, lo trozó, lo saló.
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Lo asó. Lo comió. Lo guardó.
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Cuando lo descubrieron, volvieron las cámaras y las luces artificiales, los medios y los periodistas. Hubo preguntas e indignación, tan lindo que era el caballo, tan puro, tan bueno. Tan venido de Buenos Aires. Tan mandado por Julián Weich.
***
El vecino silencioso alegó hambre. Doce años después nadie se acuerda de nada.

sábado, julio 19, 2008

sábado

*El 29 de septiembre de 1980, el Washington Post publicó un artículo revelador escrito por la periodista Janet Cooke. "Jimmy's World", tal el título del escrito, trataba acerca de la vida de Jimmy, un nenito de ocho años que –y aquí la noticia– era tercera generación de una familia de adictos a la heroína. Jimmy, con su pelo arenoso, sus ojos de terciopelo marrón y sus marcas de aguja en su piel de bebé. La investigación de Janet ganó un Pulitzer. La investigación de Janet era mentira.

*En marzo de 2003, el periodista Jorge Zicolillo envió desde Bagdad –"desde el frente"– varias crónicas para la revista TXT sobre el desarrollo de la guerra de Irak. Tiempo después se supo que Zicolillo nunca había salido de su departamento de la ciudad de Buenos Aires. Palermo Bagdad.

*También en 2003, pero en mayo y en Estados Unidos, se descubrió que Jayson Blair, de 27 años, periodista del New York Times, había estado al menos durante seis meses inventando noticias y plagiando artículos. Más tarde, desde el New York Times dirían: "hemos detectado hasta ahora irregularidades en por lo menos 36 de los 73 artículos que escribió".

*Nahuel Maciel comenzó su carrera en el Cronista Comercial. Mario Diament, director del matutino en ese entonces, lo describe así: “Era de baja estatura, cuerpo enjuto y una mirada inocente enmarcada entre rabiosos mechones de pelo lacio y una barba intensamente negra. Traía, según dijo, una recomendación de Eduardo Galeano y otra del escritor Oscar Taffetani, de la revista El Porteño y se presentó como un indio mapuche que había escrito artículos para "Le Monde", de París y "The National Geographic", algunas de cuyas fotocopias traía consigo para probarlo. Venía a ofrecer –dijo– una entrevista con Mario Vargas Llosa que había realizado vía fax, lo cual, para una editora que acaba de ver pulverizarse la nota principal del suplemento, caía como maná del cielo”. Maciel continuó su trabajo con entrevistas exclusivas realizadas a notables personajes de la cultura a nivel mundial, como Gabriel García Márqueting, Umberto Eco, Ray Bradbury, Carl Sagan, entre otros. No mucho tiempo después, una serie de eventos inesperados llevaría a descubrir que todo lo que manaba de la pluma de Maciel era producto de su fértil y febril imaginación.

*Todo para decir que en este domingo de nubosidad variable no sólo no se me ocurre nada, sino que ni siquiera tengo las ganas suficientes como para ponerme a inventarlo.

viernes, julio 18, 2008

viernes

La luna aparece por atrás de los dos edificios mellizos que están en el este. Los edificios son de esos forrados en ladrillos rojos, con antenas viejas en las paredes y ropa colgada en los balcones. Por la noche está bueno contar en cuántos y cuáles de los departamentos están viendo televisión: la luz azulada rebota en las paredes y provoca un efecto hipnótico; a veces en varios departamentos el reflejo es el mismo, como para que ibope se entretenga un rato. Pero hoy no se ve la tele, porque la luna aparece por atrás de los dos edificios, y está casi llena e ilumina todo.
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Así, pero un poco más épica o triunfante aparece la luna por atrás del Piltriquitron, frente a la casa. Aunque allá la luna tarda más en salir: primero está un rato iluminando todo, de a poco, agazapada, a la espera. Si estás afuera y los ojos se te acostumbran a la oscuridad podés ver cómo el Pirque, en el oeste, comienza a tomar forma; cómo los relieves empiezan a notarse: los valles cada vez más negros, las protuberancias cada vez más claras; cómo los árboles quemados desde el incendio del 87 vuelven a quemarse de a poco con esa luz blanca, brillante y a la vez opaca. Y de repente, como escupida, sale y la luna ya está casi en el cenit, arriba del todo, más chica de lo que parecía. Se sabe, la expectativa siempre arruina las cosas.
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Una vez saqué fotos del río, de noche, con la luna llena. Cuando las revelé, meses más tarde, encontré un río que era ruta, un cielo que era gris, estrellas que eran rayas, y el negro negro de la sombra de los sauces de la orilla. Corrijo: el río no era ruta: era una huella de agua congelada, era un camino azulado, del azul ese que se ve en los edificios mellizos cuando sus ocupantes miran tele por la noche.
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Esa misma noche, la de la foto del río, salimos a caminar con padre. Caminamos por la ruta, primero hacia el sur, después hacia el norte. Vimos salir la luna como tres veces, la vimos rebotar en cámara lenta en las montañas: un efecto óptico que está mejor cuando lo ves desde el auto, volviendo de Esquel, con buena música saliendo del estéreo.
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En la caminata llevé la cámara y saqué fotos a un cartel que señala curva, curva hacia la derecha, la curva que viene después de lo de los Godoy, o de la Carreta; esa que está justo en la entrada del cementerio. Fue la noche, también, en que pensamos en el guión de la película "El hito", guión que nunca escribimos. La noche en que imaginamos caminar así como caminamos, en la oscuridad, guiados por las líneas blancas del medio, hasta que de repente, nada más. Olas, mar, ruidos, bruma, el fin del mundo. Y entonces volver.

martes, julio 08, 2008

martes

Nos enteramos en San Miguel de Allende, México. La noche era cálida y en las plazas había olor a comida y personas que gritaban cosas y caminaban felices.
Nosotros estábamos cansados. Habíamos ido a unas termas por el día, en el medio del desierto: soledad y aguas calientes. Ya de vuelta habíamos ido a una farmacia a comprar el evatest. Le tuve que explicar a la farmacéutica: el palito ese, donde la mujer "orina" y después. Ah, ya, la prueba de embarazo. Eso. La guardamos en la mochila.
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Volvimos al hotel, que era como la casa del Zorro o, mejor, era la casa de Diego de la Vega. La puerta de la habitación era grande, pesada y adentro el ambiente era frío y español. Había candelabros, cuadros antiguos, ruidos lejanos. Teníamos las cosas desparramadas sobre la cama (las camas en México son como sus camionetas: gigantes, exageradas; alguien algún día me lo explicará): dos libros, un monedero, mapas, folletos, la guía del mundo solitario, la billetera, pasaportes, la prueba de embarazo. Nos hacíamos los distraídos. Cada tanto, la pregunta: "mirá si". O: "qué onda si". Por supuesto, ni intentábamos responderlas.
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Salimos a comer. Tomados de la mano caminamos por las calles empedradas, bajo la luz de los faroles. La guía recomendaba un restaurante barato y rico, y nos costó bastante encontrarlo. Tenía un patio y un mozo lento pero amable. Pedimos guacamole y unas milanesas o algo parecido: no teníamos tanta hambre. Entonces, salí afuera, no sé si a fumar un cigarrillo o a mirar pasar a la gente, y ahí estaba la luna llena, tapándose de a poco por la tierra que se interponía entre ella y el sol. Había eclipse.
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Ni el guionista más grasa lo hubiese pensado así.
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EXTERIOR - SAN MIGUEL DE ALLENDE - NOCHE
Es evidente que van a tener un hijo, se respira en el aire. Además, el pueblo es muy lindo y caminan por las callejuelas mientras unos mariachis trasnochados tocan guitarras y trompetas. En el cielo, la luna primero se pone naranja, después va oscureciéndose de a poco, para terminar negra, con un aura benjaminiana que la rodea, algunos aplauden. Sus vidas están a punto de cambiar.
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Sabemos que va a ser un varón y que se va a llamar Juan. Juan solo, como Napoleón.