miércoles, noviembre 25, 2009
miércoles
La regularidad de las cosas se entiende, como el trueno, con el tiempo. Los dos perros que aparecen corriendo en la esquina siempre se adelantan al auto blanco, no hay dos perros sin auto, no hay auto sin dos perros: los perros llevan el auto. Las chicas que pasan caminando a las ocho de la mañana son mucamas aunque para expiar culpas sus contratadores digan que son las chicas que los ayudan. Las chicas que ayudan a sus contratadores desandan su camino al mediodía y van más rápido y más contentas, algunas cortan camino atravesando el aeropuerto, y eso, las picadas que atraviesan el aeropuerto, también se entiende con el tiempo: las grietas, los intersticios, los atajos. La yegua que come pasto en el bosque de cipreses tuvo un potrillo gris hace una semana, Juan lo mira y se ríe, el potrillo toma teta y corre y a veces muerde a su madre y juega y otras veces se tira en el suelo y duerme. Casi todas las tardes los viene a buscar un paisano sin un brazo que tiene la manga de la camisa azul doblada y cosida. Cuando nos vemos nos saludamos con la cabeza. Recogen la basura los martes y jueves a la mañana en un camión verde. Las bolsas se apilan en la caja y el conductor fuma cigarrillos y los chicos que juntan la basura lo hacen despacio, con cuidado: abren los tachos y después los dejan abiertos. Al rato aparecen los perros, todos los perros, no sólo los perros del auto blanco, y olfatean y ladran y se muerden. Los viejitos de impermeable amarillo están todas las tardes en su jardín y cuando hacen compras vuelven en silencio con las bolsas blancas del supermercado hamacándose y golpeando sus pantorrillas. Son de Oregon, llegaron al Bolsón de casualidad, hace tres años. El no dijo por casualidad, dijo por accidente, en un castellano sinuoso y resbaladizo, el día que lo levanté en el renó nueve y nos presentamos y nos dimos las manos y yo le hice preguntas y le dije que era el nuevo vecino de la casa que está enfrente de la suya, y él dijo ah, the ones with the baby y yo le sonreí y asentí con la cabeza y le dije oh, yeah. Después lo dejé enfrente del supermercado y dijo gracias y yo seguí mi camino hacia El Hoyo. El cielo estaba gris y las nubes se pegaban a las montañas.
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