Encantador, es encantador, dice Ruperto Valenzuela mientras se saca la boina y los anteojos: la boina por educación, los anteojos porque dice que no sirve mirar a los bebés a través del vidrio con aumento. No le sirve a él y no le sirve al bebé. Valenzuela, con su bigotito hitleriano, su pelo canoso, su metro y medio y la cadera torcida llegó pedaleando en su triciclo rosa; lo dejó estacionado en la puerta, en la vereda, y del canasto sacó dos docenas de huevos. Adentro de la casa, en la oscuridad que se hace en el comedor cuando afuera el sol raja la tierra nos sentamos los cuatro: Valenzuela, Lu, Juan y yo. Yo los apreseo a todos, dice después de un silencio largo Valenzuela. A vos y a tus hermanos y a tus abuelos y a tus padres. A todos los apreseo. Ustedes lo saben. Lo sabemos, le respondemos, y le preguntamos por su familia. Bien gracias, y nada más. Está crecendo, por eso el hipo. Juan mira al frente con ojos grises y pone algunas de las caras que guarda en su arsenal de mil caras. Se parece al padre, sentencia.
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Dormimos los tres en el mismo cuarto en el que dormí desde los ocho hasta que me fui. El cuarto que fue mío y de Martín hasta que Martín empezó a tener que dormir con alguien y se fue al cuarto de huéspedes. El cuarto de la alfombra azul y paredes con empapelado a rayas donde colgamos un poster de la revista 13/20 que de un lado tenía a Marley y del otro a Nirvana y que dábamos vuelta según nuestro estado de ánimo. El cuarto en el que enchufábamos los equipos de audio y con los micrófonos y a oscuras nos quedábamos hasta entrada la madrugada cantando canciones gregorianas o budistas o apenas gritos y sonidos guturales sin ningún objeto ni métrica ni armonía y que nos hacía lagrimear los ojos ciegos por la noche. El cuarto que cuando hay viento y la casa se transforma en la nave que surca el océano Pacífico se vuelve mascarón de proa y acá aparece una ola y allá otra, y nos acostamos en la cama y apretamos los ojos con fuerza como si así pudiésemos evitar el naufragio, y algo de eso debe haber, porque al otro día sale el sol y todo está en su lugar.