martes, febrero 27, 2007

martes

*Falto a la mañana al laburo; llego al cegepé y pregunto por susana, mi contacto interno que por teléfono prometió ayudarme a apurar mi trámite, que ya lleva ocho meses de retraso. Está en la caja tres, me dice la señora de informes, una mujer que es el lugar común de las crónicas burocráticas, con su pelo teñido, los anteojos colgando en su pecho, la camisa arrugada de tanto estar sentada, los dedos amarillos de nicotina.
Susana me atiende más o menos rápido, pero me dice que voy a tener que esperar a que llegue la chica que sabe imprimir, que cambiaron el sistema y que lo que necesito está en la computadora que nadie, menos la chica que falta, sabe usar. Me siento en una silla y espero. Sigo de cerca los movimientos de susana: ahora pasa con un café en un vasito de plástico, ahora lleva unas carpetas para la oficina de atrás, ahora conversa con un pelado de look telermaniano; siempre esquiva mi mirada. De la chica que imprime, ni noticias.

*La perra, allá en el sur, tuvo, según el veterinario, un embarazo psicológico. Dijo que suele pasar con los labradores, que se le hinchan las tetas, que preparan una cucha, qué se vuelven dóciles en una falsa dulce espera. Y que de repente, listo, se acabó el juego, y entonces las tetas se deshinchan, abandona la cucha y vuelve todo a como estaba antes. Eso sí, los nombres que pensaste, bueno, anotalos, no te olvides.

*La chica que imprime no llega; la espera ya cumplió una hora y media. Los televisores están clavados en tn, y hablan de los choques y de la lluvia y de los vecinos de parque patricios que hacen piquetes contra la relocalización de los habitantes de la ígnea villa cartón. Es la guerra del pobre contra el pobre, suelta una señora; pero acá no trabaja el que no quiere, devuelve un señor de boina; por gente como esa estamos como estamos, arremete un tercero, para conformar así un sólido triángulo filosófico.

*Miro para afuera, la calle mojada y la lluvia que cae, y pienso en lo frustrante que debe ser la tarea del meteorólogo. Ayer a la medianoche nadia afirmaba con su acento balcánico que el calor se extendería hasta el viernes, con pocas posibilidades de lluvia. Acompañaba sus palabras llenas de consonantes con un mapa satelital, como si esto fuera la prueba incontrastable, final, de su verdad. Y nosotros, en la cama, nos miramos y dijimos oh, no, seguirá el calor, y también nos preguntamos por qué será que nadia no aprendió a hablar bien el castellano, si hace mucho que vive acá y encima trabaja de hablar en la tele. Enseguida nos acordamos de ante garmáz y de anamá ferreira y no supimos qué decir ni que pensar. Y nos dormimos pensando en el calor y en los balcanes y, oh, no, en las corbatas de ante garmáz.

*Voy a la ventanilla tres, a preguntarle a susana qué onda, qué pasa con mi documento nacional de indentidad, dónde está la chica que sabe imprimir, por qué estoy esperando hace casi dos horas. La angustia corroe mi alma, y sobre todo, mi paciencia.

*Veinte minutos más tarde estoy en el 39 rumbo a el registro civil de uruguay. Ahí me aclaran que sí, que mi dni salió ayer rumbo al cegepé, que va a tardar, pero que el martes seguro va a estar. Ya no tengo casi ganas de seguir llorándole a personas que están del otro lado del mostrador, digo gracias, y me voy. Harto.

*Astérix, el invencible guerrero galo, el astuto, el rubio con trenzas y casco con alas, capaz de enfrentarse a una legión de guerreros romanos a puño limpio, de hundir un barco pirata en dos segundos, y un largo etcétera, sólo tiene un momento de zozobra y es en la última de sus doce pruebas: la burocracia romana. Allí lo hacen ir de un lugar a otro, llenar un formulario, entregarlo en otro lado, bajar un piso, buscar un sello, llenar otro formulario, subir al cuarto piso, y así.
No hay poción mágica que soporte el peso muerto de la burocracia, sus brazos inertes, sus reflejos de comatoso, su sueño de mosca tse tse.

jueves, febrero 22, 2007

jueves

*Desde hace un par de horas que intento comunicarme con el cegepé donde, en teoría, marge, en teoría, mi documento nacional de identidad debería haber estado listo hace unos cuatro meses, como mínimo. Tengo anotado en la constancia de solicitud de trámite el teléfono de susana, encargada del área de registro civil. El teléfono llama, me atiende un conmutador, marco la opción requerida, espero, llama, me atiende un conmutador que me avisa que el interno está ocupado, me avisa también que me comunicará con una operadora, el teléfono llama. Está esa musiquita de pianola, que suena a película de cowboys, y suena y suena y sigue sonando. Y susana no me atiende más.

*En la casa del sur la perra está preñada, preñadísima. El parto es inminente: la perra tiene las tetas hinchadas, apesta y se armó su cucha. Ayer, por mail, empezaron las apuestas; los ítems en juego son muchos: cuándo va a parir, cuántos va a tener –cuántas hembras, cuántos machos– y, como dicen que los labradores pueden tener cachorros de distintos colores, eso, de qué colores van a ser las crías. Yo arriesgué con: 28 de febrero, siete –cuatro hembras, tres machos–, cuatro negros, dos marrones, un té con leche, nacen sanos. Mellizo lado a (parece que prendió la onda de llamarse lado a y lado b; incluso lado a me dice en tono jocoso que a lado b le encanta llamarse a sí mismo lado b y se ríe, todo por mail) aventuró con: 21 de febrero, cuatro, negros, tres machos, una hembra, sanos, olor a tostadas. A la fecha ya le erró.

*Con lu ya reservamos un perrito. Todavía no sabemos cuándo ni cómo lo vamos a traer ni tener. En el departamento no entra, y me imagino la escena de celos de agente cooper, el gato. Pero bueno, de última puede quedar allá por un tiempo, total madre quería quedarse con uno y esta es una buena excusa. Los nombres pasan y no convencen; a mí me gustan cachorro lópez y perro santillán. Hay que negociar.

*Mellizo lado b llegó ayer a la mañana, vino a ultimar detalles de su inscripción a la carrera. Ayer pasé de visita por olleros, y todos me recriminaron que sólo pasaba cuando venían mis hermanos, que ya no iba más porque sí, que había olvidado mis raíces. Yo les dije que era verdad, pero no era a propósito. La pasamos muy bien, tomamos varias cervezas y fumamos cigarrillos, que es el deporte oficial de olleros y hablamos mucho. La música, ahora que está arreglada la potencia, volvió a ser lo que era. Los vecinos felices.
Y sí, algún día voy a escribir algo de los casi cuatro años que viví en olleros.

* Diálogo con mímica
–Oye, jefe, mañana falto porque tengo que ir a hacer unos trámites por el dni.
–No está bien que faltes.
–Echame.

jueves, febrero 15, 2007

madre y yo


La foto debe ser del 83, por ahí, y la casa seguro que es la del cuatro y medio. Me parece ver los postigos verdes, atrás de la ventana; el sillón, que ahora está en lo de los tíos, está sin los almohadones, la lámpara ahora tiene una pantalla tejida a crochet. Mi mamá tiene -además de muy pocos años-, las pantuflas que hacía mi abuelo.
El rayo de sol, el sueño de las cuatro, cinco de la tarde, el enterito rojo, el dedo haciendo fuckyou.
Si se pudiera volver a cualquier lado, yo volvería a mi infancia. Ahí la pasé muy bien.

PD: iba a poner "ahí fui feliz", pero esa onda aforismo de narosky, esa sentencia de sobrecito de azucar, esa frase de poema apócrifo, en fin, eso, me dio alergia.

miércoles, febrero 14, 2007

amiga de la infancia

Laurie Anderson no es de mis primeros recuerdos musicales, pero casi. Es decir, más allá de cuándo fue la primera vez que la escuché, ocupa un lugar privilegiado en mi memoria auditiva. Laurie llegó a casa en un caset negro que había grabado fabiano, el amigo de mi viejo dueño de una disquería que quedaba por martínez. En el lado a estaban sinead o´connor y edie brickell, y en el b, laurie, con strange angels. Un combo de chicas que por fines de los 80 y principios de los 90 todavía –o ya, o casi– la rompían. Sinead era triste y tenía varios hits, además era pelada y muy linda y hablaba de las nuevas ropas del emperador. Edie era la alegría en formato de caset tdk, y con su banda, los new bohemians, hacían que mis días de chico fuesen más felices.
Pero mi preferida era Laurie, las historias que contaba –que todavía no las entendiera es sólo un detalle–, la música rara, esos sonidos, la voz grave y escondida de bobby mcferrin, todo eso.
Después llegaron los cedés, y mi tío se compró strange angels, y pudimos conocer la cara de laurie y su corte de pelo, y sobre todo, las letras. Como esa que contaba que hansel y gretel están vivos y bien y están viviendo en berlín, ella es camarera y él tuvo un pequeño papel en una película de fassbinder. O esa en la que le pedía a un flaco que le instalara una pequeña radio en un diente; o en la que se pregunta: “no sé tu cerebro, pero el mío está realmente mandón”.
Después mi viejo compró sharkey´s day, que también es espectacular y escuchamos mucho. Tiene más guitarras, más ruidos. Hay una canción toda en japonés, otra en la que canta peter gabriel (otro amigo de la infancia, “oh, vicco”), y muchas historias interesantes.

Otro recuerdo vago que tengo es de ver un video con una performance de laurie, donde ella, vestida de blanco y con anteojos de marco grueso, decía algo así como “quién es más macho, a pineapple or superman”. O parecido. Lo vimos en un video en el cuarto de mis viejos. Antes habíamos visto una película sobre unos alpinistas que escalaban el matterhorn, que desde entonces es mi montaña preferida.

Bueno, toda esta introducción para poner este video que encontré por ahí.

martes, febrero 13, 2007

martes

* Entonces el trabajo empieza a mermar y el día, de la nada, se hace más largo, fangoso e improductivo. En el almuerzo, recorro sin rumbo las calles de belgrano, un barrio que me cae antipático y estúpido, para usar dos palabras esdrújulas. Como un pollo con ensalada en cualquier lado y me siento un rato en un banco de la plaza esa que está frente a una iglesia redonda. No tengo libro ni walkman, así que pura contemplación. Gran embole la pura contemplación.

* Pienso en las cosas que tenemos que hacer antes del viaje. Pienso en anotarlas, antes de olvidármelas. Me las olvido. Pienso en muchas otras cosas. Pienso en que faltan dieciocho días hábiles para irme del laburo, por ejemplo. O que beck es un músico que me cae muy bien y que me gustaría que fuese mi amigo. Pienso también en que el fin de semana estuvo muy bueno, y pasó rápido, y ahora estoy acá y no está tan bueno, y pasa lento. Pienso en la tesis que me gustaría escribir cuando termine la carrera. No pienso en todo lo que me falta para llegar a la tesis, ni mucho menos en los finales que no rindo y que debería.

* Mis hermanos, allá en el sur, me cuentan de su ida a la montaña. Mis padres, allá en el sur, me cuentan de su ida al lago mientras mis hermanos subían el piltri. Mis hermanos me cuentan que salieron a las tres de la mañana, desde la ruta, y que llegaron al huemul, allá arriba, a las seis de la mañana, junto con el amanecer más espectacular nunca visto. Mis padres me cuentan que compraron un pollo para hacerlo a la parrilla para esperar a mis hermanos. Mis hermanos me cuentan que no lo comieron porque llegaron muy tarde y más cansados. Me cuentan, también, que los días allá pasan y pasan bien. Que cuando hace calor riegan o se tiran al río; que cuando hace frío se abrigan o prenden las chimeneas. Que le escapan a la computadora y a la tele, y que cada tanto se van por ahí a vender frutas, en el auto que vamos a usar en el gran viaje.

* Al reto de la jefa del otro día, lo continuó, como en un mal guión, la falsa indiferencia de quien convive en un trabajo. Yo no me hago drama, pero todo lo que imagino –esas charlas heroicas donde diciendo “basta, se acabó, yo me largo”, yo de hecho me largo, y se acabó– no sólo no se vuelve realidad, sino todo lo contrario. Cada vez me vuelvo más dócil, más amable, más pelotudo, más domesticado. Y no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Salvo tachar los días en el almanaque. Y escribirlo.

viernes, febrero 09, 2007

viernes

* El día empezó con un reto de la jefa. Que cómo que nos vamos a cualquier hora, que yo los necesitaba y no estaban, que en este trabajo no hay horarios fijos, que tenemos que demostrar actitud, que me calienta tener que decirles esto otra vez. Mi cabeza se paseaba entre los dobladillos de mi pantalón (ser un tanto petiso hace que tenga que girar un par de veces la ¿botamanga?, y eso queda particularmente ridículo en estos pantalones nuevos), y mis uñas, que las corté esta mañana y están ásperas al contacto y muy irregulares.
Y sí, queda, hoy, un mes de trabajo, un mes de 28 días, y la verdad es que me chupa bien un huevo lo que me diga.

* Como todos los viernes el clima es cashual y aburrido. En lugar de gran hermano, hoy fue tenis sin volumen. Un solo termo de mate y bastante laburo. El vecino de computadora escucha música más o menos zafable, el aire está apagado y la persiana cerrada. No sé si afuera hace frío o calor, si es de día o de noche.

* En estos días todo se resume en la tarea de llamar taxis y motos de mensajería y esperar que lleguen y darles sobres y esperar que los lleven a donde sea que los tengan que llevar. Y esperar que vuelvan y firmar papeles y remitos. Bajar las escaleras, volver a subir, sentarme en la computadora, corregir unas cosas, mandar, esperar, recibir, esperar. Recibir cosas por mail, corregirlas, reenviarlas, así.

* Creo que estoy controlando mi compulsión a leer diarios y blogs y revistas en la web. Un poco, tampoco exageremos.

* Son las siete y diez y nada parece indicar que mi huida está pronta. Más bien, todo lo contrario. Hoy, en el reto, la jefa dijo algo de venir a trabajar el sábado, no sé si fue una amenaza o lo dijo en serio. Por las dudas no le voy a preguntar.

jueves, febrero 08, 2007

brotes

La primera vez que me broté fue hace unos dos años. Estábamos tomando vodka con sprite y de repente sentí mucho calor y un picor intenso en la cara y las manos. Alguien me dijo: “chabón estás todo brotado”, y yo me reí; y me dijo: “no, en serio, estás brotado, todo rojo, como alérgico, das impresión”. Y ahí dejé de reírme y fui al baño. Las luces de los baños, se sabe, en conjunto con el espejo, devuelven colores y texturas más bien diferentes a las que uno está acostumbrado a ver reflejadas. Mi cara era una sola bola roja, con zonas hinchadas: la nariz, debajo de los ojos, la frente; y otras zonas –pocas– que mantenían el color original, pero que en el contraste parecían blancas, o más bien verdosas. Acusé de esta reacción a la sprite, o al ácido jugo del limón. Incluso a los hielos o al polvo acumulado en los vasos. Nunca al vodka.
La segunda fue poco después. Después de unas cervezas tomamos alguna bebida blanca, creo que fue en olleros, y que todavía vivía allí, y al rato lo mismo: de nuevo el rojor, el picor, el baño, la impresión. Pero esta vez ya descarté ciertas cuestiones. Primero, no había tomado sprite; segundo, no le había puesto hielo a la cerveza, ni a las otras bebidas blancas. Tercero, los vasos estaban limpios. Estaba más que claro que el causante de toda esta reacción era el alcohol.
Ayer, en lo de unos amigos, comida casera, vino, charlas y fernet. Antes de irme, me empiezan a picar las manos, después la cara. Alguien me dice: “boló, estás todo brotado, todo rojo”. Me toco los ojos, están hinchados, y me acuerdo de la primera vez.
Y es raro, porque de alguna manera me da miedo esta situación. Me imagino una úlcera, un grave problema hepático, cosas de esas. Pero a los minutos se me pasa y ya está, me olvidé, y será hasta la próxima.
Y de repente tengo al menos una boludez que contar acá.

lunes, febrero 05, 2007

querer y no poder

La falta de inspiración se da a conocer a través de diferentes disfraces. A veces es sólo la nada misma (un blanco extraño, con aspecto a helado de crema del cielo) que turba la mente y nos vuelve seres autómatas; otras, exceso de actividades que provocan un embotellamiento, un cuello de botella a la altura del hipotálamo, y no sale nada. Hay, también, muchas otras maneras.
El resultado es invariable: esto.