miércoles, julio 31, 2013

miércoles

Es miércoles y los miércoles a esta hora estoy en un colectivo por llegar a Bariloche, no sentado en el cuarto que llamamos estudio pero que es una habitación pequeña con un escritorio, la computadora y tres ventanas. La ventana grande está en el medio y da hacia el sur. Bosque de pinos, la franja del jardín que fue arrasada para hacer el lecho drenante y la casa abandonada del vecino, que de día es una construcción despintada, con postigos en las ventanas y pájaros que caminan por el techo, y de noche es lo mismo, pero sin pájaros y con una luz blanca de bajo consumo que ilumina y oscurece todo al mismo tiempo.
Es miércoles, decía, y ahora una neblina fuerte cubre todo el paisaje. El pájaro gris que se para en el cable está ahí, en el cable: balancea su cuerpo de tal manera que cuando el cable se mueve, de arriba hacia abajo -por el viento, porque los cables se mueven- él parece quieto. Mira para los costados y después se va volando. Al rato vuelve. Es una diuca, gris y de ojos rojos. La misma que se para en el espejo del auto y se pelea con su reflejo y después deja caguitos sobre el gris de la pintura.
En la casa hay muchos pájaros. Hay colibríes verdes naranjas brillantes fluorescentes, hay tordos negros, hay zorzales, bandurrias y teros. Hay unos pájaros chiquitos que algunos llaman ratoneras que cantan lindo colgados de las ramas sin hojas de los abedules. También están las palomas araucanas que pueblan el ciprés seco, primero una, después otra, después otra más, hasta ocupar todas las ramas. Después ladra un perro o aparece un chimango y se van todas volando al mismo tiempo, con un ruido tacatacataca de batir de cientos de alas.
Están, además, las gallinas de los vecinos de enfrente: son muchas, grises, blancas, negras, rojas. Caminan por nuestro terreno picoteando el pasto, armando montículos, poniendo huevos. Cada tanto vemos pasar a la vecina caminando con un palo como bastón, busca huevos abajo de las matas de murra, de las mosquetas, de los pastos, tira humo por la boca, pisa charcos. Junto con las gallinas está el gallo rojo, que con Juan llamamos el Gayo McQueen y otros gallitos que le disputan el reinado y las gallinas. Corretean, se pelean, pero por lo demás están tranquilos por ahí.
En la casa hay, también, muchos grillos. Miles. Y de todos los tamaños, o al menos de los tamaños que pueden alcanzar los grillos. Hasta la otra noche no los habíamos escuchado. Estábamos esperando que cargara Seinfeld, con el cuarto iluminado por la pantalla de la computadora, con los ronquidos de los dos hijos, con las estrellas afuera y el cielo negro y de repente el cricrí claro, perfecto, de un grillo escondido andá a saber en qué rincón de la casa. Al rato dejó de ser tan pintoresco.
También hay liebres y perros del vecino, pero no todo es tan Discovery Channel. Además hay días como hoy, en los que cuesta unir letras y formar una palabra y unir palabras y formar una oración y unir oraciones y formar un párrafo y etcétera.

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