Hace unos cuatro o cinco años, volviendo de la facultad una mañana, me pasó algo que todavía hoy, cuando lo recuerdo, de alguna manera me sigue perturbando. Los hechos no son confusos, ni apasionantes, ni tienen un ápice de misterio: al lado de la puerta de entrada del ph donde vivía, entre una pared y una reja verde, había una mancha, una mancha gris o marrón que siempre estaba ahí y a la que nunca le había prestado mucha atención. Hasta ese día –hace cuatro o cinco años–, que volviendo de la facultad vi el gato del vecino pasar entre la pared y la reja, y entendí que la mancha la había hecho el gato en sus mil pasadas entre la pared y la reja verde. Pero en ese instante no sólo entendí eso. Entendí todo. Y por todo entiéndase TODO. La totalidad. Entendí quién era yo y cual era mi lugar, que estaba haciendo y qué tenía que hacer. Entendí el mundo y sus circunstancias, entendí mi vida y la de todos los demás. Entendí el universo desde el principio hasta el final. Habrán sido unos tres, cuatro segundos como mucho, pero fue suficiente. Me acuerdo que entré a mi casa mareado y con vértigo. Que me hice un té mientras pensaba en lo que me había pasado. Y que, finalmente, olvidé todo cuando me puse a estudiar para no sé qué materia. Pero la sensación perduró.
Borracho una noche con mi viejo, le conté. Al volver sobre aquella mañana, le añadí interpretaciones: yo, en esos tres o cuatro segundos, había sido dios, o algo parecido. Había comprendido (en los dos sentidos: entender y abarcar) todo. Por eso el vértigo posterior, el mareo. Por eso la necesidad de olvidar. No estamos preparados –dije en la segunda botella de vino– para entenderlo todo. No nosotros. Por eso olvidamos todo el tiempo. Por eso necesitamos desde el principio de los tiempo un ser que lo entienda todo, y nos ahorre el vértigo, aún cuando este mismo ser (llamémoslo dios) nos provoque vértigo él mismo. La charla siguió y, por supuesto, al rato nos olvidamos de todo. Unos meses después leí la escritura del dios, un cuento de borges que me hizo volver a pensar en aquella mañana y a detenerme un tiempo en aquellos hechos: la mancha, el gato, la reja, la comprensión, el todo.
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