domingo, agosto 01, 2010

domingo

Anduvimos a caballo hasta que un día dejamos de hacerlo. No sé cuándo fue, pero seguro no fue por culpa de la caída, porque esa vez nos obligaron a volver a montar enseguida: para que no queden asustados, dijeron. Y estábamos asustados. Asustados de la fuerza imparable, del instinto ciego: el de ellos, obedeciendo algo que los obligaba a correr sin parar, con las orejas tiradas para atrás, livianos en sus ochocientos kilos de carne y pelo y vasos; y del nuestro, que nos hizo saltar desde los dos metros del caballo enloquecido al piso, sin pensarlo, sincronizando la caída: uno en el pastizal, el otro en el charco, pero justo antes del ripio. Dicen que nos vieron pasar desde el living de la casa, y era otoño, así que se veía, porque los árboles ya no tenían hojas y el sol daba justo ahí, sobre ese cuadro arado con el camino entre los manzanos y los robles. Y nosotros galopando, a galope tendido, como se le dice y como le decíamos, galope tendido, que era con las piernas abrazando la montura y el cuerpo inclinado hacia adelante y los brazos ofreciéndole las riendas al caballo como en un ritual, y las lágrimas en los ojos y un ruido que no era el ruido que uno imaginaría sino algo parecido al silencio mezclado con la respiración agitada del animal y la tierra que tiembla, ahora sí, ahora no, ahora sí. Y entonces darnos cuenta de que ya está, que el galope fue tendido por mucho tiempo y ahora el caballo se desbocó y no alcanzan ni los metros ni la fuerza ni el espíritu para poder frenarlo. El instinto, decía. Y después la caída. Saltar, caer, rodar, y mirar desde el piso a los caballos quietos que nos miran algunos metros más adelante, y los padres y madres y hermanos y primos que vienen, no sé si corriendo pero sí con la velocidad del miedo, a ver cómo estamos, y entonces sí, llorar y dejarnos abrazar, exagerando el dolor, descubriendo en el piso los restos del orgullo cowboy destruído.
Algunos días más tarde volvimos a subirnos a los caballos, a Inacayal y a Coirón, y anduvimos hasta que un día dejamos de hacerlo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

y juan dirá alguna vez "hasta que un día dejé de subirme a rospentek"?
o nunca va a aprender ese maldito nombre?

polache dijo...

el azulejo, le va decir

la tropa celeste de todos tus caballos muertos al galope cortito, como en la presentación de bonanza flanqueado por roly y el tobiano medioluto, yo con el coirón y vos un poco entre el bailarín rudolph y el loco napoleón y la mitad del cacique manzanero