viví mis primeros 18 años en el sur,
en una pequeña casa en la pradera.
una infancia y adolescencia muy felices,
aunque cada tanto estigmatizado por el síndrome de ingalls.
a los quince años
en uno de mis primeros viajes a la ciudad con toda mi familia,
en un espectáculo callejero
uno de los actores,
al ver que no dejábamos monedas y emprendíamos la retirada
nos gritó -traicionero, por la espalda-
"ey, familia ingalls, no se vayan tan rápido".
golpe durísimo a mi autoestima.
me ví de repente rodeado de gansos y cubierto de pasto seco,
ví a mi madre con los cachetes colorados
y a mi padre con las botas de goma embarradas,
sentí el olor a humo de mi ropa,
miré mis manos curtidas por el hacha,
y sólo atiné a mirar al piso, avergonzado.
yo, que me creía tan urbano.
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